El 22 de marzo es el
Día Mundial del Agua. En nuestro país la fecha fue usada por el
gobierno para exhibir su voluntad de no reconocer este derecho a los
pueblos indígenas. No hubo actos públicos que dieran cuenta de ello,
pero muchos pueblos así lo vivieron. Un ejemplo claro es el intento de
la Comisión Nacional del Agua (Conagua) y las Consejería Jurídica de la
Presidencia de la República de desconocer, o al menos reducir a su
mínima expresión, los acuerdos tomados con la Coordinadora de Pueblos
Unidos por el Cuidado y la Defensa del Agua (Copuda) en los valles de
Oaxaca. El caso tiene una importancia porque los acuerdos que se
pretenden desconocer derivan de un mandato judicial y con ellos se busca
operativizar el cumplimiento de derechos reconocidos desde hace mucho
tiempo en el sistema jurídico mexicano y el internacional, de aplicación
obligatoria en nuestro país, y de concretarse la negación de lo
pactado, el gobierno seguiría violando el derecho de los pueblos
indígenas.
Para apreciar lo grave del asunto es importante recordar que la
Constitución federal establece el derecho de los pueblos indígenas de
México para acceder de manera preferente a los recursos naturales
existentes en los lugares que habitan, y el internacional extiende ese
derecho a la utilización, administración y conservación de dichos
recursos. Con base en estas disposiciones, desde diciembre de 2014 un
tribunal federal obligó al gobierno a realizar una consulta a los
pueblos organizados en la Copuda sobre los destinos de parte del agua de
los valles centrales de Oaxaca. Como parte de los acuerdos alcanzados
en ella, la Conagua aceptó extenderles concesiones colectivas para que,
como lo establece el derecho internacional, ellos la utilicen,
administren y conserven, como establece el derecho internacional.
Ese acuerdo quedó establecido en el convenio signado el doce de
octubre del año pasado por la titular de la Conagua, doctora Blanca
Elena Jiménez Cisneros, y seis funcionarios más de esa institución que
tienen responsabilidad en el Organismo de Cuenca Pacífico Sur, donde se
ubican los pueblos con quienes se estaban comprometiendo. Pero no sólo
ellos. También firmaron y se comprometieron a cumplir lo acordado, el
director general y el coordinador general de Derechos Indígenas del
Instituto Nacional de Pueblos Indígenas, como órgano técnico de la
consulta; y, como garantes de lo acordado el presidente y visitador
especializado en Pueblos Indígenas de la Defensoría de Derechos Humanos
del Pueblo de Oaxaca. Ninguna de estas autoridades se ha pronunciado
ante los intentos del gobierno de desconocer sus compromisos. Por los
pueblos firmaron sesenta y dos autoridades comunitarias; como testigo de
honor firmó el titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos
Naturales, Víctor Toledo Manzur; como observador Jan Jarab, y Bernardo
Serrano González, representante en México de la Oficina de la Alta
Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y Oficial
de Derechos Humanos de la misma institución internacional.
Este convenio, vinculante para ambas partes porque tenían facultad
para signar lo que firmaron, pero sobre todo porque está sustentado en
docsumentos de derechos humanos que no se pueden desconocer, es
suficiente para que la Conagua proceda a la extensión de las concesiones
colectivas a los pueblos indígenas comprometidos, y éstos comiencen a
administrar sus recursos hídricos. Pero a pesar del tiempo transcurrido
eso no ha sucedido, y ahora el gobierno busca condicionarlas a un
decreto presidencial donde se establezca la manera en que habrá de
realizarse el aprovechamiento, administración y conservación del recurso
hídrico a concesionar, violando el derecho a la autonomía de los
pueblos indígenas y haciendo nulo el derecho pactado. De prosperar esta
pretensión, el gobierno seguiría obligando a los pueblos a litigar en su
contra para poder acceder a sus derechos, como si fueran sus enemigos, o
peor todavía, como si no fueran mexicanos.
El asunto es grave. Como se sabe, alrededor de 23 por ciento del agua
que existe en el territorio mexicano se capta en territorios indígenas,
pero a pesar del derecho establecido en las leyes en favor de los
indígenas, éstos no tienen acceso a ella porque el actual diseño de
administración y aprovechamiento de ella está hecho para favorecer a la
agricultura de exportación, a la industria y, en general, al capital.
Nadie valora que gracias a la relación de los pueblos indígenas con la
naturaleza y a sus concepciones culturales relacionadas con el agua, es
posible la gran diversidad biológica del país y la agricultura
tradicional que alimenta a una buena parte del país. Por eso es urgente
que, al margen de la negación de los derechos de los pueblos indígenas
al agua por el gobierno encargado de vigilar que este derecho se cumpla,
sean ellos los que enfoquen sus esfuerzos para hacerlos realidad. Su
carácter de pueblos les da la legitimidad para hacerlo.
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