Reporte Económico
David Márquez Ayala
Toda la historia económica del mundo hasta el siglo 19 tuvo como base el liberalismo del mercado,
esto es, la libre interacción de múltiples pequeños oferentes y
demandantes sin mayor regulación por autoridad alguna. Esta esencia del
mercado libre, sin embargo, empezó a cambiar con la irrupción de la
Revolución Industrial y sus enormes transformaciones en lo económico y
lo social: grandes instalaciones fabriles, la producción masiva, los
transportes, el cambio tecnológico, la evolución de la banca, los
patrones de acumulación del capital y las nuevas relaciones laborales.
Pronto se hizo evidente la necesidad de crear reglas y árbitros ante
la nueva complejidad económica del mundo y sus conflictos en toda la
esfera laboral y social. Se inició así la búsqueda y perfilamiento de
soluciones y equilibrios diferentes.
La Revolución rusa dio en 1917 un espectacular salto a las antípodas
del capitalismo instaurando un sistema económico sin medios privados de
producción y con un Estado omnímodo y omnipotente. Simultáneamente, al
otro lado del mundo la Revolución mexicana definía en su Constitución
una fórmula visionaria con la invención del capitalismo social
y la economía mixta; una conjugación de las virtudes y libertades del
mercado con una intervención estatal reguladora, arbitral e incluso
directamente participativa que sería garante de la integridad de la
Nación, la preservación de los recursos, una expansión económica
ordenada, y una equidad distributiva con inclusión social universal.
Pocos valoraron la importancia del aporte mexicano hasta que Keynes lo reinventó
15 años después (tras la crisis de 1929) y el mundo industrializado
adoptó el capitalismo social para un avance sin paralelo por casi
cuatro décadas, período en el que, sin embargo, también se gestaron
enormes conglomerados y corporativos transnacionales... y éstos
cambiaron la historia.
Su poder económico y una exitosa estrategia modificaron a partir de
los 70s del siglo pasado, para mal, la marcha económica mundial. La
Comisión Trilateral - organismo estratégico y operativo del capital
corporativo global - se activó como un filtro de los políticos que, una
vez comprometidos con el nuevo modelo, serían impulsados a los puestos
clave en cada país; introdujo el retorno ideológico del
(neo)liberalismo (el regreso a los mercados desregulados ) que
sustituyó al ordenamiento económico y el proteccionismo; la teoría
económica sucumbió ante el monetarismo (la rectoría del dinero);
estados y gobiernos fueron subordinados al capital, disminuidos en sus
funciones y desplazados de su quehacer regulatorio; y con ello, el
sistema de instituciones internacionales dejó de representar a los
pueblos y naciones, y fue alineado a una globalización corporativa
radicalmente distinta a la deseable mundialización bajo reglas y
consenso multinacional.
Los saldos
Hoy los estragos de la aventura neoliberal y la
monopolización global afectan ya no sólo a los países periféricos sino
a todo el mundo industrializado. China es la única excepción relevante
en este esquema pues ha navegado exitosamente en la globalización con
una economía mixta (socialismo de mercado) aunque hay otros países que están en transición hacia modelos no neoliberales.
El resto del mundo (México incluido por desgracia en un lugar
destacado) vive la exasperación social del desempleo, la erosión de la
educación pública, la salud y la seguridad social; el despojo de las
pensiones; la desvalorización de los salarios reales; la agudización de
la pobreza y la desigualdad (Gráfico 10); la demagogia e inutilidad de
los gobiernos,... y un entorno de degradación, inseguridad creciente,
corrupción, crisis cada vez mayores, desmesurado poder
monopolista-corporativo, saqueo de recursos naturales; y una dilución
de las libertades y derechos tan difícilmente conquistados... el robo
del presente y la cancelación del futuro.
¿Qué hacer?
Ningún gobierno neoliberal va a hacer nada por cambiar
las cosas; su encargo y compromiso inequívoco es:
a) propiciar al
máximo el traslado de riqueza social al capital corporativo privado, y
b) aplicar todas las medidas de contención posibles al rechazo social
con obras públicas, programas de corte asistencialista, presencia
insistente en los medios con mensajes positivos y esperanzadores, e
incluso con la adopción de acciones de intimidación, inseguridad
ciudadana, vigilancia, espionaje y militarización.
