Editorial la Jornada
Ayer,
en coincidencia con el Día internacional en contra de la explotación
sexual y el tráfico de mujeres y niños, la Secretaría de Gobernación
publicó en el Diario Oficial de la Federación el reglamento
de la Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar los Delitos en
materia de Trata de Personas, con lo cual se amplía el sistema jurídico
de protección y reparación del daño para las víctimas de ese flagelo y
se establecen diversos mecanismos para tales efectos, como la creación
de una base de datos para dar seguimiento a las acciones
gubernamentales; la administración de un fondo para cubrir gastos
médicos, educación y alimentación de las víctimas, así como el monitoreo
de anuncios clasificados y la supervisión de establecimientos que
pudieran ser utilizados por las organizaciones delicadas a este delito.
Con
todo, la publicación de este instrumento jurídico no garantiza por sí
solo una mayor eficacia del Estado en el combate al flagelo social y
humano de la trata de personas. Detrás de esa práctica bárbara, que se
ceba especialmente contra los estratos más vulnerables de la sociedad
–mujeres pobres, migrantes indocumentados, niños y niñas–, existen
determinantes múltiples y complejas de índole social, histórica y
cultural, y sería ingenuo suponer que las autoridades federales,
estatales y municipales puedan erradicarlas únicamente con el impulso
de la referida adecuación legal.
Lo que sí cabe exigir a las autoridades, en cambio, es que eliminen los márgenes de impunidad y corrupción que han hecho posible el pavoroso incremento de la trata de personas y la explotación en diversas zonas del país.
La administración federal, y las estatales y municipales, tienen ante sí la doble tarea de formular políticas públicas y acciones concretas que permitan prevenir y hacer frente a los delitos mencionados y a los factores que los originan, y de adecuar el desempeño de sus respectivos cuerpos de seguridad y de procuración de justicia al nuevo marco legal, a efecto de evitar que éste se convierta en letra muerta. Se trata, en suma, de trasladar a la realidad lo estipulado en las leyes, y de valerse de éstas para contener y revertir el auge de la trata de personas, pues este país carecerá de autoridad moral para llamarse civilizado en tanto subsista ese fenómeno.
Lo que sí cabe exigir a las autoridades, en cambio, es que eliminen los márgenes de impunidad y corrupción que han hecho posible el pavoroso incremento de la trata de personas y la explotación en diversas zonas del país.
La administración federal, y las estatales y municipales, tienen ante sí la doble tarea de formular políticas públicas y acciones concretas que permitan prevenir y hacer frente a los delitos mencionados y a los factores que los originan, y de adecuar el desempeño de sus respectivos cuerpos de seguridad y de procuración de justicia al nuevo marco legal, a efecto de evitar que éste se convierta en letra muerta. Se trata, en suma, de trasladar a la realidad lo estipulado en las leyes, y de valerse de éstas para contener y revertir el auge de la trata de personas, pues este país carecerá de autoridad moral para llamarse civilizado en tanto subsista ese fenómeno.
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