“En 1529, un juez escribió a un amigo que tenía en Sevilla: “Si debes
enviar mercancía, envía mujeres, pues constituyen el mejor negocio en
este país”.
Citado por Jean Franco.
“El Amo está fijado en su ser Amo (Maître). No puede superarse,
cambiar, progresar. Debe vencer, convertirse en Amo y mantenerse como
tal. Ser Amo es entonces para él el valor supremo que no puede
superar”. Kojève.
“Falso de toda falsedad”, dijo Cuauhtémoc Gutiérrez, en esa doble
negación emparentada –con frecuencia- a la confesión. ¿Qué tanto se
habrá despeinado ante la advertencia del reportero del equipo de
Aristegui? Al día siguiente saldría un reportaje que lo implicaba en
una red de prostitución a su servicio. La realización de las fantasías
del sultanato, a cargo del erario. El hombre que se viste con camisetas
con su imagen, el que participa en los más siniestros intercambios en
su oficina decorada con Topo Gigios de peluche, ¿no es el mismo
personaje que la “libró” - gracias a sus eficaces complicidades- tantas
veces antes? El que amenaza, promete, chantajea, avienta sillas,
mantiene a miles de trabajadores en la miseria. “Poderoso caballero es
Don Dinero”, habrá pensado, quizá en la versión: “¿A quién le engraso
la pata pa’ que no me tuerzan estos jijos de la chingada?”.
¿A cuál de sus “amigos” llamó para que le retirara la piedrita en el
zapato? “Falso de toda falsedad”, como una autocrítica involuntaria. En
el programa de Carmen, el excelente trabajo de la reportera: “Sexo oral
sin protección, vaginal con protección”. Las huríes del profeta a él
lo rodeaban en la tierra. La cantidad de personas que lo encubren. Los
Amos son amorales, por definición; nada de qué espantarse, me imagino
que piensan. ¿Qué sería el poder imaginado como absoluto, sin su
implacable consumo de cuerpos? No sólo femeninos, no sólo para el sexo.
Los Amos consumen cuerpos: en la pepena, o en las oficinas del PRI.
La explotación es esa implacable máquina trituradora de identidades y
subjetividades.
8 de marzo, Gutiérrez en Facebook: “Hoy es un día para recordar las
deudas que tiene México con sus mujeres". El día de la mujer debe ser
un día para reflexionar.” Se lo habrá leído a Topo Gigio en voz alta,
un Amo no vive sin su público incondicional. A las muchachas las
atiende una triada de madrotas, guardianas obscenas y misóginas.
Priscila: “Lo que se le ofrezca. Saludarlo con un beso en la mejilla,
como si fuera tu amigo de hace años. El estar con él, no es diario ni a
cada rato, todo lo manejamos nosotras. Él nos dice: mándame a tal. Lo
que le logres sacar, es independiente de tu sueldo”. “Es como si fueran
sus amigas desde hace tiempo”, insiste, ella sabe que en el fondo fondo
fondo, su jefe es un “sentimental”. “No le gustan las del ‘otro
bando’”. ¿Correría el riesgo de no sentirse deseado, Gutiérrez? Sería
insoportable, en medio de esos “espontáneos” placeres burocratizados.
El Amo supone que no tiene límites, avanza como una aplanadora,
hasta que la Ley lo detiene. ¿Quién tuvo el coraje de provocar su
caída? El Amo ofrece favores, tiene “bienes” que repartir, y cantidad
de “males”, ya saben los otros a qué se atienen. No reconoce la Ley,
está convencido de ser él quien la dicta y la encarna, no cree en los
derechos de las personas, sobre todo, porque le cuesta un tremendo
esfuerzo imaginar que existen las personas. Protección, silencio y más
espacios de poder a cambio de manos que votan, de cuerpos que se
movilizan bajo sus órdenes, cuerpos que trabajan –agotados, pobres- en
los distintos tiempos del proceso de pepena.
