Cristina Pacheco
El doctor me dijo que
si quería salir a fumar, ¡adelante! No lo haré, pero le agradezco que
haya entendido cómo me siento. Es natural que esté nervioso. Si te
encontraras en mi situación, lo estarías también. A tu modo. Te hablo
porque sé que mi voz te tranquiliza y porque ya no habrá otra
oportunidad de conversar contigo.
Nunca pensé que despedirme de ti iba a afectarme tanto. Es más,
cuando llegaste a mi casa deseaba que te fueras lo antes posible. Quería
recuperar mis espacios, mis rutinas. Con tu presencia cambiaron mucho.
No te lo estoy reprochando. Te lo digo para que sepas en qué condiciones
apareciste en mi vida y cómo la modificaste.
Tocan. Si es el doctor le diré que voy a llamarlo cuando estemos listos.
II
Aunque sabía mucho de ti y varias veces nos encontramos
en calle y en el parque, nunca imaginé que viviríamos juntos, que ibas a
necesitarme. Corrijo: que íbamos a necesitarnos. ¿Sabes por qué empezó
todo? Porque se te ocurrió largarte justamente dos días antes que
Palmira y Renato se mudaran a Querétaro. Los recuerdas ¿no? Eras como de
su familia. Al menos eso me decía Palmira cuando conversábamos mientras
te veíamos correr o saltar.
Renato te demostraba su amor ejerciendo el control con una mezcla de
afecto y severidad. Me consta por el tono con que te prohibía hacer
cosas dañinas para tu salud o te ordenaba detenerte antes de atravesar
la calle. Sus esfuerzos por educarte resultaron inútiles a la hora en
que te colaste por la puerta que los cargadores habían dejado entornada y
huiste. ¿Por qué? Palmira y Renato te lo habían dado todo y en su nueva
casa de seguro te reservaban un buen espacio.
¿Oíste? Es el doctor de nuevo. Se ve que tiene poca experiencia en
esto, de otro modo entendería que quiera estar a solas contigo unos
minutos más para que te explique por qué te traje aquí. Decidirlo me
costó mucho trabajo y me hace sufrir pero sé que la peor parte la llevas
tú. Espérame, hablo con el médico y regreso.
III
Ya se fue con su tapabocas y su jeringa. Antes, me
advirtió que no es bueno prolongar la situación. Entre más pronto
terminemos será mejor. Para él es muy fácil decirlo porque no siente el
vacío que se me está formando en el pecho, donde tú tienes la herida. Es
profunda. Nadie se explica que sigas vivo. Otro en tu lugar habría
muerto al recibir el golpe.
Fue terrible. Cuando te vi ensangrentado pensé que estabas
deshecho. No me atrevía a levantarte por temor a que una parte de ti
pudiera desprenderse como la hoja de un árbol. En el parque está tu
preferido. Cada vez que lo mire recordaré el primer día en que tuve que
sacarte de paseo por la mañana y por la noche.
Regresar contigo a casa, después de haberlo hecho tantas veces solo,
fue un alivio, un regalo de tu parte. Lo disfruté a medias porque
pensaba que, mientras yo me sentía feliz, Pamela y Renato estarían
extrañándote.
Los llamé al teléfono que me dejaron. Me contestó una grabadora en inglés, pero dejé mensaje:
Apareció sano y salvo. Está en mi casa. ¿Cuándo vendrán por él?
No te ofendas. Hice la pregunta porque era lo correcto, después de
todo habías crecido con ellos, representaban tu familia, mientras que yo
no era más que un simple vecino que sabía de tu desaparición y tuvo la
fortuna de encontrarte en el cubo de la escalera, frente a mi
departamento. ¿Qué iba a hacer? ¿Dejarte solo, con hambre y frío,
asustado? Imposible. Recuerdo que te invité a pasar y te dije:
Te quedarás aquí mientras Pamela y Rodrigo vienen a recogerte.
Entraste en mi casa con expresión de no romper un plato pero
enseguida te adueñaste de todo: el tapete de la entrada, el canasto de
la ropa sucia, el revistero, mi cama; para no hablar de mis toallas que
se convirtieron en un colchón mullido y delicioso donde soltabas tus
repugnantes flatulencias. En castigo a tus desahogos te metía un
periodicazo en el lomo y te gritaba:
Favor de cerrar el escape, compadre. Divertido, me reía de mi pésimo chiste.
Lo estoy repitiendo y no siento ganas de reírme. Quiero llorar. No
debo hacerlo. Tengo que comportarme como un adulto responsable de sus
actos: si le pedí ayuda al doctor fue porque no quiero verte el resto de
tu vida gimiendo, arrastrándote o inmóvil, mirando pasar la vida desde
la ventana. No mereces tal infierno.
Ya volvió el médico. Le diré que pase. No te asustes: sólo te dará un
piquetito. Te quedarás inmóvil. Pensaré que duermes. Esta noche no
regresaremos juntos a mi departamento. Elegiré un camino largo para
retrasar el momento de encontrarlo vacío. Me esperan semanas terribles.
Habrá momentos en que no pueda más y te llame: Negro, Negro lindo, perro maravilloso ¡ven! Luego, poco a poco, quizá me acostumbre a tu ausencia.
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