El
duranguense José Revueltas, de cuyo natalicio se cumplen 100 años este
2014, realizó importantes y precursores aportes a la comprensión de la
dominación política e ideológica ejercida por la burguesía mexicana
sobre las clases explotadas y oprimidas. Como ya hemos planteado en
este blog, el analisis socio-político de Revueltas ha merecido escasa
atención (incluso su Ensayo sobre un proletariado sin cabeza), y
constituye una de las figuras intelectuales (y militantes) mas
interesantes del siglo XX mexicano, con todos sus claroscuros y sus
contradicciones.
Una de sus aportaciones claves fue la de analizar
críticamente la génesis de la burguesía y el estado posrevolucionario
mexicano, preocupado por entender los mecanismos por los que la clase
obrera era enajenada política e ideologicamente -el “proletariado sin
cabeza ”- y se construia la dominación sobre un movimiento de masas
que, pocas décadas antes, habia protagonizado una revolución encabezada
por las fracciones radicales del campesinado y una verdadera guerra
civil. Revueltas estudia como se presenta “como si no fuese un Estado
cuyo poder pertenece ahora a la burguesía en virtud de su revolucion,
sino una especie de entidad abstracta, al margen de la lucha de clases
y del proceso de desarrollo historico.”
Aunque no nos
detendremos aqui en el analisis preciso de Revueltas (cuestion que
abordaremos en proximas entregas), queriamos rescatarlo en función de
este post y de que representó uno de las primeras y precursores
elaboraciones teorico-políticas puestas a desentrañar los mecanismos
por los que la clase dominante mantenía enajenado al proletariado y las
masas mexicanas.
En particular, Revueltas destacó el
que el partido de gobierno funcionaba “como una especie de “extensión
social” del Estado, que de este modo hacía penetrar sus filamentos
organizativos hasta las capas mas hondas de la población e impedia con
ello una concurrencia política de clase”. La aportacion de José
Revueltas transita un camino paralelo al que realizaron distintos
intelectuales marxistas, como fue el caso de Adolfo Gilly, Arturo
Anguiano y Manuel Aguilar Mora quienes explicaron, desde una
perspectiva marxista anclada en las elaboraciones de León Trotsky, el
proceso revolucionario iniciado en 1910 y el régimen político
posrevolucionario, incluido por supuesto el periodo cardenista. Una de
las cuestiones que tuvieron en común dichas elaboraciones -tanto las de
José Revueltas como las de los autores mencionados- es que consideraban
la construcción de la dominación política burguesa en las décadas
posteriores a la revolución de 1910/1917 y antes de las
transformaciones que la misma sufrío en los años ‘ 90 y que le planteó,
a los marxistas, la necesidad de dar una respuesta teórico-política a
los nuevos acontecimientos. En ese sentido, el regreso del PRI a la
presidencia y el autoritarismo creciente amerita recapitular y repensar
las transformaciones de esos años.
La transición pactada de los años ´90 y la actualidad del régimen encabezado (nuevamente) por el PRI
En
ese sentido, las transformaciones en la dominación política se
plasmaron en la emergencia del régimen de la “transición pactada”, que
fue una respuesta desde arriba a la profunda crisis de legitimidad del
antiguo régimen, la cual fue provocada por las movilizaciones de 1988
contra el fraude, y, luego de ello, acelerada por la emergencia del
movimiento zapatista en enero de 1994. Catalizados por estos dos
profundos procesos que marcaron el fin de siglo mexicano, se desplegó
un cuestionamiento profundo al priato que gobernó el país durante 70
años, lo cual llevó a que los partidos de la burguesía, con el aval de
Washington, instrumentasen una política preventiva de contención y
desvío.
Este plan para oxigenar las instituciones del estado
burgués fue lo que se conoció como la “transición pacífica a la
democracia”, que se basaba en la alternancia en el poder de los
partidos burgueses y en darle un mayor peso a instituciones como el
Congreso de la Unión, bajo un carácter “plural”, otorgando mayor juego
a la oposición. El triunfo de Cárdenas en las elecciones a Jefe de
Gobierno del DF en 1997, fue una de las primeras expresiones de esto.
