Leonardo García Tsao
El director Thomas Vinterberg ha seguido una trayectoria desigual desde su debut Festen: La celebración, en 1998. Ahora, en su más reciente realización, titulada aquí Atrapados: una historia verdadera,
ha acometido su proyecto de mayor escala con todas las contradicciones
de la coproducción europea: es una coproducción franco-belga, dirigida
por un danés, con un reparto multinacional, hablada en inglés (mercado
obliga) y sobre un tema ruso.
Eso no es lo grave, sino el hecho de que ha elegido contar la historia oficial del hundimiento del submarino ruso Kursken
en el año 2000, supuestamente damnificado por la explosión de un
torpedo defectuoso, y cuya tripulación no pudo ser rescatada por una
mezcla de ineficiencia y un falso sentido de orgullo nacional.
Sin embargo, según revelaba el documental televisivo francés Koursk: un sous-marine en eaux troubles (2004), de Jean Michel Carré, el asunto fue mucho más truculento. Según esto, el Kursk
no fue hundido por defectos en su armamento, sino por el ataque
accidental de dos submarinos estadunidenses. Por supuesto, eso fue una
crisis internacional que pudo haber desatado la tercera guerra mundial.
Para evitarla, muchas negociaciones tuvieron que hacerse por debajo del
agua, digamos, entre el gobierno del entonces presidente Clinton y el
recién elegido Putin. Entonces se cocinó esa falsa historia oficial que
implicaba el necesario sacrificio de los marinos para guardar el
secreto.
Desde luego, Atrapados hubiera sido una película bastante
más interesante si hubiera perseguido la verdad. Por lo contrario, se
conforma en repetir cautelosamente la versión oficial de los hechos, de
tal manera que Putin ni siquiera es mencionado. Lo que les importa a
Vinterberg y al guionista estadunidense Robert Rodat es ensalzar el
heroísmo de los marinos, que se supone resistieron estoicamente hasta
morir.
Así pues, la narrativa cumple la estructura del género del desastre,
introduciendo a los personajes principales en la celebración de una
boda, en las vísperas del fatídico viaje. El capitán del Kursk, Mijail
Averin (el belga Matthias Schoenaerts, de cierto parecido físico con
Putin, por cierto), es respetado y admirado por su tripulación y será
quien desempeñe las principales acciones heroicas cuando ocurre la
catástrofe. Por otro lado, está su devota esposa Tania (la francesa Léa
Seydoux), que increpará a las autoridades cuando mienten sobre el
progreso de las operaciones de rescate.
Vinterberg resuelve con eficacia la alternancia entre las escenas de sufrimiento a bordo del Kursk
y los esfuerzos frustrados por tratar de rescatarlo, generando el
necesario suspenso aun cuando uno conoce el fatal desenlace. Así como lo
haría la teleserie Chernobyl (2019), producida por HBO, lo que
se enfatiza es la obsolescencia de la tecnología rusa y la
incompetencia de quienes la manejan. Por ahí hasta aparece el estimable
veterano sueco Max von Sydow, para encarnar al viejo orden soviético
como el almirante Petrenko, quien se niega a recibir la ayuda
extranjera.
Sin embargo, haber contado la verdad le hubiera dado una mayor
relevancia a lo que es simplemente un producto huidizo de
entretenimiento.
D: Thomas Vinterberg/ G: Robert Rodat, Robert Moore, basado en el
libro A Time to Die, de Robert Moore/ F. en C: Anthony Dod Mantle/ M:
Alexandre Desplat/ Ed: Valdís Óskarsdóttir/ Con: Matthias Schoenaerts,
Léa Seydoux, Peter Simonischek, August Diehl, Max von Sydow/ P: Belga
Productions, VIA EST. Bélgica-Francia, 2018.
Twitter: @walyder
No hay comentarios.:
Publicar un comentario