Estamos perdidos entre bocanadas
De azufre maldito
Y fogatas arrasadoras
Estamos con los ojos abiertos
Y los ojos los tenemos llenos
De cristales punzantes
Estamos tratando de dar
Nuestras manos de vivos
A los muertos y a los desaparecidos
Pero se alejan y nos abandonan
Con un gesto de infinita lejanía.
David Huerta, Ayotzinapa
En su decálogo neoliberal Salvando a México,
del 27 de noviembre, tardíamente a dos meses de la masacre en Iguala,
Enrique Peña Nieto declaró redentor grandilocuente que México debe
cambiar, y él encabezará la lucha contra criminalidad, impunidad y
corrupción… Pero vendría el escándalo de la “Casa Blanca”, con su
profunda corrupción. Según él presentaba un plan para lograr la
seguridad y la plenitud del estado de derecho. “México debe cambiar”,
si, pero sólo un poquito. Cambiar para que todo se mantenga igual.
Sabemos bien que nada cambiará manteniéndose el modelo neoliberal
gansteril. Casi con lágrimas en los ojos, suponemos, ese día Peña Nieto
hizo suyo el grito: “¡Todos somos Ayotzinapa!” Semanas después, en
Coyuca de Benítez, Guerrero, llama a “superar” el caso Ayotzinapa. O
sea, olvidemos todo con la política amnésica del aquí no ha pasado nada
y echémosle tierra al asunto… como en una fosa clandestina.
José
Solano, estudiante de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” dijo
tajante: “Peña Nieto no es Ayotzinapa, queremos decirle al copetón
quien dijo ‘Todos somos Ayotzinapa’ que aquí en Ayotzinapa tenemos
dignidad, origen indígena y no queremos políticos hipócritas que han
engañado durante muchos años al pueblo mexicano.”
“¡Tú no eres
Ayotzinapa!” También podemos decirle a Raúl Padilla López, cacique
“benemérito” de la Universidad de Guadalajara [UdeG] y del PRD estatal.
El “Licenciado” –así le nombra su séquito cortesano palaciego,
incluidos intelectuales y escritores– dedicó parte de su discurso
inaugural de la Feria Internacional del Libro [FIL], emulando
grotescamente a Peña Nieto, mencionando el caso de los 43 normalistas
desaparecidos y clamando “por la restitución del estado de derecho en
México”. Siguiendo el guión de Peña Nieto, sumamente compungido y muy
sensible, nos imaginamos, Padilla López afirmó: “Resulta insoslayable
el tema de Ayotzinapa, que tanto dolor e indignación ha causado… la
nación y el Estado se han visto afectados por el crimen organizado. Son
muchas las voces que piden justicia, quienes organizamos esta feria,
nos unimos al sufrimiento de los familiares…” Lágrimas de cocodrilo ¿El
Estado afectado por el crimen organizado?, pero ¿acaso no existe una
relación orgánica del poder estatal con los cárteles mafiosos? Añadió,
demagógicamente: “Este es un espacio abierto y democrático, de
discusión y para el debate de fenómenos sociales”. Un poco de eso
acontece en la FIL, pero en la UdeG no existe ningún, pero ningún
espacio abierto ni democrático para discutir los graves problemas de la
propia institución. Más aún, nos preguntamos, ¿hubo invitación a los
representantes estudiantiles de Ayotzinapa para que expusieran su punto
de vista y dialogar con ellos en la FIL? ¿Salió el indignado cacique a
marchar el 1 de diciembre junto con el escritor Paco Ignacio Taibo II?
No, ni le interesa y nunca se atrevería porque recibiría el repudio
absoluto de los estudiantes democráticos de la propia UdeG y de los
miles de jóvenes manifestantes. El exrector –o rector vitalicio– puede
hacer cuentas alegres de la FIL, como siempre, pero nunca tendrá la
legitimidad del grueso de la comunidad universitaria. Para gritar
“¡Todos somos Ayotzinapa!” se debe tener mucha dignidad como persona
preocupada realmente para que haya justicia social plena en México,
desterrando para siempre la impunidad, la corrupción y la desigualdad
social. El cinismo del poder y del dinero no tiene límites para simular
el terrible dolor y la indignación como la que sufren todos los padres
y madres de los asesinados y desaparecidos.
La FIL sigue siendo
un escaparate espectacular de la megalomanía caciquil –con su delirante
culto a la personalidad, tan grande como la Expo; nada más faltó un
mural pictórico con la imagen del Licenciado benefactor regalando
libros a diestra y siniestra a los estudiantes–; y también sigue siendo
un buen negocio, muy ajeno a las prioridades académicas de la UdeG. Por
eso también hubo protestas en la visita de José Mújica contra el PRI,
los Padilla López y la corporativa Federación de Estudiantes
Universitarios [FEU].
Los estudiantes normalistas de Ayotzinapa
eran y son vistos como enemigos por el gobierno federal, estatal y
municipal, como el de Iguala. Se oponían y oponen a la política
depredadora neoliberal y a los planes privatizadoras de la educación
pública en general. No es gratuito el imponente movimiento estudiantil
democrático del Instituto Politécnico Nacional [IPN] rechazando este
proceso privatizante. Pese a quien le pese –por ejemplo, a muchos
“periodistas” o articulistas oficiales u oficiosos chayoteros– los
normalistas –como los de Atequiza, Jalisco– están defendiendo el
principio de la educación pública y su legítimo derecho a un futuro
digno como maestros.
La corrupta burocracia “dorada” de la
UdeG no está preocupada ni doliente por Ayotzinapa pues ha venido
aplicando impunemente, al pie de la letra, las políticas perversas de
privatización de la educación pública que degradan la calidad
académica. Tampoco ha estar preocupada por los miles de jóvenes
excluidos de la universidad. Hablar del estado de derecho implica el
respeto irrestricto al Tercero Constitucional y a los derechos
laborales de los maestros universitarios, como los profesores de
asignatura ¡Fuera Padilla López! ¡Fuera Peña Nieto!
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