Luis Hernández Navarro
El 13 de abril de
2012, el rey de España Juan Carlos de Borbón, tropezó en Botsuana, se
rompió la cadera y se abolló la corona. El traspié inició el declive
político que culminaría con su abdicación al trono. El monarca se
encontraba en ese país africano acompañado de su amante en un safari
para cazar elefantes.
Matar elefantes no es un delito en varios países africanos. Cada año
son ultimados en el continente 35 mil paquidermos, en promedio uno cada
15 minutos. Esta cifra, a la que hay que agregar la mortalidad natural,
rebasa ya la tasa de natalidad de los elefantes, que se encuentran en
peligro de extinción.
Esos paquidermos –explicaba Alejandro Nadal Egea, fallecido el pasado
16 de marzo– no son cazados, en realidad son asesinados. Son animales
que viven en sociedad, muy inteligentes, con una forma de vida ejemplar,
excepcional en el reino animal, de los que debemos aprender. Sufren por
sus muertos, tienen una historia. Una matriarca –por ejemplo– puede
recordar el ojo de agua al que condujo a su familia hace 30 años.
La opinión de Alejandro no era ni improvisada ni romántica. Él era un
gran conocedor de la vida de los paquidermos, del comercio de marfil y
de la biodiversidad. Sus aportaciones junto a Francisco Aguayo fueron
centrales en desenmascarar el mito de que la legalización del comercio
de la vida silvestre es una solución para proteger a especies en peligro
de extinción. Denunció la falsedad, sostenida en algunos ámbitos
ambientalistas, de que legalizar este negocio sirve de freno a las transacciones ilegales porque
bajan los precios. Mostró cómo el comercio legal aumenta el ilegal y la caza furtiva, ya que la demanda real de estos bienes es superior al suministro lícito. Peor aún, le sirve de cobertura (https://bit.ly/3aanISV).
Según Nadal, el millonario comercio de marfil que se encuentra detrás
del asesinato de miles de elefantes es una metáfora del carácter
depredador del capitalismo, que busca transformar en espacio de
rentabilidad cualquier cosa que se le atraviese. En los hechos, la única
utilidad del marfil es como símbolo de estatus. Con él no se elabora
algún sofisticado dispositivo tecnológico ni una medicina sanadora.
Es, además, un negocio íntimamente vinculado al comercio de esclavos.
Ahora se habla de China –decía–, pero en el siglo XIX Europa fue el
gran mercado de marfil. ¿De dónde venía? Los elefantes estaban en la
sabana, tierra adentro, no en los puertos de África. Los negociantes
debían ir hasta allá a matar al animal, quitarle los colmillos y
transportarlos. Lo hicieron a través del comercio de esclavos. El
traslado de marfil se hizo a lomo de esclavo, de su sangre y
explotación.
Alejandro llevaba esta metáfora aún más lejos y sostenía que
simbolizaba los problemas de rentabilidad que padece el capitalismo
mundial actual. Tenemos –explicaba– un problema de estancamiento en la
rentabilidad de capital desde 2000. Antes de eso hubo cierta
recuperación, pero entre 66, 80 y 85 hubo una tendencia a caídas muy
fuertes en las actividades industriales y servicios. Llevamos 40 años de
ver una tendencia al estancamiento de la economía global, una caída en
la tasa de rentabilidad, que propició el auge del capital financiero.
Según él, el capital financiero busca todo tipo de oportunidades de
rentabilidad en la especulación, y cuando ésta se agota, incursiona en
lo que se ha llamado la financiarización de la naturaleza.
Alejandro Nadal descubrió la economía al terminar la carrera de
derecho. Estudió entonces un doctorado en economía en la Universidad de
París X Nanterre. Enseñó teoría económica comparada en El Colegio de
México. Trabajó en microeconomía, que es la teoría del mercado, de cómo
funcionan los precios, de cómo se desempeña la famosa mano invisible.
Luego incursionó en macroeconomía, es decir, en el análisis de economías
capitalistas enteras. Simultáneamente, efectuó varios estudios a
profundidad sobre diferentes industrias.
Preocupado con lo que hacemos con el planeta, investigó y se dedicó a
la defensa del ambiente. Documentó a fondo (como en el caso de los
elefantes), las fuerzas económicas que impulsan la destrucción del
entorno, desde el cambio climático hasta los recursos genéticos. Fue
integrante del Board of Directors de The Bulletin of the Atomic Scientists.
Durante más de 20 años publicó religiosamente un artículo semanal en La Jornada,
en el que explicaba con rigurosidad y relativa sencillez, asuntos
complejos de la economía nacional e internacional. “Creo –dijo a In Motion Magazine–
que es muy importante salir y tratar de enviar al público en general
las cosas alarmantes que descubrí en mis investigaciones. Esas columnas
eran su pasión. Escribió la última gravemente enfermo, apenas una semana
antes de morir.
En el obituario de Alejandro Nadal, que escribió el doctor Adam Cruice en el Journal of African Elephants, lo describe como
un gigante de la conservación global de la vida silvestre, con un
legado colosal. Según él, sus inmensos conocimientos iluminaron desde el interior la economía del comercio legal y el tráfico ilícito de las especies silvestres. Sin embargo, siendo esto cierto, sus aportaciones a la crítica del capitalismo contemporáneo fueron más allá de este terreno. Por lo pronto, lo vamos a echar en falta.
Twitter: @lhan55
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