Adiós a un crítico del capitalismo
Dónde hallar nuestro hogar
John Berger
Alguien pregunta: ¿todavía eres marxista? Nunca ha sido tan extensa como hoy la devastación ocasionada por la búsqueda de la ganancia, según la define el capitalismo. Casi todo mundo lo sabe. Cómo entonces es posible no hacerle caso a Marx, quien profetizó y analizó tal devastación. La respuesta sería que la gente, mucha gente, ha perdido sus coordenadas políticas. Sin mapa alguno, no saben adónde se dirigen.
* * *
Todos
los días, la gente sigue señales que apuntan a algún sitio que no es su
hogar, sino a un destino elegido. Señales carreteras, señales de
embarque en algún aeropuerto, avisos en las terminales. Algunos hacen
sus viajes por placer, otros por negocios, muchos motivados por la
pérdida o la desesperación. Al llegar, terminan por darse cuenta de que
no están en el sitio indicado por las señales que siguieron. Donde se
encuentran tiene la latitud, la longitud, el tiempo local y la moneda
correctos, y no obstante, no tiene la gravedad específica del destino
que escogieron.
Se hallan junto al lugar al que escogieron llegar.
La distancia que los separa de éste es incalculable. Puede ser
únicamente la anchura de un vía pública, puede estar a un mundo de
distancia. El sitio ha perdido lo que lo convertía en un destino. Ha
perdido su territorio de experiencia.
Algunas veces algunos
cuantos de estos viajeros emprenden un viaje privado y hallan el lugar
que anhelaban alcanzar, que a veces es más rudo de lo que imaginaban,
aunque lo descubren con alivio sin límites. Muchos nunca lo logran.
Aceptan los signos que siguieron y es como si no viajaran, como si se
quedaran siempre donde ya estaban.
* * *
Voy bajando las escaleras de una estación del Metro para tomar la línea B. Está repleto aquí. ¿Dónde estás tú? ¿De veras? ¿Y cómo está el clima? Ya me tengo que subir al tren, luego te hablo...
De las miles de
millones de conversaciones por telefonía móvil que ocurren cada hora en
las ciudades y suburbios del mundo, la mayoría, sean privadas o de
negocios, comienzan con una declaración del paradero o ubicación
aproximada de quien llama. La gente necesita de inmediato identificar
con precisión dónde se encuentra. Es como si estuvieran perseguidos por
la duda de que tal vez no estén en ninguna parte. Circundados por tantas
abstracciones, tienen que inventar y compartir su localización
transitoria.
Hace más de 30 años Guy Debord escribió proféticamente:
La acumulación de bienes de consumo producidos masivamente para el espacio abstracto del mercado, así como aplastó todas las barreras regionales y legales, y todas las restricciones corporativas de la Edad Media que mantenían la calidad de la producción artesanal, también destruyó la autonomía y la cualidad de los lugares.
El término clave del
caos global actual es la dislocación, o la relocalización. Esto no se
refiere únicamente a la práctica de mover la producción adonde quiera
que la mano de obra sea más barata, y las regulaciones, mínimas.
Contiene
también el sueño demente de salirse de margen, propio del nuevo poder
en funciones: el sueño de minar el estatus y confianza de todos los
lugares fijos previos, de tal manera que el mundo entero sea un solo
mercado fluido.
El consumidor es esencialmente alguien que se
siente perdido (o a quien se le hace sentir perdido) a menos que
consuma. Las marcas y logotipos de las mercancías son el sitio que
nombra esa ninguna parte.
John Berger en el caracol de OventicFoto Víctor Camacho
Otros
signos que anuncian la Libertad y la Democracia, términos robados de
periodos históricos previos, se usan también para confundir. En el
pasado, fue una táctica común de quienes defendían su tierra natal
contra los invasores cambiar las señales camineras para que una que
indicaba Zaragoza apuntara en la dirección opuesta hacia Burgos. Hoy no
son quienes se defienden, sino los invasores extranjeros los que
invierten los signos para confundir a las poblaciones locales, para
confundirlas acerca de quién gobierna a quién, acerca de la naturaleza
de la felicidad, del alcance del quebranto o de donde ha de hallarse la
eternidad. El propósito de estas direcciones falseadas es persuadir a la
gente de que ser un cliente es la salvación última.
Sin embargo, a los clientes los define el sitio de su salida y su pago, no dónde viven y mueren.
* * *
A
un kilómetro de donde escribo hay un campo donde pastan cuatro burros,
dos hembras y dos burritos. Son de una especie particularmente pequeña.
Cuando las madres aguzan sus orejas ribeteadas de negro, me llegan a la
altura del mentón. Los burritos, de unas cuantas semanas de edad, son
del tamaño de unos perros terrier grandes, con la diferencia de que sus
cabezas son casi tan grandes como sus costados.
Me brinco la barda
y me siento en el campo apoyando la espalda en el tronco de un manzano.
Ya tienen sus rutas propias por todo el campo y pasan por debajo de
ramas tan bajas que yo tendría que ir a gatas. Me observan. Hay dos
áreas donde no hay pasto alguno, sólo tierra rojiza, y es en uno de
estos anillos adonde vienen varias veces al día a rodarse sobre su lomo.
Primero las madres, luego los burritos. Éstos tienen ya una franja
negra en el lomo.
Ahora se aproximan. El olor de los burros y el
salvado, no el de los caballos, que es más discreto. Las madres rozan mi
cabeza con sus quijadas. Son blancos sus hocicos. Alrededor de sus ojos
hay moscas, mucho más agitadas que sus propias miradas interrogantes.
Cuando
se quedan a la sombra, en el lindero del bosque, las moscas se marchan y
pueden quedarse casi inmóviles por media hora. En la sombra del medio
día, el tiempo se alenta. Cuando uno de los burritos mama (la leche de
burra es la más semejante a la humana), las orejas de la madre se echan
atrás y apuntan a la cola.
Rodeado por los cuatro burros en la luz
del día, mi atención se fija en sus patas, dieciséis de ellas. Son
esbeltas, contundentes, contienen concentración, seguridad. (Las patas
de los caballos parecen histéricas en comparación.). Estas son patas
para cruzar montañas que ningún caballo se atrevería, patas para
soportar cargas inimaginables si se consideran tan sólo las rodillas,
las espinillas, las cernejas, los jarretes, las canillas, los cuartos,
las pezuñas. Patas de burro.
Deambulan, con la cabeza baja,
pastando, mientras sus orejas no se pierden de nada; los observo, con
sus ojos cubiertos de piel. En nuestros intercambios, tal como ocurren,
en la compañía de mediodía que nos ofrecemos ellos y yo, hay un sustrato
de algo que sólo puedo describir como gratitud. Cuatro burros en un
campo, mes de junio, año 2005.
* * *
Sí, entre otras muchas cosas sigo siendo marxista.
*Enviado por el autor, traducción: Ramón Vera Herrera para el número 98 (junio de 2005) del suplemento Ojarasca
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