Leonardo García Tsao
Berlín.
La primera película mexicana en ser estrenada en esta Berlinale fue el sobrio documental La libertad del diablo, de
Everardo González. En esencia, se trata de una serie de testimonios de
la violencia, ya sea sufrida o ejercida, en la zona fronteriza de Ciudad
Juárez. Todos los testigos llevan máscaras cuyo aspecto está a medio
camino entre las de luchadores y las usadas para terapias de quemaduras,
lo cual les permite hablar sin tapujos.
Tal vez los testimonios más perturbadores son los de aquellos jóvenes
contratados como sicarios cuando eran meros adolescentes. Sus voces
indican una especie de remordimiento, aunque la sangre fría con que
relatan sus crímenes los desmiente. Victimarios y víctimas son vistos
como parte de una realidad demasiado cotidiana en un país donde las
desapariciones y los asesinatos impunes sólo sorprenden a los
extranjeros. De hora y pico de duración, La libertad del diablo
no pretende ninguna estrategia estética. González nos confronta sólo
con la voz reiterada de la violencia, con algunos paisajes de apropiada
desolación.
Otro tipo de voces se escuchan todo el tiempo en The Dinner (La cena), una
de las competidoras hollywoodenses del festival. Dirigida y escrita por
el israelí Oren Moverman, se trata de un sicodrama familiar en el que
un par de hermanos, interpretados por Richard Gere y Steve Coogan, se
encuentran en permanente conflicto. El primero es un político
prominente, candidato a gobernador, mientras el segundo es un
pobrediablesco misántropo que odia lo que su hermano representa. Esos
personajes y sus esposas –Rebecca Hall y Laura Linney, respectivamente–
se dan cita en un restaurante tan pedante como lujoso, para discutir un
asunto familiar de violencia que los concierne a todos.
Moverman corta a torpes flashbacks cuando quiere ilustrar el
pasado de sus protagonistas, e incluso hace una revisión de la batalla
de Gettysburgo, una de las obsesiones temáticas de la verborrea
desatada. A pesar de que el cineasta cuenta con intérpretes de sobrada
solvencia, no hace convincente el compromiso moral del político, ni el
cinismo de su hermano antagonista. Y tanta discusión ética se vuelve
cansina.
Gran expectativa despertó la proyección fuera de competencia de Trainspotting 2,
inútil recuperación de Danny Boyle sobre uno de sus mayores éxitos, que
vuelve a demostrar la generalizada nulidad de las segundas partes. Aquí
Renton (Ewan McGregor) vuelve a Edinburgo a enfrentar a los ex amigos a
los que traicionó en la primera: Sick Boy (Jonny Lee Miller), Spud
(Ewen Bremner) y Bagbie (Robert Carlyle) no están tan dispuestos a
perdonar. (Sorprende que no haya habido defunciones entre ellos.)
La nostalgia es el nombre del juego y Boyle vuelve a imágenes de la
original, aunque sea para recordar que McGregor alguna vez fue un actor
fresco y dinámico. También algunas canciones se repiten con ese fin. Sin
embargo, el asunto tiene una sensación de cansado rebuscamiento de algo
que evoque una sensación de pérdida en la vida de los personajes.
Parafraseando a José Emilio Pacheco: ¿quién puede tener nostalgia de ese
horror que fueron los 90?
Hablando de nostalgia, uno descubre que la Berlinale ha
dejado de editar su catálogo desde la edición pasada. Por años, ese
catálogo fue un modelo de información útil y concisa, que reunía el
programa completo de cada edición con filmografías completas. Ahora, me
explicaron, toda esa información se puede conseguir por Internet, por lo
que se consideró que un catálogo salía sobrando.
Lo que no ha variado es el clima gélido del festival. Con razón, la
imagen recurrente de los carteles de esta 67 edición es la de un oso
real en diversos parajes berlineses. Así hay que salir a la calle, con
disfraz osuno para sobrevivir estas calles.
Twitter: @walyder
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