4/21/2014

México. 30 años de Neoliberalismo y 20 de TLCAN (3/3)


Reporte Económico
David Márquez Ayala

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Toda la historia económica del mundo hasta el siglo 19 tuvo como base el liberalismo del mercado, esto es, la libre interacción de múltiples pequeños oferentes y demandantes sin mayor regulación por autoridad alguna. Esta esencia del mercado libre, sin embargo, empezó a cambiar con la irrupción de la Revolución Industrial y sus enormes transformaciones en lo económico y lo social: grandes instalaciones fabriles, la producción masiva, los transportes, el cambio tecnológico, la evolución de la banca, los patrones de acumulación del capital y las nuevas relaciones laborales.

Pronto se hizo evidente la necesidad de crear reglas y árbitros ante la nueva complejidad económica del mundo y sus conflictos en toda la esfera laboral y social. Se inició así la búsqueda y perfilamiento de soluciones y equilibrios diferentes.

La Revolución rusa dio en 1917 un espectacular salto a las antípodas del capitalismo instaurando un sistema económico sin medios privados de producción y con un Estado omnímodo y omnipotente. Simultáneamente, al otro lado del mundo la Revolución mexicana definía en su Constitución una fórmula visionaria con la invención del capitalismo social y la economía mixta; una conjugación de las virtudes y libertades del mercado con una intervención estatal reguladora, arbitral e incluso directamente participativa que sería garante de la integridad de la Nación, la preservación de los recursos, una expansión económica ordenada, y una equidad distributiva con inclusión social universal.

Pocos valoraron la importancia del aporte mexicano hasta que Keynes lo reinventó 15 años después (tras la crisis de 1929) y el mundo industrializado adoptó el capitalismo social para un avance sin paralelo por casi cuatro décadas, período en el que, sin embargo, también se gestaron enormes conglomerados y corporativos transnacionales... y éstos cambiaron la historia.

Su poder económico y una exitosa estrategia modificaron a partir de los 70s del siglo pasado, para mal, la marcha económica mundial. La Comisión Trilateral - organismo estratégico y operativo del capital corporativo global - se activó como un filtro de los políticos que, una vez comprometidos con el nuevo modelo, serían impulsados a los puestos clave en cada país; introdujo el retorno ideológico del (neo)liberalismo (el regreso a los mercados desregulados ) que sustituyó al ordenamiento económico y el proteccionismo; la teoría económica sucumbió ante el monetarismo (la rectoría del dinero); estados y gobiernos fueron subordinados al capital, disminuidos en sus funciones y desplazados de su quehacer regulatorio; y con ello, el sistema de instituciones internacionales dejó de representar a los pueblos y naciones, y fue alineado a una globalización corporativa radicalmente distinta a la deseable mundialización bajo reglas y consenso multinacional.


Los saldos

Hoy los estragos de la aventura neoliberal y la monopolización global afectan ya no sólo a los países periféricos sino a todo el mundo industrializado. China es la única excepción relevante en este esquema pues ha navegado exitosamente en la globalización con una economía mixta (socialismo de mercado) aunque hay otros países que están en transición hacia modelos no neoliberales.

El resto del mundo (México incluido por desgracia en un lugar destacado) vive la exasperación social del desempleo, la erosión de la educación pública, la salud y la seguridad social; el despojo de las pensiones; la desvalorización de los salarios reales; la agudización de la pobreza y la desigualdad (Gráfico 10); la demagogia e inutilidad de los gobiernos,... y un entorno de degradación, inseguridad creciente, corrupción, crisis cada vez mayores, desmesurado poder monopolista-corporativo, saqueo de recursos naturales; y una dilución de las libertades y derechos tan difícilmente conquistados... el robo del presente y la cancelación del futuro.


¿Qué hacer?

Ningún gobierno neoliberal va a hacer nada por cambiar las cosas; su encargo y compromiso inequívoco es:

 a) propiciar al máximo el traslado de riqueza social al capital corporativo privado, y b) aplicar todas las medidas de contención posibles al rechazo social con obras públicas, programas de corte asistencialista, presencia insistente en los medios con mensajes positivos y esperanzadores, e incluso con la adopción de acciones de intimidación, inseguridad ciudadana, vigilancia, espionaje y militarización.

