Luis Hernández Navarro
“Definitivamente, no nos quieren indios, nos prefieren muertos”, soltó Anabella Carlón Flores. Y añadió:
México tiene sólo leyes bonitas, pero no se aplican.
Anabella es abogada de la tribu yaqui. Junto a su esposo, Isabel Lugo
Molina, está al frente de la defensa legal de los habitantes de Loma de
Bácum contra la construcción del gasoducto Aguaprieta por parte de la
empresa Ienova Sempra Energy, que atraviesa el territorio de la tribu,
entre los municipios de Guaymas y Cajeme, en el sur de Sonora.
El pasado 13 de diciembre los dos fueron secuestrados por un comando. Uno de los pistoleros les advirtió:
ya párenle. A Anabella la arrojaron a un canal y la dejaron en libertad ese mismo día. Pero a Isabel lo retuvieron y golpearon durante siete días. Quedó muy lastimado.
Según Anabella, la búsqueda de su marido se agilizó desde que se tuvo
contacto directo con la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas
para los Derechos Humanos. Perseguidos, con las puertas legales
cerradas, la abogada amagó con la posibilidad de que el pueblo yaqui de
Loma de Bácum solicite asilo político a otro país, toda vez que el
gobierno mexicano no brinda las condiciones de seguridad, ni las
garantías de sobrevivencia que han pedido desde que se inició el
conflicto por el paso del gasoducto.
La historia de Anabella e Isabel dista de ser una rareza. Por el
contrario, forma parte de un patrón de conducta extendido en todo el
país. Decenas de dirigentes indígenas que resisten al despojo de los
territorios y recursos naturales de sus pueblos por parte de empresas
han sido amenazados, hostigados y asesinados.
El Informe anual: Los caminos de la resistencia del Centro
de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas (Frayba), presentado
hace unos días en Chiapas, documenta fehacientemente cómo la industria
minera extractiva y los megaproyectos en marcha despojan
territorialmente a las comunidades en esa entidad. Son una invasión
destructiva por parte de las empresas y del gobierno contra los pueblos
originarios de la entidad, que viven bajo constante amenaza.
Este expolio tiene en el racismo y la discriminación una de sus más
poderosas envolturas ideológicas. A finales de noviembre, en Ciudad
Juárez, Chihuahua, a la activista de derechos humanos María Rosalinda
Guadalajara, de 28 años y gobernadora tarahumara en la ciudad, le
impidieron entrar al Club Kentucky, que presume de ser el lugar en el
que se inventó el coctel Margarita. El establecimiento pretextó primero
que la indígena traía huaraches y podía sufrir un resbalón, y después
que no podía pedir dinero adentro.
No es el único lugar donde esto sucede en Juárez. En almacenes como
Soriana y Walmart prohíben el ingreso de rarámuris, con el pretexto de
que limosnean o roban.
Es tan grave la discriminación y el racismo que viven los pueblos
originarios en todo el país, que la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos (CIDH) aceptó abordar el caso de los pueblos indígenas en
Yucatán.
Su principal argumento fue que el modelo de desarrollo que
actualmente se impulsa en la península, basado en monocultivos
convencionales y transgénicos, así como en el desarrollo de
megaproyectos de energía solar y eólica, está violando los derechos
humanos de las comunidades y pueblos indígenas y comenzando a generar
daños graves e irreparables al medio ambiente, al tejido social y a la
salud humana.
La CIDH recibió, en el último periodo de sesiones celebrado en
Panamá, cerca de 300 solicitudes de audiencias temáticas. Sólo aceptó
30, cuatro de ellas de México.
Es en este contexto, en el que cerca de 3 mil delegados del Congreso
Nacional Indígena (CNI) acordaron este 1º de enero que es el momento de
que la dignidad gobierne, y su decisión de
cerrar filas y pasar a la ofensiva, en una nueva etapa de lucha, para reconstituirse ya no sólo como pueblo, sino como nación.
Es el momento de los pueblos de pasar a la ofensiva. Vamos por todo, advirtieron.
El acuerdo tiene el apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
Tal vez sea la última oportunidad de que estos suelos no desaparezcan entre tanta muerte. Hay que escuchar el dolor que hay en México, señaló el subcomandante Moisés.
El nuevo salto en la estrategia indígena tiene como eje central la
creación de un Concejo (con C) de Gobierno Indígena (CGI), como
representante de los pueblos y las tribus del país. La voz del Concejo
será una mujer indígena que ha acompañado a los pueblos en su lucha, que
será postulada como candidata a la presidencia. Una candidata que, a
pesar de estar en la boleta de 2018, se diferenciará por ser
la palabra colectiva de abajo y a la izquierda.
Para que no vuelvan a suceder hechos tan lamentables como la
represión a Anabella Carlón Flores y a Isabel Lugo Molina; para que los
futuros informes de derechos humanos del Frayba y de tantos otros
centros defensores no tengan que dedicar abultados capítulos al despojo y
la explotación de los pueblos originarios; para que sucesos tan
bochornosos como el que vivió María Rosalina Guadalajara no se produzcan
más en ninguna otra parte del país; para que la CIDH no deba abordar
situaciones tan desconsoladoras como los provocados a las comunidades de
la península de Yucatán por los proyectos de desarrollo etnocidas; para
que ninguno de estos dolores y muchos otros parecidos
a ellos se vuelvan a repetir, el CNI exclamó este 1º de enero un nuevo ¡Ya Basta!
Ese ¡Ya Basta! es un orgulloso heredero del proclamado el 1º de enero
de 1994 por el EZLN. Y, como aquél, será un viento fresco que sacudirá
el enrarecido clima de la política nacional.
Twitter: @lhan55
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