2/12/2017

67 Festival de Berlín: Otras voces


Leonardo García Tsao

Berlín.
La primera película mexicana en ser estrenada en esta Berlinale fue el sobrio documental La libertad del diablo, de Everardo González. En esencia, se trata de una serie de testimonios de la violencia, ya sea sufrida o ejercida, en la zona fronteriza de Ciudad Juárez. Todos los testigos llevan máscaras cuyo aspecto está a medio camino entre las de luchadores y las usadas para terapias de quemaduras, lo cual les permite hablar sin tapujos.
Tal vez los testimonios más perturbadores son los de aquellos jóvenes contratados como sicarios cuando eran meros adolescentes. Sus voces indican una especie de remordimiento, aunque la sangre fría con que relatan sus crímenes los desmiente. Victimarios y víctimas son vistos como parte de una realidad demasiado cotidiana en un país donde las desapariciones y los asesinatos impunes sólo sorprenden a los extranjeros. De hora y pico de duración, La libertad del diablo no pretende ninguna estrategia estética. González nos confronta sólo con la voz reiterada de la violencia, con algunos paisajes de apropiada desolación.

Otro tipo de voces se escuchan todo el tiempo en The Dinner (La cena), una de las competidoras hollywoodenses del festival. Dirigida y escrita por el israelí Oren Moverman, se trata de un sicodrama familiar en el que un par de hermanos, interpretados por Richard Gere y Steve Coogan, se encuentran en permanente conflicto. El primero es un político prominente, candidato a gobernador, mientras el segundo es un pobrediablesco misántropo que odia lo que su hermano representa. Esos personajes y sus esposas –Rebecca Hall y Laura Linney, respectivamente– se dan cita en un restaurante tan pedante como lujoso, para discutir un asunto familiar de violencia que los concierne a todos.
Moverman corta a torpes flashbacks cuando quiere ilustrar el pasado de sus protagonistas, e incluso hace una revisión de la batalla de Gettysburgo, una de las obsesiones temáticas de la verborrea desatada. A pesar de que el cineasta cuenta con intérpretes de sobrada solvencia, no hace convincente el compromiso moral del político, ni el cinismo de su hermano antagonista. Y tanta discusión ética se vuelve cansina.

Gran expectativa despertó la proyección fuera de competencia de Trainspotting 2, inútil recuperación de Danny Boyle sobre uno de sus mayores éxitos, que vuelve a demostrar la generalizada nulidad de las segundas partes. Aquí Renton (Ewan McGregor) vuelve a Edinburgo a enfrentar a los ex amigos a los que traicionó en la primera: Sick Boy (Jonny Lee Miller), Spud (Ewen Bremner) y Bagbie (Robert Carlyle) no están tan dispuestos a perdonar. (Sorprende que no haya habido defunciones entre ellos.)
La nostalgia es el nombre del juego y Boyle vuelve a imágenes de la original, aunque sea para recordar que McGregor alguna vez fue un actor fresco y dinámico. También algunas canciones se repiten con ese fin. Sin embargo, el asunto tiene una sensación de cansado rebuscamiento de algo que evoque una sensación de pérdida en la vida de los personajes. Parafraseando a José Emilio Pacheco: ¿quién puede tener nostalgia de ese horror que fueron los 90?

Hablando de nostalgia, uno descubre que la Berlinale ha dejado de editar su catálogo desde la edición pasada. Por años, ese catálogo fue un modelo de información útil y concisa, que reunía el programa completo de cada edición con filmografías completas. Ahora, me explicaron, toda esa información se puede conseguir por Internet, por lo que se consideró que un catálogo salía sobrando.

Lo que no ha variado es el clima gélido del festival. Con razón, la imagen recurrente de los carteles de esta 67 edición es la de un oso real en diversos parajes berlineses. Así hay que salir a la calle, con disfraz osuno para sobrevivir estas calles.
Twitter: @walyder

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