Cuando
el Tribunal Electoral declaró la validez de los comicios y le dio la
constancia de presidente electo a Enrique Peña Nieto, se terminó el
proceso electoral y comenzó la transición hacia un nuevo gobierno.
Felipe Calderón presentó su Sexto Informe de gobierno sin un gramo de
autocrítica y recibió de nuevo a Peña en Los Pinos. El presidente
electo nombró a su equipo de transición y comenzó a plantear las
primeras reformas (Comisión Nacional Anticorrupción). Andrés Manuel
López Obrador impugnó la elección, desconoció el fallo del Tribunal y
la legitimidad del gobierno priísta. Y para completar el cuadro,
anunció su separación de los partidos que lo postularon y hoy se
encamina a transformar a Morena en un nuevo partido.
En
el 2000 se habló de transición por la llegada al poder, tras siete
décadas, de un partido de oposición. En estos dos sexenios panistas se
desinfló no sólo la idea de la transición democrática, sino que se le
calificó como fallida y vacía. La democracia mexicana se ha vulnerado
al menos en tres ángulos: desde la parte social, con más desigualdad y
pobreza, con una ciudadanía debilitada y la generalización de
mecanismos clientelares en la relación entre gobernantes y gobernados.
Desde la cultura política, con una desconfianza que ha llevado a una
parte de la ciudadanía a distanciarse de las instituciones políticas,
porque los mecanismos de representación no están basados en la
transparencia y rendición de cuentas; porque hay una débil
interlocución entre sociedad y gobierno, lo cual ha generado
insatisfacción y desencanto. Y desde las instituciones emblemáticas de
la transición a las que se les ha sometido a un desgaste importante y
les han negado los instrumentos necesarios para consolidar su autonomía.
En
2006 regresó el conflicto electoral, se lastimaron los acuerdos de la
transición y México entró a una fase muy complicada, sobre todo por las
consecuencias funestas de la guerra al narcotráfico. El gobierno que
termina llegó con la herencia de una disputa electoral mal resuelta.
Ahora, en 2012, hay una parte que apunta la mirada hacia el mismo
problema, pero el clima es diferente, los ánimos están menos
polarizados y más bajos, a pesar de que existe un movimiento
estudiantil en las calles.
No
todos los problemas están en la organización de los comicios, eso se
hizo bien, sino en otras dimensiones que están por fuera del circuito
electoral. Menciono al menos dos: el reparto de recursos a los
gobiernos locales que tienen nutridos presupuestos y raquíticos
mecanismos de rendición de cuentas, con lo que se generan los circuitos
del clientelismo electoral que todos los partidos practican, y la
democratización de los medios para abrir las ofertas y dar paso a la
pluralidad y a la competencia.
Hoy,
en 2012, hay protesta social por las elecciones, pero sobre todo se ha
abierto un proceso de recomposición de las izquierdas. Termina el ciclo
que se abrió en 1988 y que llevó a la formación del PRD; ahora surge
una nueva fuerza que pasará de movimiento social a partido político. Se
habla de separación, pero no de ruptura. Antes el esfuerzo fue para
unir a todas las fuerzas y hacer un gran partido de izquierda, esa fue
la idea fundadora del PRD; ahora el modelo de organización de partidos
incentiva la fragmentación, por la dependencia del financiamiento y el
acceso a los medios. Si la izquierda quiere ser gobierno y ganar la
Presidencia en 2018 no se puede dar el lujo de desgastarse en un largo
conflicto poselectoral, tiene que dar la batalla en el Congreso, ganar
puestos de elección popular en gobiernos locales, ir a buscar una
mayoría en las elecciones intermedias de 2015 y fortalecerse. En el
camino se tendrán que ganar proyectos, reformas y espacios y, por
supuesto, cambiar las reglas que contaminaron esta elección. Ya se verá
de qué forma se logran acuerdos entre la pista institucional y el
movimiento social, ese será un reto enorme.
El
gobierno que encabezará EPN querrá demostrar en poco tiempo que todos
los que pensamos que es el mismo partido de siempre, que repetirá sus
hábitos e inercias, que se acomodará entre los grandes intereses para
pagar las deudas de campaña, que no hará las reformas democráticas ni
dará solución a problemas urgentes, estamos equivocados. ¿Será?
La
transición que se abre entre el PAN y el PRI es mucho más que una
simple entrega de la administración pública, está en juego el futuro de
los próximos años y el destino inmediato de una democracia vulnerada en
donde la izquierda podría ser el contrapeso. ¿A dónde va la transición?
@AzizNassif
Investigador del CIESAS
Investigador del CIESAS
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