Raúl de la Rosa
Primera llamada
Nada más faltaba que Gene
Kelly, Donald O’Connor y Debbie Reynolds ingresaran por la calle de
Mayorazgo con sus impermeables amarillos y sus paraguas cantando bajo
la lluvia, era factible, ¿por qué no? Estábamos en la centelleante
Cineteca Nacional y no exagero; los relámpagos de abril estaban en todo
su sonoro esplendor, que precedieron a un torrencial aguacero y como
buena película de acción se abatió una granizada de Tláloc jugando a
las canicas.
Es inevitable, las fechas son las mismas (un día de diferencia). Me
traslado al 16 de abril de 1964 cuando otro inusual aguacero se abatió
sobre México-Tenochtitlán, cuando Tláloc ingresa a las crónicas
culturales, sociales y arqueológicas de nuestra ciudad acostado sobre
112 ruedas para ser depositado en la nueva sede del Museo Nacional de
Antropología.
Lo de inusual hoy en día no tiene valía, pues lluvias, trombas,
aguaceros, chubascos o granizadas caen cuando se les pega la gana, y
esta sucedió en el 57 aniversario de la muerte de Pedro Infante, razón
por la que navegamos a la Cineteca para asistir a la exhibición del
documental de Luigi Lupone, que nos narra a lo largo de tres décadas el
Fervor infantilista (título del documental) que acontece cada
15 de abril en el panteón Jardín, donde el fervor popular y el infantil
surrealismo mexicano no tienen paralelo; hoy viernes 18 se estrena en
la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional.
Segunda llamada
Sí, las comparaciones, a veces, son inevitables. ¿Cómo
no hacerlas? El 16 de abril coinciden: el arribo del mencionado Tláloc
el nacimiento de uno de los más notables arquitectos de México: Pedro
Ramírez Vázquez (1919-2013), cuyo genial ciclo concluye 94 años después
el mismo día, y mencionar que sus obras arquitectónicas, como el Museo
Nacional de Antropología o el Estadio Azteca, ¡no tienen goteras! Ahí
están enhiestos como el día que se inauguraron.
En estás condiciones lució uno de los pasillos de la recién remodelada
Cineteca Nacional, durante el aguacero del pasado 15 de abrilFoto Lé Miller
Los
ingenieros de la firma Colinas de Buen calcularon el paraguas del Museo
Nacional de Antropología, las estructuras del Estadio Azteca, de la
Torre de Pemex y varias construcciones más de las que no hay que
agregar nada, ahí están. Sí, la memoria me hizo viajar y al regresar me
pregunté: ¿Dónde Señor están los arquitectos, ingenieros y
constructores de antaño? Y si me lo piden, me voy hasta el Virreinato y
al mundo prehispánico.
Es una historia de horror y cinismo a la que –tal parece– ya nos
acostumbramos, vivimos una carrera en que nadie ganará, empezó mañana y
ayer terminará. Los comentarios de todos los asistentes cargados de
ironía, que la Línea Dorada del Metro, que la nueva Cineteca Nacional,
que en plena función se filtra la lluvia, los baños se inundan y las
instalaciones eléctricas se ¡convierten en regaderas!
Tercera llamada
Ahora todo se lo achacan a la Luna roja, pero a las 18:35 horas llovía en la cabina del cácaro, no podía creer lo que veía, la Sala 7 se inundó. Cuando me metí quedé asombrada, era como si no tuviera techo. Llegaron los de intendencia y los vigilantes, nos sacaron y no nos dejaron tomar fotos; también se inundó la parte de la biblioteca, nos comentó Parika Benítez, quien agregó:
No hay baños suficientes, las taquillas tienen un pésimo servicio. En esta Muestra no se emitieron abonos, si quieres descuento te envían de una ventanilla a otra. ¡Bravo por haber remodelado y robado tanto!, las pantallas que cuestan 1 millón de pesos las cobraron en 10.
Mejor me quedo con el mito de Pedrito Infante y su angustiado grito
que recorre las escenas de aquel 24 de marzo de 1982, cuando se quema
parte importante del acervo fílmico de nuestro país, cargando en sus
brazos al hijo quemado: ¡Toritoo!
Total, no está muerto, tan sólo no está vivo.
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