Las condiciones críticas en
las que viven millones de personas en el mundo entero fueron difíciles
de diagnosticar y, por lo tanto, de prevenir. Lo difícil de entender es
que el gobierno de Estados Unidos haya ignorado las alarmas que las
autoridades sanitarias del propio gobierno prendieron hace meses sobre
la certeza de que la epidemia azotaría al país entero. Varias
investigaciones publicadas en medios han hecho un recuento de los
eventos que demuestran la irresponsabilidad del gobierno en el manejo de
los instrumentos capaces, si no de evitar sus catastróficos efectos,
sí, cuando menos, de atenuar su extensión y profundidad. Los propios
medios señalaron que no existe la intención de alarmar a la población ni
de atacar al presidente o a sus colaboradores ni tampoco de politizar
un problema tan delicado. Pero que hay evidencias de clara omisión. De
haberse atendido hubiera atenuado y, en muchos casos, evitado el
sufrimiento de millones de personas, por no decir la magnitud de la
crisis económica que se avecina. Como siempre ocurre en estos casos, por
desgracia, millones de personas de bajos recursos y los que carecen de
un empleo formal son los más afectados.
En el borrador de un reporte fechado en octubre del año pasado se da
cuenta de una simulación que en la administración pasada se hizo sobre
la forma en que se procedería en el caso de una epidemia como la actual y
se pone de relevancia la confusión en el gobierno federal sobre las
agencias responsables de coordinar los asuntos relativos a la salud. En
el ejercicio, multitud de centros de salud municipales, estatales y
federales desconocían cuáles eran los recursos de los que el gobierno
disponía para enfrentar una crisis como la actual.
En 2017, ante la certeza de que una epidemia como la del Ébola o de
la A/H1N1 se repetiría, los funcionarios responsables de la transición
entre el gobierno de Obama y de Trump analizaron y previeron los
escenarios de respuesta para atacarla. Meses después, Trump declaró que
nadie pudo prever lo que sucedería. El hecho es que, derivado de las
simulaciones que se habían realizado, sí había consciencia de que algo
similar podría ocurrir. Por lo menos tres secretarios del gobierno
actual que pertenecieron al Gabinete de Seguridad estaban al tanto de
las conclusiones de esos ejercicios. Es elemental suponer que Trump
estaba al tanto de ello, a menos que el presidente no estuviera enterado
de las discusiones en su entorno más cercano. Sin embargo, dijo no
saber nada del asunto.
El 11 de marzo de este año, cuando la Organización Mundial de la
Salud declaró que la epidemia originada en China era ya una pandemia de
alcance global, Trump expresó con optimismo que su gobierno estaba en
control total; nadie entendió qué fue lo que quiso decir. Durante todo
febrero y parte del mes de marzo, en cada declaración y conferencia de
prensa, reafirmó una y otra vez tener controlado todo lo relativo a la
pandemia; incluso aseguró que el número de enfermos en Estados Unidos
iba a la baja, y agregó que la crisis de repente desaparecería como
milagro. Su declaración contradecía la información proveniente de los
estados, de la mayoría de los centros de salud, del director del Centro
de Enfermedades Epidemiológicas y de las investigaciones de prensa. El
presidente siguió insistiendo que todo era un bluf y una conspiración de los demócratas y los medios en su contra.
Sin embargo, el 17 de marzo sorprendió a propios y extraños cuando,
en uno de sus característicos reveses, declaró que él siempre había
estado consciente de que existía una pandemia. Es más, dijo,
yo lo sabía aún antes de que fuera declarada oficialmente. ¿A quién creer? se pregunta la sociedad estadunidense, que en su desconcierto ve con desazón y desesperación la errática conducta del primer mandatario.
Una nota final: nunca tantos ha-bían estado tan alejados físicamente, pero virtualmente tan cerca. ¿Será el futuro?
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