La corrupción ha estado
presente en la historia humana, pero sus formas más agudas y expresivas
se han alcanzado en el marco del capitalismo, para México, el periodo
neoliberal extendió a todos los niveles de gobierno la degradación moral
y ética impregnando también a todos los sectores de la sociedad,
imponiendo la lógica de la acumulación de la riqueza por encima de la
vida, el hecho de pensar al Ser a partir de lo que posee y no de lo que
es en sí, agudizó el anhelo de acumulación, abriendo los caminos para la
realización de actos ilícitos en detrimento de la moral y el bienestar
humano, el caso de PEMEX es representativo por el robo y venta
(clandestina) de hidrocarburos (“huachicoleo”) pero no el único, las
instituciones mexicanas están coludidas hasta la médula por actos de
funcionarios y algunos sectores de empleados que han visto fácil usurpar
de la riqueza nacional una parte (en muchos casos una gran parte) para
su beneficio particular, la venta de medicinas por médicos y
funcionarios del IMSS y el ISSSTE también son otra muestra, el
narcotráfico y su directa vinculación con los organizamos del poder una
evidencia más, la realidad ha evidenciado que el Estado mexicano ha
cometido los mayores actos de corrupción que ya no pueden seguir
impunes: la gran estafa de petróleos mexicanos sólo es un botón de
muestra en la sistémica degradación de nuestras instituciones.
La
corrupción política que ha generado un estado de impunidad continuo en
las últimas décadas, se enfrenta ahora a la regeneración moral impulsada
por el nuevo gobierno federal con su proyecto de la “Cuarta
Transformación”, el combate contra este mal ha reabierto viejas
rencillas entre partidos políticos y puesto en práctica las formas
tradicionales de desinformación usadas por quienes pretenden mantener
sus prebendas conseguidas por medio de acuerdos ocultos, sobornos y
prácticas absolutamente ilegales. Los resabios de un viejo régimen
político tiemblan por la llegada de una nueva lógica moral, sin que
signifique una ruptura plena con el sistema, la regeneración propuesta
quiere poner fin a todas aquellas acciones generadas por los gobernantes
como por los ciudadanos que laceren el pacto social de convivencia
establecido, es en sí, una reorganización de la vida pública de México,
reestructurando algunos aspectos del sistema capitalista y manteniendo
otros bajo una cierta vigilancia, aunque esto signifique una
contradicción en muchos sentidos, la apuesta es por la toma de
conciencia moral por parte de todos, un saneamiento ante la impunidad
tan profunda que aún padecemos.
El capitalismo ha degradado al
ser humano convirtiéndolo en mercancía, la cosificación de la naturaleza
humana hace que, por ejemplo, el indígena sea objeto de las peores
vulgaridades ante el juicio burgués, imponiendo la discriminación y el
racismo como ejes de su percepción, hecho que se repite en el imaginario
simbólico aplicado a las clases marginadas, esta corrupción social es
la que ha llevado a nuestro país a los impensables niveles de
degradación humana, y es que es necesario entender que la corrupción no
es únicamente el acto ilegal cometido por funcionarios o ciudadanos, la
corrupción es también el acto de aceptar la existencia de la impunidad,
del racismo, de la explotación y de la injusticia en todos sus niveles,
acompañados estos males de la violencia sistémica del Estado, expresada
en la política, en las relaciones de género o en cualquier otra de sus
manifestaciones. La realidad es violenta en sí, por la degeneración del
Ser que ha imperado con la profundización de las diferencias sociales,
los marginados cada vez son más ante el minoritario grupo que ostenta la
riqueza producida por los propios marginados, la ruptura con la
corrupción requiere por ende la toma de conciencia y el desarrollo de la
perspectiva de clase que ponga un alto a tanta ignominia social.
La corrupción sistémica que vive México es un forma de violencia que
silenciosamente degrada a la sociedad, la explotación que sufren los
trabajadores sostiene la riqueza de quienes los explotan, generando una
pirámide de injusticia y desigualdad, el capitalismo implantó en el seno
social la corrupción como una forma de justificar su propia existencia,
la impunidad tan común en las instituciones representa al
individualismo, el satisfacer por cualquier medio el deseo de poseer, la
ambición vulgar en perjuicio de todos los demás, la competencia puesta
como la acción común, suplantó a la colectividad y a la solidaridad, la
corrupción es sistémica por la propia naturaleza del capitalismo. Poner
fin a esa degradación generada por el sistema requiere implementar una
lógica radicalmente diferente, que surja de la conciencia de clase y de
la solidaridad humana, en búsqueda del verdadero del bien común.
Cristóbal León Campos es integrante del Colectivo Disyuntivas
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