En julio del 2000, en el marco de una profunda crisis del PRI y cuando
la huelga estudiantil del 99/2000 había expresado el punto más alto del
desconento con el régimen político, se vio el momento culminante de
esta verdadera auto-reforma: la llegada de Vicente Fox a la presidencia
que inauguró 12 años de reinado panista.
Nuestros análisis y
perspectiva fueron claramente distintos al que expresaron con su
práctica política no solo los opositores de centroizquierda (PRD) sino
también la dirección neozapatista que, después de las proclamas
progresivas de inicios de 1994, viró su política y, mientras era
hostigada y perseguida por el gobierno y sus bandas armadas, terminó
adaptándose y buscando alianzas, en particular, con el “ala izquierda”
de la transición pactada, el PRD. Esto se verificó en su llamados a “no
votar ni al PRI ni al PAN”, y una política de presión por la
democratización del régimen, abandonando la demanda de ¡Muera el Mal
gobierno! Esto profundizó además una deriva en muchas organizaciones de
izquierda que se adaptaron a estas corrientes políticas, negándose a
combatir el reformismo armado y la estrategia de “revolución
democrática” del neocardenismo.
Según nuestro punto de vista –que
nos permitió elaborar una estrategia y mantener un curso revolucionario
durante los años siguientes–, lo que surgió en México fue un régimen
democrático burgués con fuertes rasgos bonapartistas, que popularizamos
como “régimen de la alternancia”. Retomando el punto de vista de
Trotsky, y con el objetivo de comprender los acontecimientos,
planteamos que lo que se dio en México, y que llevó al triunfo del
panista Fox, fue un proceso de contrarrevolución democrática, de desvío
y contención de los procesos de movilización de masas (como los de 1988
y 1994) bajo formas “democráticas”. En ese sentido, el triunfo foxista
lejos estuvo de ser un triunfo de las masas ni la concreción de una
supuesta “revolución democrática”. Por el contrario, las justas
aspiraciones democráticas de las masas terminaron siendo desviadas en
el año 2000 hacia la ilusión de que, votando a variantes burguesas
pro-imperialistas se resolverían sus demandas, y que era posible
reformar a un régimen profundamente reaccionario para lograr sus
reivindicaciones. En los años siguientes, las reformas aprobadas por el
Congreso de la alternancia mostraron lo contrario.
Como dijimos
entonces, la culminación de la alternancia no supuso una real
democratización del régimen político sino que se limitó a cambios
cosméticos en relación a las libertades democráticas; el punto es que
esto no se quedó allí. Y, aún más, lo que vimos fue una creciente
degradación del régimen democrático burgués y una profundización de los
rasgos autoritarios desde entonces, articulado y explicado por el hecho
de que bajo la alternancia se instrumentaron una ofensiva a las
conquistas sociales y laborales. El autoritarismo del PAN y del PRI en
los gobiernos federales y estatales, los fraudes, la represión en
Atenco y en la huelga de SICARSA en Lázaro Cárdenas Michoacán, así como
la militarización y su saldo de más de 120,000 asesinados y
desaparecidos, entre innumerables ejemplos, muestan que el carácter
reaccionario del régimen político mexicano surgido como respuesta a la
crisis del viejo priato no cambió.
Los pilares de la alternancia y las contradicciones estructurales
Para
entender la fortaleza y las contradicciones de la dominación burguesa
hay que preguntarse, en primer lugar, cuales han sido los pilares del
régimen de la alternancia y considerar las transformaciones recientes.
Por
una parte, el bloque casi permanente entre el PRI y el PAN, un “tandem”
que aseguró la implementación de los planes económicos y políticos
durante los últimos 13 años. Esta es la “llave” para entender el avance
de los planes capitalistas desde el 2000 y la fortaleza que el régimen
tuvo durante la mayor parte del periodo.
Si durante los ultimos
13 años el rol tibio de la oposición burguesa permitió esto, la
realidad es que la derechización agudizada del PRD -expresada en su
participación en el Pacto por México- ha sido otro aspecto muy
importante.
El rol jugado por el charrismo sindical es otro de
los pilares claves, garantizando la inactividad de sectores
fundamentales de la clase obrera, en particular del proletariado
industrial, o bien apostando al aislamiento de las luchas que se han
desplegado en ese sector estratégico. Si esto es así en el caso del
charrismo oficialista, en el caso de los “opositores” (como los
nucleados en la UNT), aunque en determinadas coyunturas pasaron a la
oposición como resultado de la presión de las bases, evitaron el
despliegue de la movilización en momentos donde podía peligrar la
estabilidad de la dominación burguesa; como fue por ejemplo en el 2006
con la Comuna de Oaxaca y el movimiento antifraude, o en el 2012/2013
dejando aislado al movimiento magisterial.
