Fernando López *
Es
difícil creer que sólo la imagen de un bebé ahogado nos haga comprender
que la crisis migratoria y de refugiados es un problema global. Aunque
trate de ser solidario de un lado del mundo hacia otro, aunque cruzar
el desierto de Sonora para llegar a Estados Unidos pueda llegar a ser
tan peligroso como cruzar mares para llegar a Europa, no puedo comparar
mi experiencia como migrante que cruzó el desierto a la de este pequeño
y su familia.
No se compara porque yo estoy vivo, aunque padecí hambre, sed,
cansancio y peligro –hoy día sigo vivo y estoy aquí escribiendo esto.
No puedo imaginar cuál era la situación de esta familia en su país.
Pero he visto algo que tal vez sea similar.
Recuerdo estar en Sásabe, Sonora. En un ranchito pegado a la
frontera con Arizona. Cientos de personas alistándose para empezar a
caminar una de las trayectorias más peligrosas del mundo. Recuerdo
gente de todas las edades, pero una imagen que nunca se me borrará es
esa de los niños. Recuerdo estar preocupado y lleno de nervios e
incertidumbre, imaginándome el reto al que estaba a punto de
enfrentarme y sus posibles consecuencias. Pero recuerdo ver niños en
ese ranchito en el desierto.
Corriendo y jugando, sin preocupaciones –sin realmente tener
entendimiento de dónde estaban, para dónde iban y por qué es que iban.
Mucho menos tenían idea del peligro y los riesgos. Su inocencia no les
permitía ver esto. Así imagino a este pequeño de Siria –sin concepto de
la realidad, de su familia, de su situación. No sabía que su país había
sido abatido por una guerra ni que su familia ya no tenía lugar en su
tierra. No sabía que este viaje no era por placer, sino por
supervivencia. Y que en este mismo acto de supervivencia ponían su vida
en la línea.
Ver un cadáver en el desierto o en las orillas de una playa –y tener
un concepto de que esa es la realidad sobre el problema de la migración
no nos llevará a ninguna parte. Sólo estamos viendo la punta del
iceberg. Este niño y su familia jamás hubieran tenido que arriesgar sus
vidas si su país no hubiera sido invadido y abatido por una guerra
sangrienta, cuyos fines eran el control y el poder sobre sus recursos.
Históricamente pueblos indígenas y de color han sido abatidos y
forzados a dejar su tierra, a buscar algo mejor. A buscar refugio del
puño de hierro colonial capitalista. En un sistema global que está
diseñado para exterminar y diseminar comunidades históricamente
marginadas.
La
realidad es que no podemos decir que los gobiernos han fallado a esta
gente por cerrarles sus fronteras o negarles refugio. La triste
realidad es que este sistema está siendo implementado con éxito, ya que
nunca fue diseñado para ayudar o beneficiar a esas comunidades.
No sabía que este viaje no era por placer, sino por supervivencia.
Para mí, en ocasiones es difícil hablar de mi experiencia. No sé si es
pena o trauma. Pero como dije antes, estoy aquí, vivo y eso no se
compara con nada.
Es muy tarde para hacer algo por ese bebé o su familia. También es
difícil creer que la humanidad aún tiene esperanza de cambiar y ser
mejor. Me tiemblan las manos al escribir esto, porque es algo difícil
de procesar. Lo único que espero es que ello se convierta en un llamado
de conciencia y solidaridad global entre comunidades migrantes a través
del mundo.
En una era en la que hay tanto odio en Estados Unidos en contra de
sólo un sector de la comunidad migrante. El reconocer que la migración
es un problema global que tiene raíces en la guerra y el colonialismo
es apenas el primer paso. El segundo es no esperar que los gobiernos
que diseñaron estos sistemas de opresión sean quienes lo solucionen,
sino tomar acción nosotros mismos.
* Organizador del Congreso de Jornaleros en Nueva Orléans.
Llegó a Estados Unidos en 2009.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario