9/26/2011

Crímenes de odio




Desde el Otro Lado
Arturo Balderas Rodríguez

Marcelo Lucero era un ecuatoriano cuyo único delito era el color oscuro de su piel. La noche del 8 de noviembre de 2008 fue golpeado brutalmente por un grupo de al menos siete mozalbetes que buscaban a cualquier persona que pareciera mexicana para darle una lección por tener la osadía de caminar por las calles de su comunidad. Marcelo murió a consecuencia de la paliza que le propinaron y las heridas que uno le infligió con un puñal. Como suele suceder con estas atrocidades, no faltaron quienes consideraran que era uno más de los pleitos que suelen suceder entre jóvenes pertenecientes a diversas pandillas, dando por hecho que Marcelo formaba parte de una. No fue así. Pronto se supo que Marcelo, de 37 años, había llegado a EU hacía 17 años y desde entonces trabajaba incansablemente para enviar dinero a su madre, que vive en Ecuador. No pertenecía a ningún grupo o pandilla, y la noche que fue atacado se dirigía a su casa, como habitualmente lo hacía después de sus labores.

Las terribles condiciones en que ocurrió su muerte conmovieron a esta comunidad, situada a hora y media de Nueva York. En las reuniones que sus habitantes tuvieron para conocer y discutir sus causas, expresaron su incredulidad por el hecho de que un crimen de odio hubiera sucedido en su vecindario. Nadie daba crédito de que la intolerancia, la discriminación y el racismo pudieran tener cabida en su comunidad.

La semana pasada se exhibió en varias ciudades estadunidenses el documental Not in my town (No en mi pueblo), en el cual se narran los sucesos de esa noche y sus secuelas en las posteriores. Los testimonios de los habitantes de Patchoge dan cuenta de lo que por lo visto muchos sabían, pero por diversas razones callaban. El ataque en contra de Marcelo fue sólo uno más de los incontables perpetrados por estos jóvenes, principalmente en contra de migrantes de origen latino. Para estos delincuentes salir, por lo menos una vez a la semana, a “cazar hispanos” se había convertido en un rito. Quienes eran sujetos de esos ataques callaban por temor de acudir a la policía y ser deportados o porque la policía no actuaba para castigar a los culpables. De esa forma se había formado una conspiración del silencio, entre víctimas y victimarios, en la que aquellos vivían con el temor de ser el próximo en recibir una paliza.

Patrice O’Neill, directora del documental, comentó que en EU se cometieron más de 200 mil agresiones de odio tan sólo el año pasado. La intolerancia, agrega, es común, particularmente en contra de quienes vienen del sur del río Bravo. La retórica antimigrante en los medios es en parte responsable de esos hechos y eso, desafortunadamente, no cambiará mucho, incluso con una reforma migratoria.

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