4/26/2014

La personalidad narcisista y sus estragos en los otros


Una persona se mira, y se reconoce en un estado cercano a la devastación. No entiende cómo sucedió. Está agotada,  temerosa,  culpable,  desconcertada,  duda de su claridad para pensar y decidir. 

La personalidad narcisista y sus estragos en los otros
El piso no para de moverse bajo sus pies, en una relación en la cual - ¿cómo llegó allí?- el/la otro/a le exige el absoluto de una entrega imposible, a cambio –a estas alturas- de ignorarla/o. “Me sentía como un limón exprimido, y no hallaba cómo escapar de ese exprimidor en el que había aceptado que se convirtiera mi relación”. ¿Cómo fui cediendo mi espacio milímetro a milímetro? ¿Cómo fui cediéndome a mí? Preguntas frecuentes en las palabras de una persona que logra detener su “alianza” involuntaria con el/la perverso/a narcisista. El comienzo de un largo proceso de recuperación interior.

Una persona se descubre convertida por el otro en una prótesis, cuya “función” es completarlo. Misión imposible, por cierto. ¿Cómo una persona puede soportar esa realidad: allí en donde amó, termina despersonalizada? Convertida en un espejo al que se le reprocha no reflejar ese Yo ideal que el otro le exige, para no sentirse desamado y traicionado. La violencia narcisista estalla cuando tropieza ante la imposibilidad de la otra persona para sostenerlo en un estado de “gracia”, sin fisuras, sin grietas. Cuando el narcisista siente que todo lo que haya dado fue una pésima “inversión” que hay que comenzar a “cobrar”, puesto que la otra persona no es capaz de evitarle lo inevitable a la condición humana.

Difícil detectar esta oculta demanda de absoluto en el encuentro con un narcisista, saben “administrar” los tiempos emocionales de la otra persona: la/el bienamada/o, de los comienzos, termina convertido en su anexo,  y  cuando intente rebelarse al dominio; en su presa. El narcisista seduce, jura amistad, lealtad, amor, con un énfasis  tal, que es difícil no sentirse hipnotizada ante su estremecedora “capacidad de amar”. Una vez que el vínculo con la persona elegida/espejo asignado se da en mayor profundidad,  comienza la meticulosa labor de denigrarla. Como si todos los días tuviera que corroer algo en el otro: comentarios extravagantes y descalificadores, acusaciones, demandas absurdas. Imposiciones, deformaciones de la realidad.  Chantajes. 

La persona en relación con un narcisista, comienza a sentirse al borde de un naufragio cuyas causas desconoce: exigida sin tregua, juzgada, perseguida en la demanda, y al mismo tiempo: cosificada, invisible. Recamier describe ese proceso de minar al otro: “La etapa de desestabilización”: frialdad esporádica, ataques disimulados, discurso paradójico. Silencios inexplicables. “Bromas”, agresivas. Cambios súbitos de humor y  opiniones, “amnesias”. “El tiempo de la destrucción”: agresiones brutales y directas, denigración sistemática.  El cambio entre la persona que conoció, y la que encuentra ahora, es tal, que la persona que convive con el narcisista, no puede sino preguntarse qué le está pasando, no a él, sino a ella. El desconcierto y la angustia crecen. ¿Qué estoy haciendo mal?

Dicen que el conflicto entre el narcisista y el otro, lo pierde la persona más sana, porque sabe que tiene límites, que perder duele, que los seres humanos no son intercambiables. Tiene la estructura para cuestionarse, aunque eso la lleve hacia una rampa enjabonada en donde todo lo suyo está en cuestión. ¿Por qué hablar de perder o de ganar? Hay un momento -en la relación con el narcisista- en el cual para donde se mueva esa persona que lo quiere, no importa, será jalada por los cabellos hacia un ring, en el que no quiere participar. En ese ring el otro va a demostrarle su “superioridad” y su “poder”. De eso se trata.
Pasada esa imaginaria “generosidad”, esa “moralidad” intachable en la que el narcisista abunda en sus palabras en los primeros tiempos de la relación, llegan las “cobranzas”. La “cobranza” implica  el “me debes” y el “yo te he dado maravillas y tú no me has dado nada”.  La desvalorización de  lo que ha recibido, la sobre valorización de lo que ha dado. El narcisista es capaz de recordar –como si llevara una libretita contable-  una bolsita de cacahuates que le extendió al otro en alguna ocasión en la que aquel dijo que tenía hambre.  El otro se la debe y no se la paga, el otro “merece ser castigado”.

