Pierre Charasse
Los
acontecimientos de Guerrero, en particular la desaparición de los
normalistas de Ayotzinpa, así como los de Tlatlaya, son un episodio más
de la larga serie de atropellos a los derechos humanos en México. En
realidad no hay nada nuevo, porque el ciudadano mexicano
desgraciadamente está resignado a este cortejo sin fin de horrores cada
vez más increíbles. Sorprende la incapacidad de las autoridades de dar
números de muertos y desparecidos: las variaciones según las fuentes no
son dignas de un país medianamente desarrollado. Los políticos, cuando
no propician esta violencia, viven muy bien con ella, como con la
impunidad y la corrupción.
Pero sí, ahora hay una gran diferencia con respecto a las décadas
anteriores: el pueblo mexicano no aguanta más las mentiras del gobierno
y de los políticos, su desprecio por la democracia. Y sobre todo está
superando el miedo de enfrentarse a las autoridades y se atreve, como
lo vimos en las últimas marchas, a plantarse frente a las fuerzas
represivas federales, estatales o municipales, sabiendo que esta
actitud puede tener un costo altísimo. El ciudadano está harto de ser
engañado por el Estado, los poderes ejecutivos, legislativos y
judiciales. Tampoco cree en una arquitectura institucional con sus tres
niveles de poder: federal, estatal, municipal. El federalismo mal
entendido genera confusión, corrupción, ineficacia. El sistema político
mexicano prácticamente sin cambio durante ocho décadas está agotado.
Todas las reformas políticas y electorales desde Salinas son
básicamente cosméticas, para dar al país y al mundo la ilusión del
cambio, como lo fue la elección de Fox en 2000. Sin embargo, la gran
novedad es que la sociedad mexicana se está moviendo, tomando a la
letra el nuevo dogma democrático, impuesto tanto por la sociedad como
por las presiones exteriores, sobre todo las de organizaciones
internacionales. Las grandes y viejas democracias son muy discretas y
se cuidan de no desacreditar a un gobierno con el cual hacen jugosos
negocios. Con la difusión mundial de la situación en Guerrero se le
cayó la máscara al sistema político mexicano. El PRI está
desconcertado, los otros partidos también, y se aferran al único modelo
que conocen.
La idea de cualquier cambio, que llevaría a la pérdida de
su supremacía como partido-Estado, le es propiamente insoportable. No
estaba previsto que un día el pueblo mexicano fuera a levantar la
cabeza como lo hizo, y la única respuesta del PRI es perpetuar las
viejas prácticas, ahora con más cinismo e insolencia. ¡Qué falta de
respeto hacia los familiares de los muertos y desparecidos! Cuántas
palabras vacías de toda la cadena política, desde el Presidente, que
vierte lágrimas de cocodrilo, hasta el último alcalde de un municipio
remoto controlado por la delincuencia. Parece que el Presidente está
más preocupado por encontrar una salida al escándalo de la Casa Blanca que
por la suerte de los miles de sus compatriotas víctimas de la
violencia. Y como única salida frente a una situación que ya no
controla, el Presidente anuncia con bombos y platillos el jueves 28 de
noviembre un paquete de nuevas leyes y una reforma constitucional que
podría tener profundas consecuencias sobre la autonomía municipal y el
poder de los gobernadores. Este anuncio fue preparado por una burda
campaña propagandística, arruinada unas horas antes por las imágenes de
11 cuerpos decapitados en el borde de una carretera de Michoacán por la
delincuencia, dando así la bienvenida a las iniciativas presidenciales
y poniéndolo en una postura ridícula cuando el mundo entero tiene los
ojos puestos sobre México.
Lo
más extraordinario de este asunto es que el Presidente presentó al
Congreso cuatro días después su propuesta de reforma constitucional y
su decálogo de reformas legislativas. Que yo sepa, una reforma
constitucional de fondo no se redacta en cuatro días. Requiere muchas
consultas de expertos y un análisis cuidadoso de sus efectos. O el
Presidente tenía todo preparado desde meses atrás (¿entonces por qué no
sometió su paquete a un verdadero debate ciudadano, en los tres niveles
de gobierno?), o improvisó
al vaporuna dizque reforma que va a generar más problemas que soluciones. ¡Qué falta de seriedad! La verdadera reforma sería un cambio de régimen, una nueva república con base en una asamblea constituyente no contaminada por las maniobras sucias de los partidos.
Se podría mencionar muchos casos así de decisiones que son más
propaganda que voluntad de reforma. Un caso emblemático es el de las
policías. Hace años que al inicio de cada sexenio el presidente
flamante electo anuncia que ahora sí vamos a formar una policía
altamente calificada. Sin embargo, el espectáculo que dan las policías
es patético. Llueven los recursos: patrullas, armas, computadoras… pero
no tienen preparación, no hay una selección rigurosa, muchos fueron
reprobados, los policías no tienen perspectivas de una carrera digna y
bien pagada, y hay una inestabilidad fenomenal entre los pocos que han
recibido un mínimo de capacitación y que ofrecen sus servicios a
organizaciones criminales o a empresas privadas de seguridad. El último
invento del gobierno es la Gendarmería Nacional. No tiene nada que ver
con el espíritu de la gendarmería en un país democrático. En los países
que tienen este cuerpo especializado (Francia, Italia, Chile…) se trata
de una policía rural o semiurbana, que tiene presencia en todo el
territorio (en Francia, 95 por ciento del territorio y 50 por ciento de
la población). Tiene múltiples funciones (investigación judicial de
delitos, pesquisas a solicitud de un juez, orden público, tránsito,
policía administrativa). Los gendarmes tienen una sólida formación
jurídica, constantemente actualizada. No tienen armas pesadas.
En Francia hay 3 mil 600 brigadas de gendarmería para 38 mil
municipios, 100 mil hombres. Todos los municipios tienen una brigada,
que cuenta con entre cinco y 40 hombres. Los gendarmes viven con sus
familias y son parte del paisaje, conocen a todo el mundo, y muchas
veces actúan informalmente como ombudsman en las familias o entre vecinos.
Cuenta con una unidad especial, el Grupo de Intervención de la
Gendarmería Nacional-GIGN, entrenado para operaciones de comando,
rescate de rehenes, etcétera. Parece ser que lo único que interesa a
México es esta dimensión de la gendarmería, unidades de choque
tipo Rambo, que no ayudarán mucho a combatir la delincuencia.
Obviamente, el contexto mexicano no permite desplegar este tipo de
policía de proximidad: una pequeña unidad de gendarmería en Sonora o
Chihuahua no duraría ni una semana, por la presencia muy superior de la
delincuencia.
Así es que el cinismo, la insolencia, la impunidad y la falta de
seriedad son las principales herramientas de poderes incapaces de salir
del orden priísta posrevolucionario.
Mientras el Titanic se está hundiendo, el PRI y los partidos cómplices siguen tocando la única melodía que conocen.
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