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Pedro Miguel
La Jornada
Bloqueo magisterial en Arantepacua, MichoacánFoto Emmanuel Flores Alcaraz
El chubasco produce un sonido ensordecedor al
caer sobre la pequeña lona negra que ondea y mantiene secas algunas
partes de las 10 o 12 personas que se resguardan en ella y el director
de escuela tiene que alzar la voz para explicar el método educativo
particular que se aplica en su establecimiento para los niños de habla
materna purépecha. Su lucha inmediata es contra el ruido del agua que
cae a cántaros y que aplasta su exposición al pequeño grupo: cuatro
profesores, dos profesoras, una de ellas con dos críos, y dos
visitantes. El ponente no se amilana y luego pasa a señalar cómo las
disposiciones de la
reforma educativaoficial ignoran por completo las condiciones y singularidades de la labor de los educadores en esta región empapada del país. Esto es la barricada que el magisterio en lucha ha instalado a la salida de Arantepacua, población ubicada en una de las crestas de la meseta Purépecha. En la otra punta del pueblo hay unas dos decenas de tráileres retenidos. Normalmente hay más gente aquí, nos explican, pero este día muchos maestros se encuentran en una asamblea informativa y otros se fueron a la vecina Paracho a hacerle un borlote a Silvano Aureoles, quien acudió allí para inaugurar algo.
El viento sacude los cuatro metros cuadrados de lona, precariamente
adosada en un lado a un muro y en el otro precariamente sostenida por
unas ramas y unas piedras. Parece un milagro que no salga volando. Los
presentes estamos empapados de las rodillas para abajo y el goteo sobre
nuestros hombros y cabezas es persistente pero las reflexiones no se
dejan vencer por los elementos. Se habla del incierto futuro inmediato,
de los vericuetos políticos del diálogo entre la CNTE y Gobernación y de
la determinación de mantener la lucha. La calle empinada se ha vuelto
un río de aguas lodosas que hay que remontar en el coche para llegar al
campamento principal, situado en una escuela que se anega –como lo
muestran las manchas de humedad a medio muro– a pesar de estar situada
en lo alto de la principal loma del pueblo. En el trayecto azaroso los
dos profes que son nuestro contacto y nuestros guías nos cuentan que ya la comunidad les dijo:
No tengan miedo, que si vienen por ustedes nosotros no nos vamos a quedar cruzados de brazos.
Sabrá Dios cómo sean las oficinas de Claudio X. González y de Gustavo
de Hoyos Walther. Tal vez tengan muebles que combinen piel y cromo,
acaso disfruten de aire acondicionado, pero es razonable dar por seguro
que no tienen goteras. Los despachos de Enrique Peña Nieto y de Aurelio
Nuño aparecen de cuando en cuando en los medios, tampoco les entra el
agua cuando llueve y puede asumirse que tienen completos los vidrios de
las ventanas. Cuando uno va a visitar a los maestros en resistencia bajo
sus lonas agujereadas resulta inevitable evocar los sitios desde los
que despacha el bando contrario: los ideólogos de la
reforma educativa, los promotores de la represión, los operadores y ejecutores del linchamiento contra todo un gremio, el más numeroso del país –si es que el narco aún no lo ha superado en afiliados, gracias a la
guerra contra la delincuenciaemprendida por Calderón y proseguida por el propio Peña.
A diferencia de lo que ocurre en las ciudades del país, los
campamentos magisteriales en las comunidades de esta zona de Michoacán
no pasan apuros por comida. El respaldo popular es evidente y orgánico.
En la explanada que rodea la escuela hay varias cocinas. Los profes
se agrupan según sus comunidades de trabajo y cada una de ellas tiene
un coordinador o coordinadora. Ahora la reunión es en un salón en el que
el eslogan:
escuelas de calidadsuena a bofetada. En el pizarrón, sin embargo, están pegadas unas cartulinas que son un primor de ortografía, caligrafía y diseño, con las reglas básicas de la multiplicación. Una maestra lleva la voz cantante para resumir en forma puntual el sentir generalizado sobre la falta de representatividad de los legisladores del país. Un compañero suyo reflexiona sobre el impacto benéfico de los salarios magisteriales en las economías locales, mientras de las cocinas llega el aroma de los comales. Los choferes de los tráileres son invitados frecuentes a las mesas de la resistencia y, por supuesto, tienen plena libertad de quedarse o de ir adonde les dé la gana. Son sus unidades las que no pasan.
En la trinchera de la entrada sólo hay mujeres. También se
guarecen bajo una rafia pegada a la caja de uno de los camiones
retenidos. Alrededor del grupo, en los cuatro puntos cardinales, hay
lodo.
¡Ésta es la realidad, no la que les cuentan los medios!, grita la mayor, a guisa de saludo. “Nos dicen que no estamos solos pero yo sí me siento sola sin mi marido –tercia otra–. Ya tiene dos semanas que lo dejé con mis tres niños para venir aquí, que es donde tengo que estar”.
Un par de horas antes pegaba un sol inclemente en la plaza de
Caltzontzin, una población conurbada a Uruapan por la que pasa la vía
del tren y en la que los educadores bloquearon los vagones como parte de
sus acciones. Acababan de levantar el bloqueo por decisión propia y se
reunían en asamblea informativa antes de regresar a sus lugares de
origen, aunque algunos irían a la Ciudadela del Distrito Federal a
reforzar el campamento magisterial. El ánimo allí era festivo y
triunfante. “Ya se acercaron porque querían desalojar pero aquí el
pueblo está con los profes” –comenta la encargada de un ciber
situado en una esquina de la explanada– y se tuvieron que echar para
atrás”. Los movilizados allí suman centenares y los hay de todas las
edades. Maestros jubilados conviven con profesoras jóvenes que ni en las
barricadas han descuidado el arreglo personal.
Desde el 19 de junio, cuando el régimen perpetró en Nochixtlán la
bárbara agresión policial que costó una decena de vidas y que dejó un
sinnúmero de heridos de bala, quedó claro que el movimiento magisterial
en curso trasciende, con mucho, la lucha por derechos laborales
adquiridos y en defensa de la educación pública gratuita. En esa lucha
grandes sectores de la población atropellada por las recientes
presidencias neoliberales y sus socios ha visto un punto de confluencia
para la suma de todos los agravios. Comunidades, organizaciones
sociales, individuos sueltos, han venido sumándose a la movilización.
Por lo que hace a Chiapas, Oaxaca, Michoacán, Guerrero, Tabasco y
otras entidades, si el régimen acata las exigencias empresariales de
hacer cumplir la leytendría que llevar a cabo docenas de Atencos, Nochixtlanes, Aguas Blancas, Acteales y Tlatelolcos: en suma, tendría que sumir al país en un baño de sangre sin precedentes. Mucho pesa el fardo del peñato con Tlatlaya, Iguala, Tanhuato y Apatzingán y a eso hay que sumarle la Casa Blanca de Las Lomas, los enjuages con Higa y OHL, los gobernadores y ex gobernadores priístas a punto de convertirse en carne de tribunal, el desastre económico y los gasolinazos. El grupo gobernante posiblemente sepa que no hay suficientes policías ni cárceles como para lanzarse a una guerra semejante en contra de cientos o miles de comunidades. Y de seguro sabe que su engendro de
reforma educativa, ideada para abrir la puerta a la privatización de la enseñanza pública y para desarticular al gremio más articulado y más articulador de la población pobre, ya fracasó. Las oficinas de lujo y los despachos oficiales han sido derrotados desde lonas precarias que, a pesar de todo, soportan la lluvia.
Twitter: @navegaciones
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