John M. Ackerman
Análisis
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Este sábado 19 de abril se venció el plazo para la
aprobación de las leyes secundarias en materia energética mandatadas
por la reforma constitucional del 20 de diciembre de 2013. Son
excelentes noticias para la lucha social en contra de la consumación de
esta vulgar traición a la patria. Habría que luchar para dejar en letra
muerta a todos y cada uno de los otros oscuros artículos “transitorios”
de la reforma para que jamás se concrete este histórico atraco al
patrimonio nacional.
Llama la atención la pasividad de los grupos
parlamentarios de la supuesta “oposición” frente a este importante
acontecimiento. Cómodamente sentados en sus curules y de paseo para
Semana Santa, esperan pacientemente a que Peña Nieto finalmente
presente las iniciativas de ley en materia energética preparadas en el
Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, y negociadas en Los Pinos con
las grandes empresas petroleras internacionales. Eventualmente, los
pocos diputados y senadores patriotas probablemente harán un “show”
público de supuesta dignidad con una clausura simbólica de los recintos
parlamentarios, pero difícilmente serán capaces de tomar la iniciativa
para fijar las coordenadas del debate público sobre el tema.
En
lugar de esperar a que el rey haga llegar sus propuestas pactadas a los
levantadedos del Congreso de la Unión, la oposición tendría que tomar
acciones contundentes y lanzar sus propias iniciativas. Por ejemplo, la
iniciativa de ley para prohibir totalmente la fracturación hidráulica
(el llamado fracking) en México, elaborado entre otros por Ricardo
Mejía del Partido Movimiento Ciudadano, constituye un importante
esfuerzo al respecto. Francia recientemente prohibió esta práctica en
absolutamente todo su territorio nacional por los graves daños que
genera al medio ambiente y a la salud pública. La “modernidad” y el
desarrollo son perfectamente compatibles con la defensa del patrimonio
nacional.
Los esfuerzos de este tipo tendrían que multiplicarse.
Por ejemplo, se deberían desarrollar otras iniciativas de reforma para
aumentar de manera radical los estándares ecológicos, sociales,
laborales y fiscales para cualquier empresa privada que opera en
materia energética en el territorio nacional. El incumplimiento de
cualquiera de estos estándares debería provocar la revocación inmediata
de los “contratos” o “permisos” correspondientes. Recordemos que fue
precisamente el incumplimiento de las empresas petroleras
internacionales con las leyes laborales del país lo que empujó al
general Lázaro Cárdenas a nacionalizar la industria petrolera en 1938.
También
sería importante unir la lucha energética con la batalla en materia de
telecomunicaciones. En ambas materias los traidores apuestan a utilizar
su presencia numérica en el Congreso de la Unión para imponer reformas
profundamente antipopulares y autoritarias. Los voceros del régimen
defienden esta estrategia en base a un supuesto derecho de las mayorías
a imponer su voluntad en los sistemas democráticos. Un argumento
similar se utiliza en Quintana Roo, San Luis Potosí y el Distrito
Federal como pretexto para “regular” las marchas con el fin de proteger
los intereses de las “mayorías”.
Esta postura exhibe una enorme
ignorancia de las teorías más básicas sobre la democracia. “Democracia”
significa el gobierno del demos o del “pueblo”, es decir, de todos. Si
bien a veces es conveniente tomar decisiones de acuerdo con el
principio mayoritario, el poder de la mayoría también fácilmente se
vuelve dictatorial e intolerante. Los Nazis, por ejemplo, gozaban de
una amplia aceptación en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial.
Sus “mayoriteos” a favor de la aniquilación de todos los judíos,
discapacitados, morenos y homosexuales no tenían nada ver con la
democracia. La defensa de los derechos de las llamadas “minorías” forma
parte integral del funcionamiento de cualquier sociedad moderna.
Hoy
en México nos encontramos en una situación similar. Los mayoriteos del
Congreso de la Unión y del Congreso del Estado de Quintana Roo, por
ejemplo, sirven para imponer la voluntad de un grupo de personas que
compraron sus cargos y han dado la espalda a la mayoría de la sociedad.
Se busca utilizar la vía “institucional” para doblegar a la voluntad
general y poner a todo México al servicio de la oligarquía nacional y
los intereses financieros internacionales.
Una excelente
indicación del nivel de disfuncionalidad democrática actual es el
perfil de los nuevos consejeros del Instituto Nacional Electoral. Si la
clase política estuviera confiada en el apoyo mayoritario de la
ciudadanía, no hubiera tenido que colocar a un grupo de tímidos
burócratas que apuestan a limitar los “excesos en el cumplimiento de la
ley” en materia electoral, como dijera el nuevo consejero presidente en
una de sus primeras entrevistas. Una clase política sin miedo al
mandato popular se hubiera atrevido a incluir aunque sea un par de
consejeros con criterios independientes y sociales.
Es
particularmente vergonzante que todo el proceso de selección de los
consejeros electorales fue conducido por un diputado supuestamente de
“izquierda” del Partido de la Revolución Democrática, Silvano Aureoles,
y que los consejeros propuestos por aquel partido son personajes que en
su momento avalaron abiertamente y con todo cinismo el fraude de 2006 y
la compra-venta de 2012. El reciente pacto de desarme entre las
“autodefensas” de Michoacán y las autoridades más corruptas del país
tampoco es un buen augurio para el futuro de la institucionalidad
democrática.
Twitter: @JohnMAckerman
www.johnackerman.blogspot.com
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