Por Salvador G. Sarmiento *
Con más de 50.000 muertos e innumerables casos de torturas y desplazamientos
en los últimos seis años, la Caravana por la Paz con Justicia y
Dignidad vino a decirle a Estados Unidos que sus políticas de guerra a
las drogas solo han servido para intensificar la impunidad en México, sin
hacer nada para evitar el flujo de armas desde
este país hacia el vecino.
En los tres días en la capital estadounidense, entre el lunes 10 y este miércoles 12, el grupo de familiares de víctimas devenidos activistas comparten sus experiencias con representantes de gobierno, residentes y grupos de la sociedad civil.
La extensa jornada concluirá este miércoles 12 por la noche con una procesión y vigilia por la paz, apoyada por un amplio arco de congregaciones religiosas de Washington, organizaciones vecinales y comunitarias.
El 12 de agosto, la caravana inició su primer tramo en territorio estadounidense, desde la sudoccidental ciudad de San Diego hasta la cercana Los Ángeles, con más de 100 personas encabezadas por Javier Sicilia, un poeta cuyo hijo fue asesinado en marzo de 2011 y que desde entonces movilizó a parientes como él en dos largas caravanas por el territorio mexicano.
Esas marchas, que cruzaron México desde la sureña Chiapas hasta la norteña Ciudad Juárez, pusieron de manifiesto el sufrimiento de las víctimas y sus reclamos de justicia y, quizás por primera vez, consiguieron quebrar el relato oficial de la violencia, dominante en los medios de comunicación de ese país.
En Estados Unidos, la caravana pasó por casi 20 estados en su trayecto hacia el noreste, compartiendo sus testimonios y abriendo espacios para el diálogo con las comunidades que visitaba, muchas de ellas también afectadas por la violencia armada y las excesivas leyes antidrogas.
Los participantes de la caravana contaron las historias de sus seres queridos y las amenazas que han recibido por denunciar la impunidad, a veces de los carteles de la droga, a veces de las fuerzas de seguridad y a menudo de ambos.
Esta caravana ha servido para insuflar esperanza –en las víctimas, en sus familias y en quienes comparten su duelo– de que la violencia puede ser derrotada y de que la justicia es posible.
Bastante más de 50.000 personas han muerto en el último sexenio por la violencia de la guerra contra las drogas en México. Junto con los asesinatos y secuestros cometidos por las mafias, las organizaciones de derechos humanos han denunciado también numerosos casos de torturas, extorsiones, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas perpetradas por fuerzas del Estado.
Más aun, la caravana nos recuerda que la violencia en México no es aleatoria, sino el resultado de políticas de seguridad equivocadas que priorizan la prohibición de las drogas en lugar de la prohibición de las armas de asalto.
Los testimonios que hemos escuchado de los valerosos sobrevivientes dejan más que claro hasta qué punto esas políticas han hecho carne en el país vecino.
En Washington, la caravana argumenta sobre la necesidad de la paz, con justicia y dignidad. Sus manifestantes han cruzado fronteras y estados para reafirmar su amor por los que murieron y su fe en que la justicia es imprescindible. Han compartido una realidad que debemos conocer, configurada por la total militarización y el tráfico de armas.
Ahora nos toca a nosotros reafirmar lo que creemos; sumarse a la caravana es una buena forma de empezar.
*Salvador G. Sarmiento es responsable de promoción y defensa del Robert F. Kennedy Center for Justice and Human Rights, con sede en Washington. (FIN/2012)
En los tres días en la capital estadounidense, entre el lunes 10 y este miércoles 12, el grupo de familiares de víctimas devenidos activistas comparten sus experiencias con representantes de gobierno, residentes y grupos de la sociedad civil.
La extensa jornada concluirá este miércoles 12 por la noche con una procesión y vigilia por la paz, apoyada por un amplio arco de congregaciones religiosas de Washington, organizaciones vecinales y comunitarias.
El 12 de agosto, la caravana inició su primer tramo en territorio estadounidense, desde la sudoccidental ciudad de San Diego hasta la cercana Los Ángeles, con más de 100 personas encabezadas por Javier Sicilia, un poeta cuyo hijo fue asesinado en marzo de 2011 y que desde entonces movilizó a parientes como él en dos largas caravanas por el territorio mexicano.
Esas marchas, que cruzaron México desde la sureña Chiapas hasta la norteña Ciudad Juárez, pusieron de manifiesto el sufrimiento de las víctimas y sus reclamos de justicia y, quizás por primera vez, consiguieron quebrar el relato oficial de la violencia, dominante en los medios de comunicación de ese país.
En Estados Unidos, la caravana pasó por casi 20 estados en su trayecto hacia el noreste, compartiendo sus testimonios y abriendo espacios para el diálogo con las comunidades que visitaba, muchas de ellas también afectadas por la violencia armada y las excesivas leyes antidrogas.
Los participantes de la caravana contaron las historias de sus seres queridos y las amenazas que han recibido por denunciar la impunidad, a veces de los carteles de la droga, a veces de las fuerzas de seguridad y a menudo de ambos.
Esta caravana ha servido para insuflar esperanza –en las víctimas, en sus familias y en quienes comparten su duelo– de que la violencia puede ser derrotada y de que la justicia es posible.
Bastante más de 50.000 personas han muerto en el último sexenio por la violencia de la guerra contra las drogas en México. Junto con los asesinatos y secuestros cometidos por las mafias, las organizaciones de derechos humanos han denunciado también numerosos casos de torturas, extorsiones, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas perpetradas por fuerzas del Estado.
Más aun, la caravana nos recuerda que la violencia en México no es aleatoria, sino el resultado de políticas de seguridad equivocadas que priorizan la prohibición de las drogas en lugar de la prohibición de las armas de asalto.
Los testimonios que hemos escuchado de los valerosos sobrevivientes dejan más que claro hasta qué punto esas políticas han hecho carne en el país vecino.
En Washington, la caravana argumenta sobre la necesidad de la paz, con justicia y dignidad. Sus manifestantes han cruzado fronteras y estados para reafirmar su amor por los que murieron y su fe en que la justicia es imprescindible. Han compartido una realidad que debemos conocer, configurada por la total militarización y el tráfico de armas.
Ahora nos toca a nosotros reafirmar lo que creemos; sumarse a la caravana es una buena forma de empezar.
*Salvador G. Sarmiento es responsable de promoción y defensa del Robert F. Kennedy Center for Justice and Human Rights, con sede en Washington. (FIN/2012)
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