No obstante, como todas las plagas y epidemias que han azotado al mundo, si bien han sido inevitables, sí ha sido posible contener su dispersión y reducir sus efectos dañinos hasta su control definitivo. Así está ocurriendo con el neoliberalismo, su monopolización global y sus excesos contra la humanidad: no fue posible evitarlo pero cada vez acumula más repudio y mayor rechazo ciudadano.

El poder global del capital corporativo es hoy incontrastable y sólo podrá ser sometido al interés mundial por un poder internacional equivalente, mismo que no existe en la actualidad pues las estructuras vigentes (ONU, OMC, FMI, Banco Mundial, OCDE,...) obedecen a la composición del poder que le dan los estados miembros más poderosos, y hoy son éstos casi en su totalidad estados con gobiernos neoliberales.

Cambiar tal estructura de poder es el objetivo final de esta crucial confrontación en curso (la auténtica madre de todas las batallas) entre la humanidad y la dictadura global del capital. Y el camino a tal objetivo de democracia mundial y capacidad de control sobre el capital corporativo pasa necesariamente primero por la recuperación social del gobierno en cada país; por el desplazamiento de partidos, gobiernos y legisladores sometidos al poder neoliberal y su recambio por otros no sometidos y por lo tanto en aptitud política de contener los embates contra el interés nacional, frenar el deterioro social y reencauzar políticas efectivas para el desarrollo económico.

En el ínterin está la contención; es preciso que la sociedad se manifieste, proteste y exija cancelar mayores agravios, sobre todo aquellos que significan daños y pérdidas irreversibles. En México tal es el caso desde luego de la desnacionalización del petróleo y los hidrocarburos cuya explotación, renta y usufructo se le está robando a la Nación para negocio de particulares y beneficio de otros países, sin importar el desabasto y la inseguridad energética en que colocan al país a futuro.

Tal es el caso también de la introducción de semillas transgénicas a la agricultura mexicana pues aun concediendo que pudieran tener alguna ventaja productiva sus efectos nocivos son contundentes, no sólo en la salud y por el uso intensivo de tóxicos, sino además porque son semillas irreproducibles sin la tecnología transgénica lo cual significa que aprobar su uso equivale a dar el inaceptable control absoluto de la producción de esos cultivos a los agro-monopolios transnacionales.

Sin el nivel pernicioso y evidente de los dos casos anteriores, nuestra protesta y oposición también es pertinente para que el gobierno se abstenga de seguir firmando acuerdos internacionales lesivos para el país, de los cuales el TLCAN fue el primero y de mayor impacto para México, pero hay otros 10 con 45 países y decenas de acuerdos adicionales de protección de inversiones y de menor alcance. Estos acuerdo pueden parecer inocuos pero no lo son; forman parte de una telaraña de control legal impulsada por los corporativos y sus gobiernos, pues implican compromisos, concesiones y reglas del juego que someten a los países débiles a una estructura adversa de sanciones, represalias y presiones que los inmoviliza.

Hoy debemos oponernos a la firma del Acuerdo Transpacífico por parte del gobierno de México, pues sólo será un grillete más para el país. Mucho mejor sería voltear hacia el Sur.

El libre comercio es positivo pero con límites. Un país no puede aceptar un dogma si éste conlleva efectos negativos para la población, daña a grandes segmentos de la economía, o peor aun, se convierte en un verdadero obstáculo para el desarrollo. Y esto es precisamente lo que ha ocurrido con el neoliberalismo y sus tratados de libre comercio y libre inversión (pero sin libre migración) que han firmado los gobiernos de la ultraderecha en las últimas décadas (perdidas); sin ellos - no hay duda - México sería hoy un país mejor, más grande, sólido, autónomo y seguro.

Dinamizar el crecimiento, redistribuir con equidad el ingreso, reestructurar la planta productiva, generar los empleos suficientes, revalorizar el salario, abatir la emigración por necesidad, recuperar el agro, detener el saqueo y reencausar nuestras relaciones internacionales son los ajustes mayores que el país requiere para acceder al desarrollo. El neoliberalismo ha demostrado ser la antítesis de todo ello; los mexicanos al elegir estamos en capacidad de cambiar las cosas.



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