Luis Linares Zapata
Una vez que el catastrofismo
rindió magros frutos para doblegar los ímpetus transformadores, la
crítica contra el imberbe gobierno parece cambiar de sustancia y rumbo.
Las rotundas negativas a aceptar que el ahorro de dispendios
(austeridad) y latrocinios a evitar (honestidad) ayudarían a financiar
los nuevos y ambiciosos programas sociales, fue el arranque de la espesa
numerología contrapuesta. Le siguieron fumarolas de salidas de capital,
desequilibrios económicos inmediatos que, sin penas ni gritos
adicionales, se esfumaron por completo. El presupuesto fue esperado con
ansias para certificar tanto incompetencia como inconsistencias con lo
prometido. Las opiniones de los centros bancarios de observación
financiera, numerosos análisis favorables actuaron como efectivo
antídoto al deseo opositor que entrevió y pronosticó crisis en puerta.
Las pérdidas por la cancelación del aeropuerto de Texcoco fue y ha sido,
punto medular para ensayar especulaciones cifradas que rayan en lo
fantástico. El arreglo con constructores y bonistas externos introdujo
calma en los mercados muy a pesar del griterío mediático. Los costos
futuros, crecientes y masivos por continuar la faraónica obra, tendrían
que correr a cargo del erario lo cual era, por completo, inconveniente e
inaceptable. Se puede y debe construir un nuevo y necesario aeropuerto
sin tales ataduras financieras y ya se empezaron los planes y
previsiones para concretarlo.
Ahora, después de la trifulca de futurología numérica, se ensaya con
renovada enjundia opositora explorar, con seguridades plasmadas al pie
de página, ir a la profundidad sicológica del núcleo impulsor del
cambio: Andrés Manuel López Obrador. Y no sólo de él, sus visiones,
actitudes y narrativa, sino la de todo el conjunto político y
administrativo que lo acompaña en esa tarea para cambiar el régimen. Son
estos seguidores y acompañantes una grey que se define, desde múltiples
voces de lucidez incontestable, como doblegada ante la severidad del
pensamiento único que dimana desde la cúspide del poder concentrado. Se
afirma, con simpleza y mala fe, que se han congregado al derredor de un
nuevo y santo grial centrípeto y autoritario. Entonan estos supuestos
acólitos morenos, después de cada conferencia ritual y
mañanera, cánticos de redención y salvamento acríticos. Los arrestos que
dimanan del núcleo de poder se asumen como provenientes de los cielos.
Los mandatos, juzgados inapelables, de simplón y repetitivo formato, no
sólo se desparraman sobre los individuos, sino que, alegan presurosos,
tocan el alma misma de la sociedad de hoy y mañana. Va naciendo así algo
parecido a una santa cofradía que sigue, palabra a palabra, de gesto a
desplante, los efluvios de un sumo sacerdote, concluyen gozosos.
La épica, entonces, sobrevuela el espacio público y se finca en todas
y cada uno de los actos de gobierno. La solicitud a seguir al
Presidente de la República en su tarea transformadora se le enjuicia
como un llamado a la trascendencia perenne, a la epopeya continua.
Desear y proponerse un cambio similar a otros que han tenido lugar en
esta patria, hoy contrahecha, es aspirar a un mundo donde rija la magia,
el anhelo imposible, la locura. No hay vuelta de hoja, aseguran los
críticos imbuidos en la modernidad, en esa modalidad tecnocrática de la
palabra escrita que, para sostenerse y pesar, deja gotear nombres
célebres por doquier.
Abrigar ambiciones de hacer historia no es práctica sana de gobierno,
según extendida versión opositora. Más valdría arrellanarse con la
continuidad, con las mejoras a saltitos, con el reformismo de tipo prianista donde
nada pasa y todo queda en favor de la plutocracia. Hacer olas,
despertar corajes, afectar intereses y modificar rituales, polarizar,
despierta sospechas socialistas, arranques revolucionarios.
Se recomienda, ante tanto tironeo y prisas desatadas, apegarse a la
continuidad sin sobresaltos. Hay que atender los reclamos de los
afectados, no actuar fuera de la Constitución, respetar la crítica,
abrir cauces a los balances y contrapesos del poder. Toda una
parafernalia conceptual, bien establecida por el modelo neoliberal,
deformador e injusto, que sólo ocasionalmente se respetó y reclamó en el
pasado. En ese estado de cosas plácido y tramposo se había encontrado
un conveniente acomodo. En este tinglado se incluye toda suerte de
grupos de presión, aparato comunicativo con sus adalides bien probados y
al oficialismo. Las ondas desparramadas a velocidad creciente, causan
temores –preocupaciones les llaman ahora– a los abanderados de la
sociedad civil.
Hay urgencia de parar al molesto eje que obliga a clamar por
contrapesos sin valorar los que, en verdad, existen instalados en la
cotidiana realidad. No hay ni habrá interpretación selectiva de la
historia, sino la búsqueda y encuentro de un cauce por donde correrá la
actualidad en pos de la justicia distributiva. Esa tendencia sí que es
un mantra selectivo a conseguir.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario