4/15/2014

El sultanato y la renta de los cuerpos


 “En 1529, un juez escribió a un amigo que tenía en Sevilla: “Si debes enviar mercancía, envía mujeres, pues constituyen el mejor negocio en este país”. Citado por Jean Franco.

El sultanato y la renta de los cuerpos
“El Amo está fijado en su ser Amo (Maître). No puede superarse, cambiar, progresar. Debe vencer, convertirse en Amo y mantenerse como tal.  Ser Amo es entonces para él el valor supremo que no puede superar”. Kojève.

“Falso de toda falsedad”, dijo Cuauhtémoc Gutiérrez,  en esa doble negación emparentada –con frecuencia- a la confesión. ¿Qué tanto se habrá despeinado ante la  advertencia del reportero del equipo de Aristegui? Al día siguiente saldría un reportaje que lo implicaba en una red de prostitución a su servicio. La realización de las fantasías del sultanato, a cargo del erario. El hombre que se viste con camisetas con su imagen, el que participa en los más siniestros intercambios en su oficina decorada con Topo Gigios de peluche,  ¿no es  el mismo personaje que la “libró” - gracias a sus eficaces complicidades- tantas veces antes?  El que amenaza, promete, chantajea, avienta sillas, mantiene a miles de trabajadores en la miseria. “Poderoso caballero es Don Dinero”, habrá pensado, quizá en la versión: “¿A quién le engraso la pata pa’ que no me tuerzan estos jijos de la chingada?”.

¿A cuál de sus “amigos” llamó para que le retirara la piedrita en el zapato? “Falso de toda falsedad”, como una autocrítica involuntaria. En el programa de Carmen, el excelente trabajo de la reportera: “Sexo oral sin protección, vaginal con protección”.  Las huríes del profeta a él lo rodeaban en la tierra. La cantidad de personas que lo encubren. Los Amos son amorales, por definición; nada de qué espantarse, me imagino que piensan.  ¿Qué sería el poder imaginado como absoluto, sin su implacable consumo de cuerpos? No sólo femeninos, no sólo para el sexo.  Los Amos consumen cuerpos: en la pepena, o en las oficinas del PRI.  La explotación es esa implacable máquina trituradora de identidades y subjetividades.

8 de marzo, Gutiérrez en Facebook: “Hoy es un día para recordar las deudas que tiene México con sus mujeres". El día de la mujer debe ser un día para reflexionar.” Se lo habrá leído a Topo Gigio en voz alta, un Amo no vive sin su público incondicional.  A las muchachas las atiende una triada de madrotas, guardianas obscenas y misóginas. Priscila: “Lo que se le ofrezca. Saludarlo con un beso en la mejilla, como si fuera tu amigo de hace años. El estar con él, no es diario ni a cada rato, todo lo manejamos nosotras. Él nos dice: mándame a tal. Lo que le logres sacar, es independiente de tu sueldo”. “Es como si fueran sus amigas desde hace tiempo”, insiste, ella sabe que en el fondo fondo fondo, su jefe es un “sentimental”.  “No le gustan las del ‘otro bando’”. ¿Correría el riesgo de no sentirse deseado, Gutiérrez?  Sería insoportable, en medio de esos “espontáneos” placeres burocratizados.

El Amo supone que no tiene límites,  avanza como una aplanadora, hasta que la Ley lo detiene. ¿Quién  tuvo el coraje de provocar su caída? El Amo ofrece favores,  tiene “bienes” que repartir, y  cantidad de “males”, ya saben los otros a qué se atienen.  No reconoce la Ley, está convencido de ser él quien la dicta y la encarna, no cree en los derechos de las personas, sobre todo,  porque le cuesta un tremendo esfuerzo imaginar  que existen las personas. Protección, silencio y más espacios de poder a cambio de manos que votan, de cuerpos que se movilizan bajo sus órdenes,  cuerpos que trabajan –agotados, pobres- en los distintos  tiempos del proceso de pepena.

