3/25/2020

Jugársela en la calle

La Jornada: 
Carlos Martínez García
Mi padre y mi madre eran vendedores ambulantes. Lo recuerdo con sentimientos encontrados en estos días en que se hacen llamados a permanecer en casa. Como ellos antes, hoy millones de personas en el país deben salir a procurarse ingresos para hacer frente a gastos de la vida cotidiana.

Mis padres tuvieron que buscar cómo emplearse desde la infancia, ambos quedaron huérfanos de padre (ella porque el suyo murió, y él debido a que su engendrador huyó de cualquier responsabilidad paterna). Desde entonces aprendieron aceleradamente a ganar magros recursos que compartían con otros integrantes de sus respectivas familias. Mi padre alcanzó a concluir la primaria en el Centro Escolar Revolución, escuela donde aprendió el oficio de impresor. Pudo entrar a laborar en la Editorial Novaro, que publicaba libros y buen número de revistas y cómics.

Mientras, su esposa combinaba el trabajo del hogar y el cuidado de sus primeros hijos con pequeñas ventas de distintos artículos a familiares y amistades. Él dejó su empleo, y ambos decidieron vender una amplia gama de mercancias afuera de escuelas, por entrega a domicilio y, finalmente, en tianguis.
Al inicio dije que durante mi confinamientio preventivo en estos días del Covid-19 me ha llegado con sentimientos encontrados el recuerdo del autoempleo que se procuraron mis padres. Un sentir es de muy profundo agradecimiento, porque la esforzada pareja siempre nos dijo a mis hermanos y a mí que fuéramos responsables en los estudios escolares, que si ellos salían todos los días a realizar ventas callejeras no era por mero gusto, sino porque anhelaban que sus hijos tuvieran un mejor horizonte y, remarcaban, estudiar era la salida que a nosotros se nos ofrecía si sabíamos perseverar.
Sin saberlo, mis padres estaban transmitiendo a su parentela un consejo, exhortación, que la memoria me trae al momento de teclear lo redactado y que leí en estas páginas. Luis Hernández Navarro, con una cita que hizo, le dio palabras certeras a lo que mis padres me imbuyeron con su ejemplo de vendedores ambulantes para que yo pudiese tener –me decían– mejores oportunidades laborales:Cuando se nace pobre, estudiar es el mayor acto de rebeldía contra el sistema. El saber rompe las cadenas de la esclavitud, Tomás Bulat (https://www.jornada.com.mx/2016/10/25/opinion/017a2pol).
Además del agradecimiento que crece cada día, otro sentimiento y reflexión me ha movido estos días a ponerme en los zapatos de mis padres, y en los de millones que, como ellos, sólo tienen espacio laboral en las calles. Los millones de conciudadanos que se mueven en la economía informal no pueden aislarse y guardar cuarentena, porque, de hacerlo, ¿cómo van a cubrir los gastos diarios?, ¿qué opciones viables tienen si se confinan en sus pequeñas casas, o cuartos, y carecen de ingresos para enfrentar la emergencia sanitaria? No es irresponsabilidad lo que les impele a salir y ofrecer alguna mercancía o servicio, es que no tienen eso que se llama libertad, si definimos ésta como la existencia de opciones reales ante las cuales una persona puede elegir.
Ya era sabido que nuestro país tiene alto porcentaje de población en la informalidad. De acuerdo con cifras de 2018, de cada 100 pesos que se generaban en México, 77 eran producto de empleos formales y 23 de la economía informal. Hace dos años –y los porcentajes son prácticamente los mismos hoy– más de la mitad de los mexicanos estaban empleados en actividades no reguladas o bien en empleos que no generaron prestaciones, apoyos económicos, ni otro incentivo marcado en la ley, informó el Instituto Nacional de Geografía y Estadística” (https://www.jornada.com.mx/ultimas/economia/2018/12/17/economia-informal-emplea-a-57-de-la-poblacion-en-mexico-7985.html).
En tiempos de pandemia, la población que vive al día está más expuesta a los estragos del Covid-19.
El tiempo apremia para poner en práctica políticas que protejan a los desprotegidos de siempre. Los golpes brutales a la población que sobrevive en la informalidad económica solamente pueden ser aminorados con programas urgentes que tengan en cuenta subsanar necesidades básicas para evitar pánico, exasperación y consecuentes acciones desesperadas. La tarea no es para nada fácil, requiere creatividad y atinada estrategia por parte del gobierno federal, pero también comprensión y apoyo de la sociedad que no está en condiciones de sobrevivencia sino que, a pesar de todo, puede hacerle frente con mejores recursos a los estragos demoledores de la pandemia.
Una vez que salga el sol, porque saldrá nuevamente, como nación tendremos que replantearnos el modelo de sociedad que debemos construir para disminuir paulatinamente los índices lacerantes de la economía informal. Es inaplazable sentar bases para la creación de empleos estables y las prestaciones que conllevan. Acerca de todo esto, y un poco más, he reflexionado conmovido al recordar que mis padres fueron vendedores ambulantes.

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