La Jornada:
Un año y medio después de que la joven sueca Greta Thunberg decidiera faltar a la escuela cada viernes para realizar una protesta solitaria frente al parlamento del reino en Estocolmo, su denuncia contra la indolencia adulta ante la catástrofe climática mutó en un movimiento capaz de convocar a más de 4 millones de personas en 150 países. Durante el más nutrido de los actos que tuvieron lugar el pasado viernes 20, la activista de 16 años se puso a la cabeza de 250 mil manifestantes en la ciudad de Nueva York para recordar que la gravedad del cambio climático provocado por el ser humano exige acciones drásticas e impostergables por parte de corporaciones y gobiernos.
Si la lucha iniciada por Greta Thunberg ha logrado un eco muy superior al de otros colectivos ambientalistas, es por el carisma y la congruencia admirables de la joven –como ejemplifica el hecho de que haya realizado un viaje de varias semanas, en un velero que no genera contaminación, de Suecia a Estados Unidos, debido a las altas emisiones contaminantes de los aviones–, pero también porque surgió en un momento en que los efectos de la degradación ambiental, así como la responsabilidad del estilo de vida occidental en su génesis, se han vuelto simplemente inocultables. La otra fuente de legitimidad y cohesión de lahuelga por el planetareside en su señalamiento contra los adultos que se encuentran en puestos de poder, quienes se muestran complacidos al hipotecar o de plano cancelar el futuro de los jóvenes en su ciego afán de riqueza, con la consiguiente apelación a que las nuevas generaciones se unan para salvar el planeta que habrán de recibir.
Por lo dicho, cabe saludar esta iniciativa y recibir con satisfacción su éxito, pero también es necesario señalar los peligros que la acechan. En primer lugar, aunque sin duda contribuyen a fortalecerla, las adhesiones de la comunidad científica, de trabajadores organizados, de un sinfín de adultos que han cobrado consciencia acerca de los daños que el modo de vida creado por su generación causó al equilibrio ambiental, e incluso de granjeros (un sector tradicionalmente hostil al ambientalismo) preocupados por la sostenibilidad, el apoyo de una serie de empresas locales o multinacionales plantea un serio riesgo de cooptación o dilución del movimiento en la lógica del mercado. No es una advertencia hueca, pues la cooptación o banalización ha sucedido de forma reiterada con otras expresiones de protesta que en su origen fueron disruptivas y llevaron a la arena pública exigencias percibidas como radicales por los sectores dominantes.
Un segundo riesgo es el de que las gigantescas energías sociales despertadas por Greta Thunberg y sus seguidores no logren transitar de la movilización espontánea a la organización permanente, y de que, en consecuencia, los poderosos a los que interpelan se desentiendan del llamado a la cordura que se les lanza desde las calles de todo el mundo. En la actual coyuntura, cuando la humanidad se encuentra en el umbral de causar un daño irreversible al planeta y de poner en entredicho su propia permanencia en él, sería una auténtica desgracia que la voz de los jóvenes se perdiera como uno más de los malogrados esfuerzos por hacer de éste un mundo donde se garantice el bienestar y la dignidad de todos sus habitantes.
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