Carlos Bonfil
Persistencia de la memoria. Bajo el lema
Las fronteras separan, el cine nos une, el 21 Festival de Cine de Lima (4 a 12 de agosto) celebró este año la azarosa y muy apreciable idea de una América Latina unida por el arte fílmico en el momento preciso en que paradójicamente se muestra, en el terreno político, más polarizada que nunca. En la misma capital peruana donde una reunión de cancilleres de la mayor parte de las naciones del continente han unido sus esfuerzos para denunciar la deriva autoritaria del régimen de Nicolás Maduro, el festival ha otorgado un muy merecido premio del jurado de ficción a La familia, primer largometraje del joven venezolano Gustavo Rondón Córdova. La película no alude, de modo directo, a la grave situación política de aquel país, pero toda su trama transcurre en un territorio de desolación moral y penuria económica muy similar al retratado antes por su compatriota Lorenzo Vigas en la cinta Desde allá, premiado hace dos años en Venecia.
La familia refiere, con parquedad y sin tintes
melodramáticos, el intento desesperado de un padre de familia por
sustraer de una revancha colectiva a su hijo de 12 años que ha herido
gravemente a un compañero de juegos. La fuga de los dos personajes de la
barriada popular donde la delincuencia se ha vuelto una estrategia
cotidiana para hacer frente a una irrefrenable degradación social,
obliga al padre y a su hijo a un entendimiento racional y una reparación
afectiva que hasta ese momento parecía imposible.
Pudiendo haber derivado en una versión moderna de Ladrones de bicicletas,
de Vittorio de Sica, la cinta toma distancia con toda sospecha de
sentimentalismo para ofrecer la narración muy sobria de un conflicto
familiar que, en medio de la fatalidad, avizora una salida
esperanzadora. A lado de esta ficción venezolana, lo que ha prevalecido
en el festival ha sido la yuxtaposición de experiencias íntimas y
colectivas marcadas por una cierta obstinación de la memoria. La
referencia a los agravios aún vivos de las épocas de las dictaduras
militares en Chile y Argentina, aparece en películas tan diversas como La idea de un lago,
de la realizadora bonaerense Milagros Mumenthaler, finísima crónica
familiar que entreteje épocas, espacios y recuerdos a través del libro
gráfico que elabora la protagonista, o en el retrato muy áspero de una
mujer burguesa enfrentada a sus propios demonios y al siniestro legado
de la generación que le precede en la cinta chilena Los perros, de la realizadora Marcela Said, autora también de I love Pinochet, un documental perturbador filmado en 2001.
Un clima similar de exasperación social y violencia domina en El otro hermano, un thriller muy ágil del argentino Israel Caetano (Un oso rojo,
2002), donde un mismo afán de lucro y mezquindad moral vuelve
indisociables a las víctimas y victimarios de una sórdida trama de
crímenes y secuestros. Esa misma mediocridad de sentimientos e intereses
tiene una vertiente apenas distinta en el acoso homofóbico que padece
el protagonista transexual de Una mujer fantástica, cinta chilena de Sebastián Lelio (La sagrada familia,
2005), un personaje obligado a abrirse paso, de modo temerario, en una
sociedad empecinadamente intolerante. Mención aparte merece Camaleón,
del también chileno Jorge Riquelme Serrano, cuya interesante propuesta
inicial de violencia de género se ve lamentablemente frustrada por el
tremendismo gratuito que el director se siente obligado a imprimir a
toda la película.
Frente a este panorama pesimista, el festival ha presentado dos frescos históricos brasileños, Vazante, de Daniela Thomas, y Joaquim,
de Marcelo Gomes, realizaciones muy correctas, destacables más por sus
valores plásticos que por la originalidad de sus propuestas; dos
intensas fábulas intimistas, La novia del desierto, de las argentinas Cecilia Atán y Valeria Pivato, y La defensa del dragón, de la colombiana Natalia Santa; también las dos cintas cubanas favoritas de festivales recientes, Últimos días en La Habana, de Fernando Pérez, y Santa y Andrés, de Carlos Lechuga; así como tres propuestas dramáticas novedosas: Medea, de la cineasta costarricense Alexandra Latishev; Retablo, relato de homofobia colectiva en una comunidad indígena peruana, de Álvaro Delgado Aparicio, y Gabriel y la montaña,
del brasileño Felipe Gamarano Barbosa, una mezcla de ficción y
documental que relata el empeño valeroso, y a la vez suicida, de un
joven universitario que recorre el mundo para conquistar las más altas
cimas montañosas, al tiempo que se aleja de sus afectos íntimos y de su
identidad cultural, para entregarse a la vitalidad de una África mítica y
pintoresca, y precipitarse en la tentación del vacío.
Tres cintas mexicanas conquistaron en este festival premios importantes: La región salvaje, de Amat Escalante (mejor guión); La libertad del diablo, de Everardo González (mejor documental), y El vigilante,
de Diego Ros (premio de la crítica internacional). De estas notables
realizaciones, con escasa o nula difusión en su propio país,se
hablará con el detenimiento que merecen en nuevas entregas. El Festival
de Lim sigue siendo uno de los mejores cónclaves para comprender y
calibrar la vitalidad muy compleja del actual cine latinoamericano.
Twitter: @CarlosBonfil1
No hay comentarios.:
Publicar un comentario