Todo
indica que este 2017 será peor que el año que cerramos. Nuestro país,
desde hace mucho dependiente de Estados Unidos, será arrastrado aun más
por las políticas de la Casa Blanca; pero ahora posiblemente devastado
por algunas de éstas, sobre todo las migratorias y económicas que
aplique Donald Trump. Si antes de las elecciones estadunidenses nuestros
políticos hicieron estupideces memorables –como portar playeras a favor
de Hilary, involucrándose en la política estadunidense como porra
futbolera; romper una piñata alusiva a Trump, en la mayor demostración
posible de valor y autodeterminación; o señalar que Trump es para México
un huracán económico categoría cinco, ¡ah Carstens!,
exguardián del Banco de México; o los desfiguros de Luis Videgaray y
Enrique Peña Nieto al invitar a nuestro país al entonces candidato
presidencial–; y antes de que Trump tomara posesión nuestros políticos
temblaron y actuaron con insensatez, ¿qué podemos esperar de ellos
cuando la realidad de Trump nos alcance?
Por
otro lado, muchos conciudadanos se sienten amenazados por Trump
–incluso cuando sólo era candidato–. Considerar de mayor riesgo la
política de Estados Unidos, que la podredumbre de nuestro sistema
político es ceguera ante nuestra realidad. Con un presidente y muchos
gobernadores corruptos, que son estandartes de incompetencia para
garantizar nuestro bienestar; con un sistema que sólo acumula
descalabros económicos, eliminación de beneficios sociales y, sobre
todo, más muertos y desaparecidos en medio de una violencia casi
generalizada en la nación; el que muchos mexicanos se alarmen más por
los dichos de un presidente electo extranjero que por la política
nacional es, cuando menos, desconcertante.
Se alarman
conciudadanos y políticos cada vez que Trump menciona la erección de un
muro fronterizo, cuando una tercera parte de ese muro ya está
construida. Muro que ha sido el resultado de los recursos económicos y
estrategias que desde la década de 1990 aplica el gobierno
estadunidense, para frenar el gran flujo migratorio de nuestros
connacionales; generado en gran medida por las políticas económicas
entreguistas que nuestra clase política ha privilegiado desde hace
décadas, y que sin duda los políticos actuales no han querido revertir.
En
medio del desastre que es México y la “terrible” amenaza de un muro que
desde hace tiempo se construye. Se aproxima el proceso de elección
presidencial de 2018. Lo que augura un 2017 álgido y peleado en los
medios de comunicación. Donde las encuestas, como siempre, serán fraudulentas bolas de cristal
para mentes desinformadas. Desde ahora diversas voces, bien informadas y
malintencionadas, alaban la candidatura de Margarita Zavala, y
deberíamos preguntarnos ¿quién es ella además de ser esposa de Felipe
Calderón? Ese presidente al que le quedó grande el uniforme militar,
pero que generó el mayor conflicto armado desde la Revolución Mexicana.
¿Quién es ella para querer ser presidenta de una nación tan atormentada y
diezmada? Por que los miles que han muerto en la guerra que inició su
marido y ha continuado Enrique Peña Nieto, son bajas mexicanas del bando
que sean. ¿Quién es ella para querer dirigir los destinos de una
nación?, cuando su prima Marcia Matilde Gómez del Campo quedó exonerada
de la tragedia de la Guardería ABC, en la que murieron 49 bebés. ¿Qué ha
hecho ella para considerarse por un segundo como posible candidata?
Si
de votar por una mujer se trata, voten por la innombrable candidata
zapatista, porque no sabemos cómo se llama. Y las preguntas sobre
Margarita se vuelven pertinentes otra vez. ¿Quién es la candidata
indígena para querer gobernar un país? ¿Qué ha hecho además de resistir
en las montañas y sobrevivir a un sistema injusto? Sistema políticamente
corrompido, y acremente criticado por sus ideólogos –Marcos o Galeano,
Moisés y su Congreso Nacional Indígena–. Si ya es cuestionable que la
extrema derecha y “la extrema izquierda” postulen a mujeres desconocidas
por su actividad política seria –Margarita ya tiene libro y
telenovela–, entonces por qué deberíamos votar por una o por la otra.
Zavala significa la continuación del sistema como lo conocemos, la
posible variante sería que en la fotografía habría un vestido, pero no
capacidad política; aunque tal vez el Ejército si tenga un uniforme de
su talla. De la candidata indígena, sin nombre ni rostro, no se puede
decir mucho. ¿Qué significaría votar por ella si se postula? Puede ser
que reducir el propósito del sufragio a una cuestión de género y de
clases sociales.
Con la alarma por Trump y las insensatas
candidaturas mujeriles, no se apartan del renglón presidencial algunos
“independientes”, que agazapados se mantienen a la espera de vientos
político-mediáticos favorables. Los perredistas no tienen claro quién
será su candidato. Mientras a Andrés Manuel López Obrador lo comparan
igual con Trump que con el finado Fidel Castro. López Obrador es el
aspirante presidencial de Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), y
aunque las falibles encuestas lo posicionan a la delantera –siento que
ya viví esa escena en los dos pasados procesos electorales–. Lo
predecible es que conforme se acerquen las elecciones lo vayan
des-posicionando. En esta turbulencia política algo que debería
alarmarnos es el silencio a voces de la posible candidatura
priísta; puede ser José Antonio Meade Kuribreña, Miguel Ángel Osorio
Chong, Enrique Ochoa Reza, o cualquier gobernador que con alguna
artimaña mediática sea revitalizado, engalanado y exonerado de toda
corrupción. Lo que parece poco factible ante el intento de
posicionamiento de Zavala, en lo que puede interpretarse como una
alianza entre las cúpulas dirigentes del país, además del Partido Acción
Nacional y el Partido Revolucionario Institucional. Por supuesto, como
consecuencia de la fracasada administración peñista. Pero ese aparente
alejamiento de la carrera presidencial no significa que debamos dar por
vencido al priísmo, que en cualquier momento puede resurgir y, lo peor
de todo, comprar a millones de votantes sin memoria, ya no digamos
histórica, sino inmediata.
Es así que el año que comienza promete
ser ajetreado en lo político, devaluado en lo económico y más humillante
en cuanto a nuestra mancillada soberanía. Y mientras tanto muchos
ciudadanos y políticos están aterrorizados por un vecino que no nos
quiere en su casa, cuando lo que nos debería ocupar es evitar que
nuestros connacionales prefieran vivir en esa casa y no en la nuestra.
Roberto E Galindo Domínguez*
*Maestro
en ciencias, arqueólogo y buzo profesional, literato, diseñador
gráfico. Cursa la maestría en apreciación y creación literaria en Casa
Lamm. Miembro del taller literario La Serpiente
[OPINIÓN]
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