Editorial La Jornada
La
Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) dio a conocer ayer el
contenido de una nota diplomática enviada hace casi 10 meses a
Washington en la que solicita al gobierno vecino que otorgue inmunidad
al ex presidente Ernesto Zedillo, quien fue acusado en una corte de
Connecticut por presunta responsabilidad en la masacre de Acteal.
En el documento, el gobierno mexicano rechaza cualquier proceso interno que vulnere la soberanía de México, al ejercer jurisdicción para conocer de supuestos actos ocurridos en territorio nacional en los que presuntamente intervino el Presidente de la República (sic)y sostiene que
cualquier acto realizado por el ex presidente Ernesto Zedillo Ponce de León (...) se llevó a cabo en el curso de su función oficial como jefe de Estado.
Llama la atención que este repentino celo por la soberanía provenga de un gobierno caracterizado por tolerar y propiciar la injerencia de Washington en tareas policiales, militares, diplomáticas y de inteligencia que únicamente corresponden al Estado mexicano, y que ha sido más que generoso en el reparto de contratos y en la concesión de recursos naturales a intereses extranjeros. Es significativo, además, que el gobierno abogue en favor de un ex mandatario cuyo gobierno se caracterizó por el abandono de las obligaciones básicas del Estado en los ámbitos de la soberanía, la alimentación, el empleo, la educación, la salud y los servicios.
La misma doble moral se aprecia en el gobierno de Washington, el cual ahora acepta la petición formulada por la SRE, aunque en otros momentos no ha mostrado escrúpulos para allanar soberanías nacionales mediante métodos violentos e ilegales.
Con todo y sus puntos cuestionables, el proceso civil emprendido contra Zedillo por la masacre de Acteal habría podido ayudar a despejar dudas o a reafirmar sospechas sobre la participación del actual académico de Yale en los asesinatos del 22 de diciembre de 1997. En cambio, el afán de recurrir a una inmunidad presidencial a todas luces improcedente, más que reivindicar la pretendida inocencia del ex mandatario, abona a la percepción generalizada sobre su culpabilidad, y hace ver a los gobiernos involucrados –el mexicano y el estadunidense– como garantes de impunidad.
Pocos son los depresivos que no han aprendido a esconderse en alguna sonrisa http://goo.gl/WHTQZ /La mora en mora //Saludos en letras
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