Lograr la unidad de los
mexicanos es un anhelo del que no desiste ningún ocupante de Los Pinos.
Todos los que han ocupado la Presidencia, desde que llegó al poder la
tecnocracia neoliberal, todos se han caracterizado por instar a la
sociedad nacional a unirse para vencer los problemas que nos agobian.
Sólo que ninguno de ellos ha puesto nada de su parte para que se dé ese
paso, sino todo lo contrario. Cada uno ha profundizado la desunión, el
divorcio existente entre gobernantes y gobernados.
Enrique Peña Nieto no se podía
quedar atrás en reiterar la importancia de la unidad nacional. Cuantas
veces tiene oportunidad saca a la luz esa cantaleta sin sentido, porque
es impensable que haya una mínima unidad entre la élite y las masas,
cuando las separa una enorme brecha de desigualdad. Al participar en el
foro “México Cumbre de Negocios”, dijo: “Así como fue posible que la
sociedad hiciera frente común ante la peligrosidad de un huracán, hoy,
también, México nos convoca a actuar en un frente común en favor de la
transformación del país”.
Nada más aberrante que dicho
llamado. En las actuales condiciones de la República, la transformación
que urge realizar sólo puede darse mediante un cambio de régimen, lo que
implica poner punto final a la era de los tecnócratas apátridas. Así
como no se pueden mezclar el agua y el aceite, tampoco puede orquestarse
un frente común entre explotadores y explotados. Con todo, tal axioma
no pasa por la mente del inquilino de Los Pinos. Según él, “vamos en la
ruta correcta”, a pesar de que el país está hundido en un caos cada vez
más catastrófico.
El Estado de derecho es
inexistente, de ahí que sea un despropósito afirmar que “vamos en la
ruta correcta”. No puede ser verdad cuando la corrupción le cuesta a los
mexicanos el 4 por ciento del PIB, de acuerdo con el economista Julio
A. Millán. Tal porcentaje representa alrededor de 740 mil millones de
pesos, cantidad suficiente para apuntalar el mercado interno y así crear
condiciones objetivas de mejoramiento integral de la población
mayoritaria. En vía de comparación, señaló Millán, la producción del
sector agropecuario equivale a 5 por ciento del PIB.
¿Cómo entonces demandar la
unidad de los mexicanos en una sociedad estructuralmente desunida y
carcomida por la corrupción de las élites? Es imposible cuando desde la
cúpula del poder se considera que “vamos en la ruta correcta”. Puede ser
que sí, pero desde la perspectiva de Peña Nieto, no de la que nos
muestra la realidad nacional. Ha sido correcto el modelo depredador,
vigente desde 1983, pero para los tecnócratas y la élite oligárquica, no
para la inmensa mayoría de mexicanos, quienes han visto reducir sus
niveles de vida de manera espeluznante, sobre todo las clases medias.
Lo más terrible es que quieren
continuar por la misma ruta, como lo muestra el empeño en seguir
entregando las riquezas del país a las grandes empresas trasnacionales,
las cuales no se sujetarán ni por asomo a las leyes mexicanas una vez
establecidas aquí, como así sucedía durante la dictadura de Porfirio
Díaz. ¿Qué beneficios concretos le trajo a la gran mayoría de mexicanos
el Tratado de Libre Comercio de América del Norte? ¿Acaso no se destruyó
la economía rural y se acabó con la viabilidad de que México fuera una
nación industrializada y competitiva?
Se nos convirtió en una gran
maquiladora, sin capacidad para innovar porque esta tarea se lleva a
cabo en las empresas matrices; en una gran fábrica de pobres, porque los
asalariados reciben sueldos de hambre que son un serio obstáculo al
crecimiento del mercado interno. De ahí que Miguel Alemán Velasco,
organizador del foro en cuestión, haya instado a sus interlocutores a
“hacer un compromiso entre nosotros para contribuir a lograr una tasa de
crecimiento económico sostenido, que nos permita transferir
eficientemente los beneficios de la reforma a una fuerza laboral mejor
capacitada y mejor remunerada”.
Lo dijo muy claro: un
compromiso entre ellos, la élite oligárquica, para dar más limosnas a
los trabajadores, con el fin de que les sean más útiles y consuman un
poco más. Y aun así se atreve Peña Nieto a instar a los mexicanos a
lograr un frente común, que sería equivalente a que se dieran un abrazo
el verdugo y su víctima.
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