Editorial La Jornada
La Secretaría de Seguridad
y Protección Ciudadana (SSPC) informó ayer que el número de homicidios
dolosos cometidos en el país registró su tercer mes consecutivo a la
baja. De acuerdo con el informe preparado por el Secretariado Ejecutivo
del Sistema Nacional de Seguridad Pública, durante febrero se
perpetraron 2 mil 766 asesinatos, es decir, 1.9 por ciento menos en
comparación con el mes precedente y 1.8 por ciento menos frente a las
cifras de febrero de 2019. Asimismo, se destacó que la cifra representa
una disminución de 10 por ciento en comparación con julio de 2018, el
mes más violento documentado en los 20 años durante los cuales se ha
llevado dicha estadística.
Aunque a todas luces distan de ser suficientes, frente a una crisis
de inseguridad desbordada, los números dados a conocer por las
autoridades en la materia resultan alentadores en tanto parecen apuntar a
que finalmente se alcanzó un punto de inflexión, tras dos años de un
panorama desolador. En efecto, los datos del propio Secretariado
Ejecutivo dan cuenta de que 34 mil 582 asesinatos convirtieron a 2019 en
el año más violento de la historia mexicana reciente, y 2018 no fue
menos terrible, con sus 33 mil 669 vidas segadas (aunque el Instituto
Nacional de Estadística y Geografía eleva el conteo para el año
antepasado hasta 36 mil 685).
Sin embargo, la buena noticia se ve ensombrecida por el atroz dato
que la acompaña: esta mejoría en el número general de homicidios dolosos
no se reflejó en una reducción paralela de los asesinatos de mujeres;
por el contrario, entre el primer y el segundo mes del año los
feminicidios tuvieron un repunte de 24 por ciento al pasar de 74 a 92
víctimas. La situación de inseguridad que enfrentan las mujeres de todo
el país resulta exasperante por el acelerado deterioro experimentado en
años recientes: de 411 feminicidios registrados en 2015, se pasó a 976
episodios en 2019, un incremento de 137 por ciento en apenas cuatro
años, que no da señales de remitir.
Cabe esperar que la mejoría presentada sea un saldo duradero de la
política de seguridad puesta en marcha por la actual administración
federal, pero parece claro que es muy pronto para dejarse llevar por el
optimismo, pues en el pasado ya se han dado disminuciones temporales de
la violencia, seguidas de alarmantes repuntes. Además de los esfuerzos
para consolidar la reducción de las muertes violentas en el territorio
nacional, los números oficiales recuerdan la urgencia de poner en marcha
una estrategia específica pa-ra atajar todas las formas de agresión que
padecen las mujeres, y en especial la más extrema de estas modalidades.
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