Tiene razón Omar. Con
desenvoltura, sin preciosismos palabrarios, Omar García – uno de los
sobrevivientes de la tragedia del 26 de septiembre– responde a su
increpador en turno, el señor John Ackerman, miliciano de Morena-partido
que cuestiona la falta de disposición electoral del movimiento por
Ayotzinapa: “John, las estructuras de partido es donde se vicia todo”.
Tiene razón Omar.
Es posible pensar en algunos casos donde esta ley de
hierro no se efectúa. Cierto. Generalmente se trata de partidos jóvenes
que se forman ex profeso para arropar o capitalizar un movimiento
social. Pero en todos esos casos, el apego del partido a las iniciativas
populares tienen una duración restringida, que es básicamente mientras
persiste el involucramiento dinámico de la población civil organizada.
El partido se pervierte y sus plataformas se pudren y sus programas de
gobierno se desvirtúan y sus afiliados se corrompen y sus procesos
internos se vician cuando el agente vital de su empoderamiento
languidece. Ese “agente vital” es la acción popular autónoma. Algunas
experiencias al sur del continente rondan estos ingratos derroteros. Y
lo mismo podría ocurrir en México, en el escenario de que Morena
consiguiera ganar la presidencia en 2018, si la dirigencia del partido
insiste en englobar toda la acción social bajo el paraguas
partidario-electoral. Eso es exactamente lo que Omar trató de decir a
Ackerman, en esa charla-debate que transmitió Rompeviento Tv.
Ackerman
repitió el estribillo de que “no todos los partidos son lo mismo”. Y
otra vez, con lacónica certitud, y evocando a Lucio Cabañas, Omar
respondió: “Es cierto… algunos garrotean menos que otros”. (Si este
diálogo hubiera sido relatado por alguna de esas innoblemente nobles
plumas del sitio web Vice, probablemente habría añadido una glosa marginal de exclamación, algo así como “in your face motherf…” Felizmente los chicos Vice continúan recluidos en las cándidas jerigonzas de la política pop, y el desencuentro teórico-político de Omar y John siguió su ríspido pero cordial tenor).
Ciertas
figuras políticas no entienden, o no quieren entender, o no les
conviene entender, o hacen como que la virgen les habla, una distinción
elemental entre poder y política. Es cierto que la relación es íntima,
pero poder y política no andan de la mano para todos lados. Nadie puede
objetar que un partido político, por definición, aspira a ejercer el
poder (aún cuando ese poder en la globalidad neoliberal esté acotado).
En cambio, un movimiento social a menudo aspira a hacer política, y no
necesariamente a una posición de poder. El poder es la institución de un
predominio de clase o de casta o de género o de estado. La política es
la disputa por el predominio en una correlación de fuerzas asimétrica,
cuyo objetivo es el control o gestión de los recursos económicos,
simbólicos o militares. En general, el poder es el “desenlace” de la
política, y la política es una “acción” en respuesta a ese poder.
El
Estado, por ejemplo, es una concentración de poder. Por eso “Estado
democrático” es un barbarismo de la ciencia política, que tristemente
ahora es de uso corriente. La democracia es una forma de articulación
política, por definición disruptiva. No es ningún régimen de gobierno o
Estado. A propósito de esos chiclerismos académicos, el filosofo Jaques
Rancière dice: “No hay Estado democrático… no hay traducción
institucional posible de este fondo disruptivo, expansivo, de la
política… la democracia no se identifica con una forma de Estado, sino
que designa una dinámica autónoma con respecto a los lugares, a los
tiempos, a la agenda estatal…el principio estatal, a pesar de todo,
siempre funcionó como un principio de confiscación y privatización del
poder colectivo”. En pocas palabras, Rancière sugiere que eso que se
conoce genéricamente como “democracia electoral” es esencialmente un
mecanismo de defraudación desde el estado. Y lo que Omar le seguía
tratando de explicar a John era eso.
Bueno. El caso es que Omar le dice a John: “No mano,
esta no es una lucha partidaria, esta es una lucha por un grupo de
normalistas desaparecidos… [Y la idea es transitar] de un movimiento por
los desaparecidos a un movimiento por la transformación del país”. No
lo dice Omar, pero está claro que allí radica la condición de
posibilidad de la democracia: a saber, en esa iniciativa popular
“autónoma con respecto a la agenda estatal”.
Atendiendo el razonamiento de Rancière, Amador Fernández-Savater escribe: “La democracia sería de ese modo lo ingobernable
mismo en su manifestación, es decir, la acción igualitaria que
desordena el reparto jerárquico de lugares, papeles sociales y
funciones, abriendo el campo de lo posible y ampliando las definiciones
de la vida común” (http://www.eldiario.es/interferencias/democracia-representacion-Laclau-
Ranciere_6_385721454.html).
No lo enuncia así. Es cierto. Pero Omar se lo dijo a John con menos
enredos lingüísticos. No hay peor sordo que el que no quiere escuchar,
debió pensar Omar. Para John, como para la generalidad de los
samaritanos del liberalismo, la organización partidaria es una suerte de
providencia o causa suprema. Todas las demás iniciativas sociales o
políticas –de acuerdo con el credo liberal– son meras notas al pie de la
lucha electoral.
“Ayotzinapa es una coyuntura… y es la
posibilidad de cambiar mucho”, soltó Omar. Y John asintió, no sin cierta
desesperación. Y cuando por fin parecía que la dinámica dialógica
alcanzaría un consenso, John se precipitó a una disertación de lo que a
su juicio es la historia de México, y específicamente la historia de la
izquierda partidaria en el país, y acerca de cómo esa historia
presuntamente demuestra la relevancia política de Morena en el presente.
Bien. El caso es que Omar recordó, a modo de recapitulación, que el
movimiento por Ayotzinapa es una lucha por los desaparecidos, que sí
tiene una agenda política latente, y que esa agenda responde a la
coyuntura que inaugura la tragedia del 26 de septiembre.
Esa
discusión puso en evidencia una propiedad común a los partidos y sus
huestes: a saber, que a los hombres de partido sí les interesa esas
coyunturas, pero solamente por las posiciones que los actores centrales
de esa coyuntura asuman en relación con los partidos políticos. En suma,
les interesan los votos. Lo demás es lo de menos. Los partidos
políticos son maquinarias atrapa-votos. Ese es el rasgo dominante de los
partidos. Los principios se desdibujan, y la oligarquización interna
acecha. Alguien, en algún lugar, observó que los partidos políticos no
mueren de causas naturales; se suicidan.
Y por eso Omar le decía a John: “las estructuras de partido es donde se vicia todo”.
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