Lenguantes
Por: Cynthia Híjar Juárez*
A los 12 años escuché por primera vez la opinión que un par de
desconocidos tenían sobre mi cuerpo y descubrí cómo el hecho de ser una
niña parecía permitirles emitir esta opinión de la forma más cobarde y
violenta. Era un par de hombres que, envalentonados por el camión que
conducían, me lanzaron uno de esos mal llamados piropos. Ese día grité
todas las groserías que podía enunciar. Grité con todas mis fuerzas y mi
madre, que caminaba conmigo en ese momento, me dijo que le preocupaba
que después de defenderme los agresores volvieran a atacar con mayor
intensidad.
Han pasado 17 años y aún ahora que mi madre se ha asumido feminista, sé
que tiene miedo de que algo me suceda. Ella y yo sabemos que la
autodefensa es necesaria, pero que sería mejor vivir en un lugar donde,
como dice la sabiduría feminista, no necesitáramos ser valientes sino
libres de violencia. A veces también me llaman amigas, primos, o
cualquier persona que me ha querido y me pide que me cuide. Yo sé que
sabes defenderte, me dicen, pero no sé qué haría si algo te pasa.
Gracias al feminismo sé que no soy la única a la que se le pide cuidarse
en un mundo donde no se pide a los hombres que dejen de agredir, de
violar, de matar, de creer que su opinión es necesaria.
El transitar de las mujeres está siempre sometido a descargas de
violencia que, podamos o no verlo, condicionan nuestro estar en los
espacios. Pienso, por ejemplo, en el acoso sexual callejero, que te
sorprende a los 12 años y en cómo nadie nos enseña que estamos en riesgo
y cómo podemos actuar en una situación de peligro o de hostilidad
normalizada para salir avante de todas las cosas que condicionan nuestro
estar en el mundo.
El piropo es el eufemismo de la violencia sexual que los hombres ejercen
en cualquier lugar que una mujer transita, pero mi ejemplo de piropo es
quizás muy corto ante lo que leo todos los días en mi transitar y el de
otras. Me refiero, desde luego, las mujeres. A nosotras, a nuestros
cuerpos leídos con la carga de debilidad y despojos que se nos han
impuesto.
Pienso en mis sobrinas, en mis amigas trans agredidas y excluidas de los
espacios como baños públicos incluso por otras mujeres, en las
desconocidas que veo caminar por la calle y con quienes me enseñaron que
debía competir. Pienso en todas las disidentes de la heteronorma y en
les otres, que han rechazado la categoría de hombre. ¿Cómo se sobrevive
en este mundo? ¿Cómo se sobrevive a transitar en él?
La semana pasada, por ejemplo, escuché en una cena que había que
boicotear a UBER por los casos de agresión sexual difundidos en redes
sociales. Una chica decía que ella no tenía aún una mejor forma o más
segura que usar este servicio para volver a casa cuando es de noche o ha
bebido. Pienso entonces en las agresiones a ciclistas, que se realizan
desde una profunda idea patriarcal de quién merece el espacio en la
calle (quien tenga más lámina y pueda pagarla) y en el riesgo que
implica para una mujer caminar sola de noche por cualquier calle este
país podrido de machismo.
Pienso en Lesvy, que no pudo estar a salvo del machismo feminicida ni
siquiera en la Ciudad Universitaria que tanto se jacta de ser un lugar
seguro. Pienso en lo injusto que ha sido su caso y tengo una
desconfianza terca ante las medidas que puedan tomar las autoridades
universitarias para criminalizar estudiantes en lugar de generar
estrategias de cuidado colectivo y respetar los derechos de las mujeres
que transitamos CU.
Pienso también en las agresiones a las automovilistas, el terror de
cuando se te poncha una llanta de noche. Pienso en Isabel Otero que
vuela a lado de violadores en potencia en Interjet. Ruedas, aire,
tierra: ¿acaso todos son para nosotras espacios de riesgo potencial?
Hace un par de semanas Renata Villareal denunció mediante un video que
el conductor del UBER en el que se trasladaba hacia su casa miraba
pornografía en su teléfono mientras conducía. No tenemos tregua. Nuestro
derecho de ocupar el espacio público se ve obstaculizado con cada
agresión. Pareciera que a cada paso que damos, vamos confrontando una
situación de riesgo, incluso en los servicios que pagamos para estar
seguras.
Por otra parte, viene a la discusión el tema de la seguridad. Queremos
estar seguras pero ¿qué significa eso para nosotras? Pienso esta vez en
Atenco. La policía, llena de criminales y violadores definitivamente no
es una opción.
Necesitamos hablar de nuestra situación, de los riesgos reiterados, de
las estrategias de autodefensa y huida. Necesitamos comenzar a
plantearnos la posibilidad de formular cuadros de autodefensa en los
espacios cotidianos, con nuestras amigas, familiares, con las compañeras
del trabajo y de la escuela. Necesitamos hablar con las niñas de
nuestra situación. No estamos solas, pero es seguro que contamos
solamente con nosotras mismas.
*Cynthia Híjar Juárez es educadora popular feminista. Actualmente
realiza estudios sobre creación e investigación dancística en el Centro
de Investigación Coreográfica del Instituto Nacional de Bellas Artes.
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | Ciudad de México.-
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