Gabriel García Márquez, fallecido el jueves en la Ciudad de México, incluyó en su obra "Cien Años de Soledad" un personaje que murió en un Jueves Santo.
“Amaneció muerta el Jueves Santo. La última vez que le habían ayudado a sacar la cuenta de su edad, por los tiempos de la compañía bananera, la había calculado entre los ciento quince y los ciento veintidós años”.
Así también un Jueves Santo, como Úrsula Iguarán, abandona Gabriel García Márquez al mundo de las letras, de la alquimia que profesó Melquiades y de la magia que llevó a Aureliano Buendía de la mano de su padre a conocer el hielo en el legendario Macondo.
Así como los “Cien Años de Soledad” son ya años eternos, consagrados por la mente prodigiosa de un hombre capaz de hacernos soñar despiertos y de consumar la identidad de barro, de familia, de éxodo y de pertenencia de todos los latinos por igual, ya “Gabo” es también eterno y queda tatuado en el corazón de la humanidad.
García Márquez convirtió gracias a su obra literaria perspicaz de una sencillez absolutamente profunda e inimaginablemente imaginativa a una aldea en el mundo entero.
Contribuyó, sin querer, a dar certeza a la idea que MacLuhan vislumbró alguna vez, desde otra perspectiva, que nuestro mundo crecido e intercomunicado, poco a poco se convertiría en una aldea global.
En esa aldea donde habitaron Úrsula y los Buendía, en esos parajes donde transitaron coroneles esperanzados, prostitutas reivindicadas, ángeles chimuelos y de alas caídas, estirpes condenadas y resucitadas una y otra vez, las ideas de Gabo florecieron hasta poblar las paredes derruidas y sin fronteras del mundo.
De la mano de García Márquez descubrimos el hielo en medio del calor de la inmensurable selva, la espera desesperada de un coronel, los amores fugaces y los amores eternos, los felices e imperdibles sueños, la tristeza recóndita y los ejércitos de seres inexplicables y eternos condenados a vivir encerrados en cuentos imposibles de contar por alguien más.
Sólo “Gabo” pudo retratar, a su manera, lo etéreo al lado de lo mundano, hacer navegar exquisitas historias en estelas extendidas por el mar de los recuerdos y rescatarlas del naufragio eterno, gracias a su imaginación poderosa y universal.
Gabriel García Márquez, como lo hizo Úrsula Iguarán en un Jueves Santo, se despide hoy de la humanidad agradecida por su genialidad. Su memoria siempre despierta ya no se perderá, sólo duerme para vivir desde hoy en nuestros recuerdos.
(Información de Miguel Ángel Sola/ Notimex)
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