4/24/2014

México: A palabras necias acciones sabias




Gerardo Fernández Casanova 
(especial para ARGENPRESS.info)

No dudo en afirmar que la Revolución Mexicana tuvo, como resultado de excelencia, la educación laica, gratuita y de calidad. Por mandato constitucional el estado asumió la obligación de brindarla de manera universal, así como la de aplicarla para la formación de una identidad mexicana unificadora. El proyecto tenía que vencer la inercia de la educación confesional, desde siempre dispuesta para la dominación de la mentalidad colectiva.

Así, el sistema educativo público se caracterizó por su esencia emancipadora y por la consiguiente violenta oposición de curas y caciques. El magisterio, en alto grado formado por los hijos de los campesinos que hicieron la revolución, jugó el papel de educador y de promotor del cambio social, en condiciones con frecuencia heroicas; fue el vector que apuntaló la reforma agraria, la extensión de la salud pública y, en general, el contenido liberador del nuevo régimen. Pronto se gastó el impulso, a partir de los años cuarenta del siglo pasado se inició el viraje, de promotor devino en controlador; el régimen comenzó a perder su condición revolucionaria para dar lugar a la desmovilización, de la mano del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), para terminar cediendo a TELEVISA y a la iniciativa privada confesional el verdadero espacio educativo nacional. No extrañe que la sociedad mexicana padezca el pesado lastre de la ignorancia colectiva.

Desde luego que es imperativo dar la batalla política por revertir este nefasto estado de cosas, pero no se puede esperar mucho de ella si quien es destinatario del esfuerzo, el pueblo, es feliz en su ignorancia; si prefiere el engaño divertido a la realidad hiriente. Se necesita ir más a fondo; tendrá que darse también y prioritariamente la batalla por la educación comunitaria para recuperar el anhelo social a la libertad y la justicia, y crear los instrumentos para realizarlo. La instrucción para los números, las letras y las cosas podrá quedar en las aulas, pero la educación para la vida tendrá que darse en la comunidad y en el propio ejercicio de vivir o de intentarlo.

La movilización popular está acotada por el lastre de la ignorancia, de ahí que resulte prerrequisito indispensable la acción educativa comunitaria, como elemento de agitación afirmativa no demagógica. Marchas y plantones son momentos eficaces para la educación, pero más aún lo es el emprendimiento de acciones de democracia directa para la solución de problemas comunes por la propia comunidad. La realidad se sufre pero no necesariamente se comprende; diagnosticarla en común con alguna ayuda externa motiva a la búsqueda de alternativas de transformación y a la puesta en práctica de acciones para lograrlo. Hay aspectos de la problemática que pueden procesarse por la propia gente mediante la asociación y la solidaridad. Un ejemplo: Yo solo no puedo construir mi casa, pero me puedo juntar con otros tres para construir las cuatro casas; así se ha hecho desde siempre en nuestros pueblos e igual se ha hecho en ciudades. Otro: Yo solo no puedo comprar las subsistencias a precios de mayoreo, pero entre varios podemos hacerlo. Yo solo no puedo combatir a la delincuencia, pero entre varios nos podemos cuidar y dar seguridad, como lo hacen las policías comunitarias. Actuar en este sentido es en sí mismo educativo y contribuyente eficaz para el verdadero progreso, como lo postuló Paulo Freyre con su pedagogía de la liberación.

Quienes estamos imbuidos de la urgencia de rescatar a México y de emprender la transformación de la ominosa realidad imperante tendremos que convocarnos para impulsar, tanto en el campo como en la ciudad, acciones educativas de democracia directa, apoyando a las comunidades pobres para ejercitarla. Hacerlo sin bandería partidista alguna, ajeno a cualquier tipo de interés electoral que provoque divisiones destructivas. Una comunidad que adquiere conciencia votará correctamente, no importa por quien.

La fiebre legislativa que estamos viviendo muestra a las claras la enorme distancia entre el pueblo y el gobierno. Nada podemos esperar de los que se dicen “nuestros representantes”, sólo mayor dependencia y miseria. Todo lo tendremos que ir logrando sin individualismos, sino plenos de amor y solidaridad. No veo otro camino para salvar a México y su gente.

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