Carlos Bonfil
Fotograma de la cinta protagonizada por Gérard Depardieu e Isabelle Huppert y dirigida por Guillaume Nicloux.
Un paseo con la vida y con la muerte.
En esta temporada de vacaciones, las ofertas en la cartelera comercial
de un cine distinto al entretenimiento masivo hollywoodense son escasas.
Tanto así que quien desee ver un cine adulto –alejado un poco de lo que
hacen en secreto tus mascotas o de la enésima entrega de la simpática Era del hielo–
tendrá frente a sí un verdadero desierto. A menos de aventurarse,
claro, hasta ese otro desierto californiano de temperaturas calcinantes
en las que transcurre Valley of love: un lugar para decir adiós (Valley of love, 2015), largometraje más reciente del francés Guillaume Nicloux (El secuestro de Michel Houellebecq, 2014).
El cartel promocional de la cinta marca el tono dominante: los
apellidos de los dos protagonistas aparecen en letras mayúsculas
(Huppert, Depardieu), sobre el título que yace, por debajo, más
discreto. Se trata de un evidente anzuelo comercial: se invita al duelo
de actuaciones de dos monstruos sagrados del cine francés actual. Son
ellos, Isabelle y Gérard (nombres de los actores y también de sus
personajes), quienes dominarán, de principio a fin, la trama extraña,
casi esotérica, de la película. Alguna vez fueron marido y mujer en
Francia; ambos llevan ahora por separado una vida de la que ya cada uno
sabe poca cosa del otro. Su rencuentro en California no es del todo
voluntario, se diría incluso que es forzado y muy reticente. Michael, el
hijo de ambos, les ha escrito, por separado, una breve carta antes de
suicidarse, y en ella los invita a reunirse con él, de manera póstuma,
en un día y un lugar muy preciso, en la inmensidad desértica del Valle
de la Muerte.
De Michael sólo se sabe que eligió vivir lejos de Francia su vida de
paria sexual a lado de su compañero, y ahora la ma-dre se pregunta si,
entre todo lo que le aconteció durante esos años de separación familiar,
no habría el joven contraído el padecimiento del sida. Ninguna
aclaración o respuesta al res-pecto: el misterio envuelve por completo
la vida del hijo pródigo. Isabelle y Gérard tienen literalmente cita con
un fantasma del presente y del pasado; el hijo que hoy apenas conocen y
al que tal vez nunca quisieron conocer del todo. Esa presencia
espectral envenena ahora sus existencias, los obliga a reunirse y a
buscar un mutuo refugio espiritual; todo en un territorio inhóspito,
bajo una temperatura asfixiante y a lado de personas que lejos de
interesarles llegan incluso a repelerles. El relato parece, en
ocasiones, inclinarse hacia un melodrama rutinario (prolongado recuento
de azotes, culpas y remordimientos por lo no vivido juntos, por lo
desperdiciado en común y por el hijo que los dos transformaron en un
desconocido), pero de modo sorprendente, la formidable solvencia actoral
de Huppert y Depardieu transforman ese todo banal en algo casi
excepcional. La conocida coraza sentimental de la Huppert de Michael
Haneke y Claude Chabrol parece fundirse bajo el sol de este gran
desierto, y la dirección de Guillaume Nicloux consigue extraer y plasmar
en su personaje femenino un desasosiego y una vulnerabilidad
conmovedores. Por su parte, el actor y personaje público que es
Depardieu se muestra, con toda la generosidad de sus nuevas carnes,
literalmente al desnudo: frágil como pocas veces, desamparado ante una
enfermedad propia que le obsesiona, y temeroso de encontrar en la muerte
de su hijo una inquietante anticipación de la propia.
Poco importa entonces ya creer o no en el cuento de aparecidos
que insinúa la película, o saber si lo sobrenatural es algo fantástico o
paranormal o simplemente el producto de un espejismo, delirio del
desierto. Frente a la muerte, los protagonistas (identificados en el
relato como actores célebres) cuestionan ya la vanidad de su propia
fama, la certeza de su recia autonomía o la de sus nuevos arreglos
sentimentales, el pasado con un hijo a la vez entrañable y extraño, y
los valores morales que en ese valle mortal, Zabriskie point de
un nuevo siglo, parecen haber perdido ya todo su antiguo sentido. Es
evidente que relatos como éste, tan cargados de desolación e
incertidumbre (tan llenos, sin embargo, de una ternura infinita), tienen
poco lugar en una insípida cartelera de distracciones programadas.
Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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