12/12/2014

Cinismo, insolencia y falta de seriedad



Pierre Charasse

Los acontecimientos de Guerrero, en par­ticular la desaparición de los normalistas de Ayotzinpa, así como los de Tlatlaya, son un episodio más de la larga serie de atropellos a los derechos humanos en México. En realidad no hay nada nuevo, porque el ciudadano mexicano desgraciadamente está resignado a este cortejo sin fin de horrores cada vez más increíbles. Sorprende la incapacidad de las autoridades de dar números de muertos y desparecidos: las variaciones según las fuentes no son dignas de un país medianamente desarrollado. Los políticos, cuando no propician esta violencia, viven muy bien con ella, como con la impunidad y la corrupción.

Pero sí, ahora hay una gran diferencia con respecto a las décadas anteriores: el pueblo mexicano no aguanta más las mentiras del gobierno y de los políticos, su desprecio por la democracia. Y sobre todo está superando el miedo de enfrentarse a las autoridades y se atreve, como lo vimos en las últimas marchas, a plantarse frente a las fuerzas represivas federales, estatales o municipales, sabiendo que esta actitud puede tener un costo altísimo. El ciudadano está harto de ser engañado por el Estado, los poderes ejecutivos, legislativos y judiciales. Tampoco cree en una arquitectura institucional con sus tres niveles de poder: federal, estatal, municipal. El federalismo mal entendido genera confusión, corrupción, ineficacia. El sistema político mexicano prácticamente sin cambio durante ocho décadas está agotado. Todas las reformas políticas y electorales desde Salinas son básicamente cosméticas, para dar al país y al mundo la ilusión del cambio, como lo fue la elección de Fox en 2000. Sin embargo, la gran novedad es que la sociedad mexicana se está moviendo, tomando a la letra el nuevo dogma democrático, impuesto tanto por la sociedad como por las presiones exteriores, sobre todo las de organizaciones internacionales. Las grandes y viejas democracias son muy discretas y se cuidan de no desacreditar a un gobierno con el cual hacen jugosos negocios. Con la difusión mundial de la situación en Guerrero se le cayó la máscara al sistema político mexicano. El PRI está desconcertado, los otros partidos también, y se aferran al único modelo que conocen. 

La idea de cualquier cambio, que llevaría a la pérdida de su supremacía como partido-Estado, le es propiamente insoportable. No estaba previsto que un día el pueblo mexicano fuera a levantar la cabeza como lo hizo, y la única respuesta del PRI es perpetuar las viejas prácticas, ahora con más cinismo e insolencia. ¡Qué falta de respeto hacia los familiares de los muertos y desparecidos! Cuántas palabras vacías de toda la cadena política, desde el Presidente, que vierte lágrimas de cocodrilo, hasta el último alcalde de un municipio remoto controlado por la delincuencia. Parece que el Presidente está más preocupado por encontrar una salida al escándalo de la Casa Blanca que por la suerte de los miles de sus compatriotas víctimas de la violencia. Y como única salida frente a una situación que ya no controla, el Presidente anuncia con bombos y platillos el jueves 28 de noviembre un paquete de nuevas leyes y una reforma constitucional que podría tener profundas consecuencias sobre la autonomía municipal y el poder de los gobernadores. Este anuncio fue preparado por una burda campaña propagandística, arruinada unas horas antes por las imágenes de 11 cuerpos decapitados en el borde de una carretera de Michoacán por la delincuencia, dando así la bienvenida a las iniciativas presidenciales y poniéndolo en una postura ridícula cuando el mundo entero tiene los ojos puestos sobre México.

Lo más extraordinario de este asunto es que el Presidente presentó al Congreso cuatro días después su propuesta de reforma constitucional y su decálogo de reformas legislativas. Que yo sepa, una reforma constitucional de fondo no se redacta en cuatro días. Requiere muchas consultas de expertos y un análisis cuidadoso de sus efectos. O el Presidente tenía todo preparado desde meses atrás (¿entonces por qué no sometió su paquete a un verdadero debate ciudadano, en los tres niveles de gobierno?), o improvisó al vapor una dizque reforma que va a generar más problemas que soluciones. ¡Qué falta de seriedad! La verdadera reforma sería un cambio de régimen, una nueva república con base en una asamblea constituyente no contaminada por las maniobras sucias de los partidos.

Se podría mencionar muchos casos así de decisiones que son más propaganda que voluntad de reforma. Un caso emblemático es el de las policías. Hace años que al inicio de cada sexenio el presidente flamante electo anuncia que ahora sí vamos a formar una policía altamente calificada. Sin embargo, el espectáculo que dan las policías es patético. Llueven los recursos: patrullas, armas, computadoras… pero no tienen preparación, no hay una selección rigurosa, muchos fueron reprobados, los policías no tienen perspectivas de una carrera digna y bien pagada, y hay una inestabilidad fenomenal entre los pocos que han recibido un mínimo de capacitación y que ofrecen sus servicios a organizaciones criminales o a empresas privadas de seguridad. El último invento del gobierno es la Gendarmería Nacional. No tiene nada que ver con el espíritu de la gendarmería en un país democrático. En los países que tienen este cuerpo especializado (Francia, Italia, Chile…) se trata de una policía rural o semiurbana, que tiene presencia en todo el territorio (en Francia, 95 por ciento del territorio y 50 por ciento de la población). Tiene múltiples funciones (investigación judicial de delitos, pesquisas a solicitud de un juez, orden público, tránsito, policía administrativa). Los gendarmes tienen una sólida formación jurídica, constantemente actualizada. No tienen armas pesadas.

En Francia hay 3 mil 600 brigadas de gendarmería para 38 mil municipios, 100 mil hombres. Todos los municipios tienen una brigada, que cuenta con entre cinco y 40 hombres. Los gendarmes viven con sus familias y son parte del paisaje, conocen a todo el mundo, y muchas veces actúan informalmente como ombudsman en las familias o entre vecinos.

Cuenta con una unidad especial, el Grupo de Intervención de la Gendarmería Nacional-GIGN, entrenado para operaciones de comando, rescate de rehenes, etcétera. Parece ser que lo único que interesa a México es esta dimensión de la gendarmería, unidades de choque tipo Rambo, que no ayudarán mucho a combatir la delincuencia.

Obviamente, el contexto mexicano no permite desplegar este tipo de policía de proximidad: una pequeña unidad de gendarmería en Sonora o Chihuahua no duraría ni una semana, por la presencia muy superior de la delincuencia.

Así es que el cinismo, la insolencia, la impunidad y la falta de seriedad son las principales herramientas de poderes incapaces de salir del orden priísta posrevolucionario.
Mientras el Titanic se está hundiendo, el PRI y los partidos cómplices siguen tocando la única melodía que conocen.

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