En su texto “El zar de la basura. Caciquismo en la Ciudad de México
2007”, el doctor en sociología por la UNAM, Héctor Castillo Berthier
escribe: “La primera propuesta metodológica para la realización del
estudio fue la Investigación Participante, que demandó mi incursión
directa como trabajador barrendero del Servicio de Limpia, empleo que
cumplí durante dos meses para que, una vez hechos las amistades y
contactos necesarios, pudiera ‘subir de nivel’ como ‘machetero’ de un
camión recolector”. Héctor llegó hasta las ultra protegidas hectáreas
del inmenso pepenadero. Observó la miseria, el analfabetismo, los
abusos, el alcohol. Observó y escribió. “Tiempo después de concluido el
trabajo cuando se me preguntaba ¿qué encontraste en los tiraderos de
basura?, sólo atinaba a responder: ‘una fotografía perfecta del sistema
político mexicano’”.
Desigualdades abismales. Manipulación. Coerción. Injusticia social.
Corrupción. impunidad. Mantener los engranajes de la miseria en su
sitio, mantener la precariedad que obliga al sometimiento, acumular más
cuerpos obligados a rentarse. Cuerpos que el Amo maneja como si fueran
volúmenes deshabitados. ¿Cuántas cuerpos en el mitin? ¿Cuántos
golpeadores? ¿Cuántos lindos cuerpos femeninos para la mesa de los
infinitamente indignos? El Amo es un deshabitado emocional, lo
sabemos. Canallas sus cómplices y él. ¿A quién de ellos le importarían
las consideraciones morales? Los Amos compran y venden simulacros,
compiten por su capacidad de utilizar al mayor número posible de seres
humanos. ¿El precio de mil personas en el mercado del acarreo? “Mándame
a ‘la niña’”.
Una diría: “He allí un sujeto que delira”, sería subestimar la vasta
y deshumanizada canallería que ocupa los espacios del poder: Gutiérrez
y su –inimaginable- carrera política. Él renta cuerpos femeninos.
Renta la ilusión de ser deseado, de que las miradas femeninas lo
siguen sin tregua. La femineidad como prótesis de un ideal de virilidad
sostenido en la voluntad de dominio. Como el relojote, la cadenota, el
carro. Mujeres para ser “mirado” por ellas, y para que otros hombres
miren cómo él es mirado por ellas. La más primitiva de las puestas en
escena, no de la virilidad, sino de una virilidad que sin espejos,
desfallece: un “poderoso” está rodeado de mujeres sexualmente
disponibles, un “poderoso” tiene la posibilidad de ofrecerles cuerpos
femeninos a otros hombres. El cuerpo femenino –fragmentado- como moneda
de cambio: un par de senos, unas piernas, unos labios. En la más
misógina e insoportable de las versiones: “una nalga”. Oh, sí, parece
que en el inframundo así se habla.
“Las personas acaban tratando a otros seres humanos como cosas,
juguetes. Usando los términos de Martin Buber, las relaciones
humanizadas son ‘yo-tú’, mientras que las relaciones deshumanizadoras
son ‘yo-eso’… El hecho de ver a esos ‘otros’ como subhumanos,
prescindibles, se facilita mediante etiquetas, estereotipos”, Philip
Zimbardo. En la serie no hay singularidad, ni reconocimiento, ni
justicia, ni nombre propio; somos intercambiables, ante la máquina
trituradora de la serie.
“Los derechos de los trabajadores”. “Nuestros indígenas”, “Nuestro
pueblo”. Como un disco rayado década tras década y de partido en
partido, en el que lo único que se acerca a la verdad, es el adjetivo
posesivo: “nuestro”. El país que nos expropian, el país suyo de ellos.
“Ellos” son algunos, nosotros somos muchísimos. Y sin embargo…van por
todo, y los ciudadanos, tendemos a hacernos de ladito. Los vemos pasar
en tromba llenando esos inmensos egos suyos, tan insaciables como sus
bolsillos. “¿Qué encontraste en los tiraderos de basura?”, le preguntan
a Castillo Berthier, “Una fotografía perfecta del sistema político
mexicano”.
@Marteresapriego
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