En su texto “El zar de la basura. Caciquismo en la Ciudad de México 2007”,  el doctor en sociología por la UNAM, Héctor Castillo Berthier escribe:  “La primera propuesta metodológica para la realización del estudio fue la Investigación Participante, que demandó mi incursión directa como trabajador barrendero del Servicio de Limpia, empleo que cumplí durante dos meses para que, una vez hechos las amistades y contactos necesarios, pudiera ‘subir de nivel’ como ‘machetero’ de un camión recolector”. Héctor llegó hasta las ultra protegidas hectáreas del inmenso pepenadero. Observó la miseria, el analfabetismo, los abusos, el alcohol. Observó y escribió. “Tiempo después de concluido el trabajo cuando se me preguntaba ¿qué encontraste en los tiraderos de basura?, sólo atinaba a responder: ‘una fotografía perfecta del sistema político mexicano’”.

Desigualdades abismales.  Manipulación. Coerción. Injusticia social. Corrupción. impunidad. Mantener los engranajes de la miseria en su sitio, mantener la precariedad que obliga al sometimiento, acumular más cuerpos obligados a rentarse.  Cuerpos que el Amo maneja como si fueran volúmenes deshabitados.  ¿Cuántas cuerpos  en el mitin? ¿Cuántos golpeadores? ¿Cuántos lindos cuerpos femeninos para  la mesa de los infinitamente indignos? El  Amo es un deshabitado emocional, lo sabemos. Canallas sus cómplices y él.  ¿A quién de ellos le importarían las consideraciones morales?  Los Amos compran y venden simulacros,  compiten por su capacidad de utilizar al mayor número posible de seres humanos. ¿El precio de mil personas en el mercado del acarreo? “Mándame a ‘la niña’”. 

Una diría: “He allí un sujeto que delira”, sería subestimar la vasta y deshumanizada  canallería que ocupa los espacios del poder: Gutiérrez y su –inimaginable- carrera política. Él renta cuerpos femeninos. Renta  la ilusión de ser deseado,  de que  las miradas femeninas  lo siguen sin tregua. La femineidad como prótesis de un ideal de virilidad sostenido en la voluntad de dominio. Como el relojote, la cadenota, el carro. Mujeres para ser “mirado” por ellas, y para que otros hombres miren cómo él es mirado por ellas. La más primitiva de las puestas en escena, no de la virilidad, sino de una virilidad que sin espejos, desfallece: un “poderoso” está rodeado de mujeres sexualmente disponibles, un “poderoso” tiene la posibilidad de ofrecerles cuerpos femeninos a otros hombres. El cuerpo femenino –fragmentado- como moneda de cambio: un par de senos, unas piernas, unos labios. En la más misógina e insoportable de las versiones: “una nalga”. Oh, sí, parece que en el inframundo así se habla.

“Las personas acaban tratando a otros seres humanos como cosas, juguetes. Usando los términos de Martin Buber, las relaciones humanizadas son ‘yo-tú’, mientras que las relaciones deshumanizadoras son ‘yo-eso’… El hecho de ver a esos ‘otros’ como subhumanos, prescindibles, se facilita mediante etiquetas, estereotipos”, Philip Zimbardo.  En la serie no hay singularidad, ni reconocimiento, ni justicia, ni nombre propio; somos intercambiables, ante la máquina  trituradora de la serie.

“Los derechos de los trabajadores”. “Nuestros indígenas”, “Nuestro pueblo”. Como un disco rayado década tras década y de partido en partido, en el que lo único que se acerca a la verdad, es el adjetivo posesivo: “nuestro”. El país que nos expropian, el país suyo de ellos. “Ellos” son algunos,  nosotros somos muchísimos. Y sin embargo…van por todo, y los ciudadanos, tendemos a hacernos de ladito. Los vemos pasar en tromba llenando esos inmensos egos suyos, tan insaciables como sus bolsillos. “¿Qué encontraste en los tiraderos de basura?”, le preguntan a Castillo Berthier,  “Una fotografía perfecta del sistema político mexicano”.

@Marteresapriego

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