No obstante, como todas las plagas y epidemias que han azotado al
mundo, si bien han sido inevitables, sí ha sido posible contener su
dispersión y reducir sus efectos dañinos hasta su control definitivo.
Así está ocurriendo con el neoliberalismo, su monopolización global y
sus excesos contra la humanidad: no fue posible evitarlo pero cada vez
acumula más repudio y mayor rechazo ciudadano.
El
poder global del capital corporativo es hoy incontrastable y sólo podrá
ser sometido al interés mundial por un poder internacional equivalente,
mismo que no existe en la actualidad pues las estructuras vigentes
(ONU, OMC, FMI, Banco Mundial, OCDE,...) obedecen a la composición del
poder que le dan los estados miembros más poderosos, y hoy son éstos
casi en su totalidad estados con gobiernos neoliberales.
Cambiar tal estructura de poder es el objetivo final de esta crucial confrontación en curso (la auténtica madre de todas las batallas)
entre la humanidad y la dictadura global del capital. Y el camino a tal
objetivo de democracia mundial y capacidad de control sobre el capital
corporativo pasa necesariamente primero por la recuperación social del
gobierno en cada país; por el desplazamiento de partidos, gobiernos y
legisladores sometidos al poder neoliberal y su recambio por otros no
sometidos y por lo tanto en aptitud política de contener los embates
contra el interés nacional, frenar el deterioro social y reencauzar
políticas efectivas para el desarrollo económico.
En el ínterin está la contención; es preciso que la sociedad se
manifieste, proteste y exija cancelar mayores agravios, sobre todo
aquellos que significan daños y pérdidas irreversibles. En México tal
es el caso desde luego de la desnacionalización del petróleo y los
hidrocarburos cuya explotación, renta y usufructo se le está robando a
la Nación para negocio de particulares y beneficio de otros países, sin
importar el desabasto y la inseguridad energética en que colocan al
país a futuro.
Tal es el caso también de la introducción de semillas transgénicas a
la agricultura mexicana pues aun concediendo que pudieran tener alguna
ventaja productiva sus efectos nocivos son contundentes, no sólo en la
salud y por el uso intensivo de tóxicos, sino además porque son
semillas irreproducibles sin la tecnología transgénica lo cual
significa que aprobar su uso equivale a dar el inaceptable control
absoluto de la producción de esos cultivos a los agro-monopolios
transnacionales.
Sin el nivel pernicioso y evidente de los dos casos anteriores,
nuestra protesta y oposición también es pertinente para que el gobierno
se abstenga de seguir firmando acuerdos internacionales lesivos para el
país, de los cuales el TLCAN fue el primero y de mayor impacto para
México, pero hay otros 10 con 45 países y decenas de acuerdos
adicionales de protección de inversiones y de menor alcance. Estos
acuerdo pueden parecer inocuos pero no lo son; forman parte de una
telaraña de control legal impulsada por los corporativos y sus
gobiernos, pues implican compromisos, concesiones y reglas del juego
que someten a los países débiles a una estructura adversa de sanciones,
represalias y presiones que los inmoviliza.
Hoy debemos oponernos a la firma del Acuerdo Transpacífico por parte
del gobierno de México, pues sólo será un grillete más para el país.
Mucho mejor sería voltear hacia el Sur.
El libre comercio es positivo pero con límites. Un país no puede
aceptar un dogma si éste conlleva efectos negativos para la población,
daña a grandes segmentos de la economía, o peor aun, se convierte en un
verdadero obstáculo para el desarrollo. Y esto es precisamente lo que
ha ocurrido con el neoliberalismo y sus tratados de libre comercio y
libre inversión (pero sin libre migración) que han firmado los
gobiernos de la ultraderecha en las últimas décadas (perdidas); sin
ellos - no hay duda - México sería hoy un país mejor, más grande,
sólido, autónomo y seguro.
Dinamizar el crecimiento, redistribuir con equidad el ingreso,
reestructurar la planta productiva, generar los empleos suficientes,
revalorizar el salario, abatir la emigración por necesidad, recuperar
el agro, detener el saqueo y reencausar nuestras relaciones
internacionales son los ajustes mayores que el país requiere para
acceder al desarrollo. El neoliberalismo ha demostrado ser la antítesis
de todo ello; los mexicanos al elegir estamos en capacidad de cambiar
las cosas.
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