Ricardo Raphael
Las cuerdas que sostienen el asiento del futuro candidato presidencial del PRI las cargan sus adversarios. La popularidad y la preferencia electoral no han sido sólo mérito suyo. Sus oponentes le han ayudado enormidades para colocarle donde está. Sobre todo dos de ellos han dedicado mucho tesón para impulsarle. Se trata de los feroces candidatos del 2006 que tanto tensaron y hasta fracturaron la política mexicana. Me refiero a Andrés Manuel López Obrador y a Felipe Calderón Hinojosa.
Por su respectiva obsesión hacia el poder y su disposición a hacer y a decir cualquier cosa para obtenerlo, AMLO y Calderón contrastan con la imagen nada rijosa, mucho menos ideológica, de Enrique Peña Nieto. Es una figura atractiva para los mexicanos que se cansaron de tanta veleidad arrojada desde uno y otro extremo.
Felipe Calderón lastimó su honorabilidad cuando hizo campaña a partir de señalar a su oponente como un peligro para México. AMLO, de su lado, mutiló su investidura democrática cuando mandó al diablo las instituciones. Aquella epopeya entre estos dos personajes pareciera hoy muy lejana, pero todavía sirve para explicar por qué una buena parte de la sociedad mexicana perdió confianza con respecto a las oposiciones del PRI.
En 2006 fue cuando PAN y PRD demostraron que pueden ser partidos muy voraces e irresponsables, tanto como los peores gobiernos priístas. Es en este contexto que el tricolor y su gobernante en el Estado de México emergieron como opción atractiva. A diferencia de los contendientes del 2006, la imagen de Peña Nieto aparece bien acicalada, ordenada, triunfadora, sonriente, segura de sí misma. No es sólo que la televisión lance sobre él sus mejores y bien financiados reflectores, ocurre que cuando ésta lo hace captura un mensaje positivo.
Hay quien asegura que detrás de esa imagen no existe contenido. Que Peña Nieto no es un político con densidad, sino un artista perfecto para la época del cine mudo. Falta todavía tiempo para averiguarlo. Ya se valorará el año próximo si tales acusaciones están justificadas.
Pero antes de que esta exposición fatal suceda, AMLO y Calderón van a volver a jugar un papel relevante para fortalecer, o bien debilitar, la candidatura del gobernador mexiquense. Lo harán, no por lo que operen en contra suya, sino por la manera como conjugarán, de nuevo, sus muy agudas ambiciones.
No se necesita de la revelación astrológica para saber que la manera como se resuelvan las candidaturas presidenciales en el PAN y en el PRD terminará influyendo fuertemente hacia la competencia del 2012. Si uno o los dos partidos se equivocan en el procedimiento, el PRI podrá festejar por adelantado.
Con todo, tales procedimientos se miran aún muy accidentados. En el caso de la izquierda porque AMLO dice que no cree que una encuesta sirva para dirimir la candidatura entre él y Marcelo Ebrard, porque ya se atrevió a acusar que la mafia en el poder prefiere al jefe de gobierno como candidato del PRD, y porque la semana pasada confirmó que será candidato para uno (Convergencia), para dos (Convergencia-PT), o para tres partidos (Convergencia-PT-PRD), en los comicios de 2012.
En otras palabras, o Ebrard asume como un hecho consumado que AMLO será el candidato de la izquierda o esa fragmentaria fuerza electoral despegará dejando un ala en cada lado de la pista. De suceder así, en el PRI serán muy felices.
AMLO no es el único que trabaja para la candidatura de Peña. Felipe Calderón abona también en lo que puede a la tarea. Quizá frustrado porque no puede reelegirse, el Presidente no está dispuesto a permitir que en su partido surja un candidato presidencial ajeno a sus afectos.
Anda demasiado activo para cerrarle la puerta a Josefina Vázquez Mota y Santiago Creel, quienes -según todas las encuestas- están a la cabeza entre los panistas. Con gran probabilidad Calderón usará su mayoría artificiosa en el Consejo Nacional de su partido, primero para evitar las primarias de militantes y adherentes y después para sacar adelante la candidatura de Ernesto Cordero.
Si el secretario de Hacienda fuese a estas alturas el preferido de los votantes panistas, los astros estarían alineados con la voluntad del Presidente. Pero dado que no es así, tal operación va a producir desánimo y división dentro del PAN. En magnitud podría generarse una fractura muy parecida a la que se vivirá dentro de la izquierda.
Dice el adagio popular que nadie sabe realmente para quién trabaja. En este caso el principio no se cumple. De seguir adelante con sus necias decisiones se confirmará que AMLO y Calderón, en toda conciencia, trabajan para el señor Peña Nieto.
Twitter: @ricardomraphaelAnalista político
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