Arriba hablabamos de
un régimen democrático burgués con rasgos bonapartistas; eso nos
permite entender, la combinación entre el peso de las instituciones
como el Congreso de la Unión y los fuertes rasgos presidencialistas que
se mantienen. Aunque éstos no se comparan con el viejo priato, bajo los
gobiernos panistas y priistas (y en particular bajo Calderón y Peña
Nieto) el creciente rol de la presidencia ha sido fundamental y es otro
elemento de transformación de la dominación política, junto al mayor
peso del ejército. Lejos de atenuarse los elementos mas
antidemocraticos del régimen político, el autoritarismo y los rasgos
bonapartistas se profundizaron y se combinan con un recorte de las
conquistas sociales y laborales y de las libertades democráticas.
Otra
de las caracteristicas de la actual dominación política burguesa en
México es que la “alternancia” es la herramienta política perfeccionada
para avanzar en un salto en la entrega al imperialismo, en particular
de los recursos naturales. Si los planes neoliberales inician en 1982
con la ofensiva privatizadora (bancos, telecomunicaciones,
paraestatales en distintos sectores) y dan un salto con el TLC y la
“integración” de México a la planta productiva y comercial
estadounidense, estamos ante un perfeccionamiento de las instituciones
garantes de los planes imperialistas.
La burguesía mexicana
logró, con el gobierno de Peña Nieto, avanzar de forma rápida y
enérgica en una agenda que significó el avasallamiento de conquistas
sociales y laborales y la entrega de los recursos naturales a las
grandes trasnacionales. En ese contexto, hay que hacer notar que, una
de las contradicciones profundas que aquella tiene es que, si el PRI es
su mejor carta desde el punto de vista de su fortaleza política e
institucional, es también, potencialmente, el factor de mayor
inestabilidad. Ya desde 2012, el regreso del PRI a la presidencia
generó un amplio sentimiento de oposición en sectores de los
trabajadores, la juventud y las clases medias, como se expresó en la
emergencia del #yosoy132 primero y de la llamada insurgencia
magisterial después. Si las reformas son profundas y apuntan a
consolidar duras derrotas, también pueden generar nuevos procesos de
resistencia obrera y popular. No solo en los sectores que
tradicionalmente salen a luchar -como el magisterio- sino también en
otros sindicatos donde el descontento parece estar aflorando (como, por
ejemplo, telefonistas) y habrá que estar al pendiente de lo que sucede
en el proletariado industrial. Allí, en particular en el sector
automotriz, vimos procesos de resistencia y reorganización, como es el
caso de los trabajadores de Honda, en El Salto Jalisco. Por otra parte,
la fuerte inversión trasnacional en ramas como ésta y otras (como la
aeroespacial) puede estar generando el surgimiento de nuevos
destacamentos del movimiento obrero, en situaciones de mucha
precarización, que pueden dar pie a procesos de reorganización y, por
que no, de lucha.
Junto a esto, el autoritarismo priista y su
manifestación en todos los órdenes de la vida política del país (desde
la represión y el ataque a las libertades mas elementales, hasta el
pisoteo del derecho a huelga y a la organización de los trabajadores,
sindical -como en Honda- y política -como la OPT) puede empujar
movimientos donde la cuestión democrática sea un motor fundamental y
motorizar la salida a la palestra de sectores populares en diversos
estados de la república. Esto sin duda puede combinarse con otras
reivindicaciones que son centrales en el México actual: el repudio a la
entrega al imperialismo, y el descontento con los salarios de hambre,
los topes salariales y la precarización.
Esta democracia para
ricos muestra dia a dia su caracter mas reaccionario. Hacia adelante,
hay que prepararse para nuevas jornadas donde aflore el descontento y
la lucha de clases, impulsar la organización política de la clase
obrera y la juventud combativa tras una perspectiva socialista, y
apostar a revertir los duros golpes dados por la clase dominante.
Blog del autor: http://cieloporasaltomex. wordpress.com
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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