LA OTRA RUTA MIGRATORIA
Familias enteras salen de Guerrero a los campos del norte
Por Isabel Ortega Morales, corresponsal
Acatepec, Guerrero, 10 sep 12 (CIMAC).- En Pozolapa, comunidad del municipio guerrerense de Acatepec, sus 156 habitantes, mujeres, hombres, niñas y niños, sólo tienen dos caminos para sobrevivir: trabajar como peones o emigrar a los campos agrícolas del norte del país.
Si se quedan en esta población la única aspiración es ganar 50 pesos por jornal cuando se tiene la oportunidad, dice Teodora Dircio Huella, mujer de 37 años, quien al igual que su esposo, Victoriano García, su hija Gabigaíl, sus hijos Hugo, Aristóteles, Cristian y David, limpian milpa ajena mientras sale la oportunidad de irse al norte.
Para emigrar tienen que caminar cuatro horas desde su comunidad –en la montaña alta de Guerrero– hacia Tlapa de Comonfort, donde esperan a los “enganchadores” que los llevarán a los campos de cultivo en los estados de Sinaloa, Michoacán o Colima.
Teodora y su familia, así como el resto de los habitantes de este pueblo, viajan cuatro días en autobús para llegar a donde tendrán garantizado el trabajo diario, aunque ganando los mismos 50 pesos por jornal. La diferencia es que aquí sí trabajan diario y no como en su pueblo.
Cuando llegan a un campo de cultivo no protestan, dice Teodora, si ahí “mal que bien” tienen trabajo, aunque vivan en una galera y coman atún, pan comercial, chiles en vinagre y mayonesa, o una sopa caliente muy de vez en cuando, comida que aunque precaria, es mejor que la de sus localidades.
Por eso en los campos agrícolas guardan silencio cuando hay un problema de salud en un miembro de su familia “para no ser expulsados todos”, cuenta el secretario del Migrante y Asuntos Internacionales de Guerrero, Netzahualcóyotl Bustamante Santín.
Teodora Dircio hace un recuento de lo que ganaron los nueve meses fuera de su tierra. No lo suma en efectivo, sino en lo que representa para la familia: “Es para vivir, para la milpa”.
Como Pozolapa, hay muchas comunidades del estado que miran partir a sus familias y guardan sus sentimientos para otro momento, porque salir a trabajar como peón dentro de la comunidad limpiando milpas de otros, o en los campos de cultivo, representa su sobrevivencia.
“Salen con el morral lleno de esperanzas”, explica Netzahualcóyotl Bustamante. Y tiene razón. La esperanza del sustento de la familia de Teodora, mientras están en su comunidad, es una hectárea de terreno en la que cultivan maíz y frijol, pero estos productos sólo se dan si tienen fertilizante, mismo que en las pasadas campañas electorales les fue condicionado.
Para lograr una cosecha regular, una hectárea de cultivo requiere al menos siete bultos de fertilizante, cuyo costo en el mercado es de 200 pesos por bulto, platica Teodora. Por ello las y los habitantes de esta población consideran que el fertilizante es algo prioritario y no tiene por qué ser presión política.
Acatepec, Guerrero, 10 sep 12 (CIMAC).- En Pozolapa, comunidad del municipio guerrerense de Acatepec, sus 156 habitantes, mujeres, hombres, niñas y niños, sólo tienen dos caminos para sobrevivir: trabajar como peones o emigrar a los campos agrícolas del norte del país.
Si se quedan en esta población la única aspiración es ganar 50 pesos por jornal cuando se tiene la oportunidad, dice Teodora Dircio Huella, mujer de 37 años, quien al igual que su esposo, Victoriano García, su hija Gabigaíl, sus hijos Hugo, Aristóteles, Cristian y David, limpian milpa ajena mientras sale la oportunidad de irse al norte.
Para emigrar tienen que caminar cuatro horas desde su comunidad –en la montaña alta de Guerrero– hacia Tlapa de Comonfort, donde esperan a los “enganchadores” que los llevarán a los campos de cultivo en los estados de Sinaloa, Michoacán o Colima.
Teodora y su familia, así como el resto de los habitantes de este pueblo, viajan cuatro días en autobús para llegar a donde tendrán garantizado el trabajo diario, aunque ganando los mismos 50 pesos por jornal. La diferencia es que aquí sí trabajan diario y no como en su pueblo.
Cuando llegan a un campo de cultivo no protestan, dice Teodora, si ahí “mal que bien” tienen trabajo, aunque vivan en una galera y coman atún, pan comercial, chiles en vinagre y mayonesa, o una sopa caliente muy de vez en cuando, comida que aunque precaria, es mejor que la de sus localidades.
Por eso en los campos agrícolas guardan silencio cuando hay un problema de salud en un miembro de su familia “para no ser expulsados todos”, cuenta el secretario del Migrante y Asuntos Internacionales de Guerrero, Netzahualcóyotl Bustamante Santín.
Teodora Dircio hace un recuento de lo que ganaron los nueve meses fuera de su tierra. No lo suma en efectivo, sino en lo que representa para la familia: “Es para vivir, para la milpa”.
Como Pozolapa, hay muchas comunidades del estado que miran partir a sus familias y guardan sus sentimientos para otro momento, porque salir a trabajar como peón dentro de la comunidad limpiando milpas de otros, o en los campos de cultivo, representa su sobrevivencia.
“Salen con el morral lleno de esperanzas”, explica Netzahualcóyotl Bustamante. Y tiene razón. La esperanza del sustento de la familia de Teodora, mientras están en su comunidad, es una hectárea de terreno en la que cultivan maíz y frijol, pero estos productos sólo se dan si tienen fertilizante, mismo que en las pasadas campañas electorales les fue condicionado.
Para lograr una cosecha regular, una hectárea de cultivo requiere al menos siete bultos de fertilizante, cuyo costo en el mercado es de 200 pesos por bulto, platica Teodora. Por ello las y los habitantes de esta población consideran que el fertilizante es algo prioritario y no tiene por qué ser presión política.
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