El narcisista se proyecta en su otro/espejo, no sus virtudes –todo lo que considera “bueno”, “admirable”, no puede ser sino suyo- sino los atributos propios que le provocan rechazo, miedo, vergüenza, desdén. La rivalidad es una de las características más feroces de la personalidad narcisista.  Sus proyecciones son muy convenientes: le permiten no confrontarse a su rivalidad y a su agresión, y abundan en su persistente megalomanía.  Hay un algo de paranoico - en términos de grandiosidad- en la personalidad narcisista.

¿Quién que no reconozca sus propios límites es capaz de amar, de sentir empatía?   Si no está en el centro de ese mundito que controla–en su imaginario y quizá en una parte de la realidad- siente que está perdido,  que “no vale nada”. Se la juega, en el “todo” o “nada”, en el terror inconsciente de una fantasía de cuerpo e identidad fragmentados. ¿Entiende esa persona que lo que está exigiendo es sometimiento? ¿Entiende que  su demanda hacia el otro va en aumento, hasta que le exige que todo lo que el otro tiene sea cedido en su beneficio?. Quizá no.  Porque uno de sus conflictos en su lectura de la realidad pasa por la certeza de que se lo merece todo, y de que los otros le deben todo. ¿Qué de lo que recibe sería entonces suficiente?
La persona acosada por la demanda y el violento reclamo narcisista, siente que le arrebatan el pasado compartido. ¿Es posible que mientras ambos se sentían felices el otro estuviera tomando notas –como Shylock- en su libretita? El pasado regresa en la boca del narcisista como larga lista de concesiones y favores  que ofreció sin deseo, sin gusto, sin ganas. La terrible frialdad.  Los talentos del narcisista para editar la realidad son demoledores. ¿Cómo  reconocería lo que la otra persona le ofrece, cuando está convencido de que su sola existencia es un honor para quienes lo rodean? Lo único que puede concebir, son relaciones asimétricas.

Hay segundos en  los que de alguna manera sabe que ese monolito de perfecciones en el que se protege, no existe.  Sus pánicos emergen, no soporta su incompletud. Es probable que sea entonces cuando su ansia de despojar al otro, de “vengarse” se agudice. Si el otro existe, él no existe, así de feroces son su dolor y su pánico a desaparecer. En su manera de concebir las relaciones  no hay un espacio equitativo para dos. “O tú o yo”.  “O posees, o eres poseído”. “O destruyes o te destruyen”.

La realidad se convierte en asunto escurridizo, un pantano, por eso es tan difícil discutir con ellos. No dudan de su “racionalidad”, se desmoronarían; es la otra persona quien comienza a dudar de su propia salud mental, cuando se encuentra inmersa en discusiones  casi delirantes: el narcisista no dijo lo que dijo, no hizo lo que hizo, miente sin el menor trámite. No se trata –para él- ni de entender un conflicto, ni de resolverlo: se trata de quebrar la voluntad del otro, de romperlo.

Intentan entender los mecanismos de la personalidad narcisista y la devastación que provoca, es importante en el proceso de sanación. Un padre y/o madre narcisistas, un amigo, una pareja. Entenderlos, para romper la fusión que imponen.  Entenderlos para no envilecerse. Para quererlos –si fuera el caso- de lejos, para quererlos distinto. Para trabajar la más honda manera de salvarse: no ser como ellos.

@Marteresapriego

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