Evitemos que el miedo se haga pánico. Necesitamos como nunca cabeza fría y corazón caliente.
El miedo es reacción sana ante amenazas. Nace en el sistema nervioso
autónomo, como respuesta refleja y vital; es buena guía para actuar. El
pánico es miedo excesivo sin fundamento que propicia comportamiento
irracional.
Estamos ante amenazas sin precedente. Es útil aprender de la
historia, pero no es la peste negra o la gripa española. Tampoco 1929 o
cualquiera de las crisis anteriores. Ni siquiera puede aplicarse el
término crisis; toda crisis tiene solución y ésta no la tiene.
No estamos ante una emergencia sanitaria. El coronavirus debería
producir miedo razonable ante una amenaza manejable, no el pánico
manipulable que se ha creado.
Es quizá inevitable que se contagie la mayoría de la población. La
mayor parte de quienes se contagien no lo sabrán porque no tendrán
síntoma; cuando más, cierta fatiga. Un pequeño grupo padecerá algo
parecido a una gripa y sólo un grupo muy reducido tendrá padecimientos
mayores, que pueden requerir hospitalización. Unos cuantos morirán.
No se trata de una amenaza general. Es importante precisar a quiénes
afecta. No han muerto en parte alguna personas de menos de 15 años. En
el grupo de 15 a 40 años murieron algunas personas con otros
padecimientos serios. Lo mismo ocurre, en proporción mayor, en el grupo
de 40 a 80 años. La mortandad principal se ha presentado en personas de
más de 80 años. Murió 15 por ciento de las infectadas; tenían
condiciones delicadas de salud y en su mayoría eran hombres. Hay
excepciones a esto… como en todo.
Tomemos en serio tales datos. Para la mayor parte de la gente, en
México, agresiones y accidentes seguirán siendo las principales causas
de muerte. El coronavirus apenas contará.
Pertenezco al grupo de edad de más alto riesgo, quienes tenemos más
de 80 años. Me he impuesto la cuarentena; me parece razonable hacerlo.
En México, para nuestro grupo, el porcentaje de muertos será
probablemente mayor a 15 por ciento, porque ni el gobierno ni el país
están preparados para atender los casos que requieren hospitalización y
atención especial. Aún así, se trata de una proporción normal para
personas de mi edad.
El esfuerzo social y gubernamental, por el virus, debería estar
concentrado en esas personas, ampliando y profundizando la atención que
ha de darse a los ancianos. No se está haciendo. Y así se producirán
tragedias, como las de Italia, con cientos de ancianos muertos.
El más perspicaz y conocedor de nuestros analistas económicos,
Alejandro Nadal, que infortunadamente acaba de abandonarnos, nos lo dijo
muchas veces: no sabíamos cuándo ni cómo, pero sabíamos que vendría y
que sería peor que todo lo anterior.
Cae a pedazos el mundo que conocíamos, en particular la economía. Se
extiende el colapso como reguero de pólvora. Como siempre, los que menos
tienen sufrirán más. Mientras un número creciente de personas intenta
acostumbrarse a vivir de nuevo en casa y con despensa, muchas más
tendrán que salir a la calle para sobrevivir. Una parte muy grande de
ellas ya no conseguirá lo que antes obtenía. Su única opción, a corto
plazo, sería un ingreso universal… que no está a la vista todavía.
A voluntad o a fuerza la gente dejará de consumir casi todo,
profundizando la parálisis económica. En 15 días se redujeron más
consumos dañinos al ambiente que en 20 años de predicarlo. Poco a poco
se abandonará la obsesión del coronavirus y será preciso enfrentar una
realidad nueva. Para la mayoría, no habrá ya ingreso regular ni abasto
apropiado. Empezará a ser evidente que la única opción realista
consistirá en producir la propia vida. Las personas que menos tienen son
las que están mejor preparadas para eso; no será fácil para
clasemedieros con ingreso seguro y dependientes de las tiendas.
Arriba, dirigentes de gobiernos y corporaciones seguirán corriendo
desatinadamente, encerrados todavía en su lógica muerta. Unos buscarán
ganancias políticas o económicas adicionales a partir de las tragedias.
Otros cometerán todo tipo de atropellos al intentar mayor control
directo o indirecto de todo lo que se mueva. Prepararán así su propia
extinción.
Muchas y muchos, abajo, nos preparamos para lo peor, aunque sigamos
esperando lo mejor. Combatiremos el aislamiento y la individualización.
Sabemos que sólo de la mano de otras y otros podremos enfrentar el
desastre, pero nos enlazaremos con imaginación y sin amontonamientos.
Confiaremos en el flamante liderazgo femenino, que llegó en buen
momento. No se unirán individuos homogéneos en torno a banderas
deshilachadas y vacías. Será el tejido fuerte de los nosotros forjados
en el lazo cotidiano, en pequeños grupos de amigas y amigos o en el seno
de barrios o comunidades; habrán nacido apenas ayer… o hace siglos.
Buscaremos lo que no haga daño al planeta ni al tejido social.
Regresaremos al presente, a construirlo con ánimo renovado.
Agamben tiene razón: el futuro ya no tiene futuro. Se lo robaron.
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