Juan Arturo Brennan
Hace ya muchos años, ese agudo
escritor e insigne melómano que fue Juan Vicente Melo escribió un
delicioso (e hilarante) texto titulado Donde se trata de las virtudes terapéuticas y de los efectos patógenos de la música.
En el entendido de que es evidente que nos esperan muchos y largos días
de encierro, y de que una de las mejores formas en que podremos
aprovechar el tiempo será escuchando (y mirando) música, recomiendo
enfáticamente iniciar los inminentes rituales sonoros caseros de
primavera con la lectura del mencionado texto.
Pero mi recomendación no para ahí: sugiero al lector melómano
complementar la lectura del escrito de Melo con la búsqueda concienzuda y
audición atenta de las músicas que ahí menciona. Estoy cierto de que,
además de ser un ejercicio detectivesco muy divertido, ello puede
derivar en largos ratos de auténtico disfrute musical, en el entendido
de que Juan Vicente Melo sabía de lo que hablaba, de lo que escribía, y
de lo que escuchaba. Me pregunto retóricamente: si Melo hubiera vivido
en nuestros tiempos, ¿qué efecto patógeno irreversible y fatal hubiera
asignado al reguetón? En este punto cabe recordar el dato históricamente
relevante de que la primerísima obra de Manuel M. Ponce fue su precoz Marcha del sarampión, escrita seguramente con intenciones exorcistas.
Entre las recomendaciones musicales específicas para estas semanas de recogimiento forzoso está otra lectura: la del libro Músicos y medicina: historias clínicas de grandes compositores, de Adolfo Martínez Palomo.
En sus páginas usted encontrará, gracias a la melomanía y la vocación
de investigación del destacado científico mexicano, descripciones
puntuales y detalladas de las enfermedades que aquejaron (y mataron) a
Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Rossini, Schubert, Bellini, Chopin,
Wagner, Verdi y Chaikovski. Y una vez revisada esta interesante lista de
armoniosas y contrapuntísticas dolencias, puede usted consultar una
breve adenda en la que Martínez Palomo da cuenta de las penosas penurias
patológicas de Monteverdi y Vivaldi. Si usted prefiere adentrarse en
los recónditos recovecos de las atribuladas almas de algunos
compositores destacados que perdieron la razón, busque y lea Música y enfermedad mental: vidas de compositores que presentaron una enfermedad mental, de Carlos Delgado Calvete.
Si bien estas lecturas pueden fortificar nuestro espíritu en estos
tiempos de zozobra, ciertamente es mejor escuchar música que leer sobre
música. Recientemente, ha surgido entre melómanos la inescapable
pregunta: ‘‘¿Qué vas a escuchar durante la cuarentena?” Yo, por mi
parte, me rehúso a ponerme en modo luctuoso o lacrimógeno, así que
quedan descartadas las misas de Réquiem y otras obras funerarias.
Tengo a mi lado mientras escribo esto, por lo pronto, una pila así de
grande de discos compactos que he elegido como compañía y que, sin
costo alguno y sin compromiso para usted, lector, procedo a compartir.
Esta Playlist del Encierro le contiene himnos y secuencias de Hildegarda von Bingen, el Orfeo y las Vísperas de 1610 de Monteverdi, la Missa Salisburgensis de Biber, todo Jordi Savall, las suites para violoncello solo
de Bach, una cincuentena de conciertos variados de Vivaldi, los
conciertos para piano de Mozart, las sinfonías y las misas de Bruckner,
las sinfonías y los poemas sinfónicos de Sibelius, los cuartetos de
cuerdas de Shostakovich y su ópera Lady Macbeth del Distrito de Mtsensk (que
nos acaba de ser escamoteada por la plaga), todo lo que tenga a la mano
de Revueltas, las obras de inspiración religiosa de Lavista, todo
Ligeti, obras selectas de Reich, la trilogía operística de Glass (Einstein en la playa, Satyagraha, Akhnaten), la
discografía entera de la gran trompetista inglesa Alison Balsom, lo
fundamental de Miles Davis, los tangos de Pichuco, Pugliese y Piazzolla y
mi colección de polifonía de Córcega. Eso, para la primera semana…
Y además, me dispongo a realizar integralmente el ejercicio arriba
sugerido sobre el mencionado texto de Juan Vicente Melo; espero estar
después en condiciones de reportar puntualmente tanto los efectos
patógenos como las consecuencias paliativas, curativas y salutíferas de
toda esa música… suponiendo que el Covid-19 no disponga otra cosa.
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