La autora reflexiona, a raíz del asesinato de una amiga, sobre la naturalización de los feminicidios como un síntoma de la forma en que el patriarcado considera a las mujeres como prescindibles. Sostiene que es importante erradicar todas las ideas que coloquen a las mujeres como inferiores y desechables
Nelly Lucero Lara Chávez
México,
21 may. 15. AmecoPress/Mujeresnet.- Hace pocos días me enteré de un
feminicidio perpetrado en contra de una mujer a la que conocí. La
noticia me indignó y también me entristeció. Varias preguntas emergieron
en mi mente: ¿cómo?, ¿por qué?, ¿quién pudo hacer eso? Aunado a tantas
interrogantes estaba el recuerdo de la última ocasión que la vi. Fue
apenas en diciembre pasado cuando, al caminar por un pequeño callejón de
mi ciudad, la encontré sonriente y amable. Ella portaba un lindo
vestido beige y unas bolsas que contenían sus compras del mercado. Nos
quedamos a platicar por un lapso de diez minutos y nos despedimos con un
"hasta luego" propio de quienes desean volverse a ver. Ahora sé que ese
reencuentro ya no llegará.
Los días
posteriores a recibir la noticia fueron para mí de reflexión. Y como lo
hago siempre ante las situaciones que me abruman -o ante las que me
sobrepasan- volví a generar interrogantes: ¿Por qué nuestra sociedad
permite los feminicidios? ¿Por qué las mujeres mueren a manos de hombres
que dicen amarlas? ¿Por qué continúa el silencio frente al asesinato
constante de mujeres en México? Admito que ante lo ocurrido seguía -y
aún sigo- sintiendo dolor. Y expresar el dolor también es un acto
feminista. Siempre y cuando se aspire a una transformación constructiva,
y por ello, es que ahora escribo.
En medio de
aquella vorágine de sentimientos llegaron a mi mente las palabras que
expresa la teórica Marcela Lagarde en la presentación a la quinta
edición de sus Cautiverios*... En donde señala que "las mujeres no
estamos seguras casi en ninguna parte y eso importa muy poco. Diez años
después de publicados Los cautiverios..., los silenciados crímenes
contra mujeres en Ciudad Juárez cimbraron al país. Los llamamos
feminicidio y descubrimos que no sólo había feminicidio ahí, sino
también en otras entidades del país. Cada año son víctimas mortales de
esa violencia extrema en el país más de mil cuatrocientas mujeres y
calculamos que en diez años fueron asesinadas más de catorce mil" (2011,
p. XXVII).
Este fragmento
me interpeló desde la primera vez que lo leí porque me hizo pensar en la
ocasión que esos "crímenes silenciados" contra las mujeres comenzaron a
cobrar un significado para mí. Yo habría tenido alrededor de nueve años
cuando el sonado caso de "una chica asesinada" en la colonia donde
entonces vivía levantó angustia y miedo entre la población. A los pocos
días esos sentimientos que desató este caso comenzaron a desvanecerse.
Parecía que todo volvía a la normalidad, al menos momentáneamente, hasta
que un nuevo hecho de esta índole se presentó. Ahora me doy cuenta que
ese ir "dejando en el olvido" los feminicidios actuaba como mecanismo
para su naturalización. Por eso ahora recurro a la memoria. Por eso
ahora no quiero olvidar.
El feminicidio
tal y como lo define Diana E. Russel refiere al "asesinato de mujeres
por hombres porque son mujeres"(2006ª, p. 101). Existen diversos tipos
de feminicidio; "por ejemplo, feminicidios en serie, feminicidio con
violación, feminicidio racista, feminicidio de esposa, feminicidio de
conocida, feminicidio de amante, feminicidio de cita, feminicidio de
prostituta, feminicidio relacionado con las drogas, feminicidio de
’honor’, feminicidio lesbofóbico, feminicidio relacionado con abuso
sexual a menores y feminicidio en masa" (2006ª, p. 84). En todos ellos
la condición de género de las mujeres juega un papel determinante,
porque se las asesina, precisamente, porque se hace una lectura
patriarcal en torno a ellas, es decir, se las construye como
asesinables.
En el texto
Feminicidio: sexismo terrorista contra las mujeres, las autoras Jane
Caputi y Diana E.H Rusell señalan que "la mayor parte de los asesinos de
mujeres son esposos, amantes, padres, conocidos y extraños que no son
producto de una extraña desviación. Son feminicidas, la forma más
extrema de terrorismo sexista motivada por odio, desprecio, placer o
sentido de propiedad sobre una mujer. El feminicidio abarca el asesinato
y la mutilación, el asesinato y la violación; golpes que suben en
intensidad hasta que llegan al asesinato, la inmolación de brujas en
Europa Occidental y de novias y viudas en India, así como "crímenes de
horror" en algunos países latinoamericanos o de Oriente Medio, donde las
mujeres de las que se sospecha que perdieron la virginidad son
asesinadas por sus parientes hombres. Llamar al feminicidio asesinato
misógino elimina la ambigüedad de los términos asexuados de homicidio y
asesinato (2006, p 56).
Es alarmante
cómo en el contexto mexicano se continúa culpabilizando a las mujeres
por los casos de feminicidio. Se dicen de ellas muchas cosas, como por
ejemplo, "que andaban mal", "que estaban un poco locas", que "se lo
buscaron por la forma en que eran o vestían". Admito que este unísono en
los comentarios me angustia. Porque incluso en el caso que comento al
inicio de este escrito escuché tales señalamientos. Lo cual excluye de
responsabilidades al verdadero agresor mientras se continúa
naturalizando el feminicidio.
El feminicidio
es un síntoma de la forma en que el patriarcado construye como
prescindibles a las mujeres. Precisamente por ello ningún feminicidio se
lleva a cabo en el vacío, sino que está respaldado por la construcción
cultural de que lo femenino y las mujeres ocupan los estratos más
inferiores en la sociedad. De ahí que -como dice la teórica Rosa Cobo-
"el componente misógino y el arraigo del discurso de la inferioridad de
las mujeres en el imaginario colectivo es lo que hace posible que se
acepten formas extremas de violencia de género utilizando una gran
variedad de excusas que acaban invariablemente estigmatizando a las
propias mujeres víctimas de violencia. Estamos viviendo un proceso de
renaturalización de las mujeres, en el que la ontología femenina aparece
como instancia de legitimación en la creación de un discurso misógino y
antifeminista y en la producción de prácticas violentas contra las
mujeres" (2011, p. 143).
El feminicidio
nos lacera como sociedad. Porque continúa arrebatándonos a nuestras
amigas, compañeras y conocidas. De ahí la importancia de erradicar todas
las lecturas e interpretaciones que siguen colocando a las mujeres como
inferiores, como prescindibles y como desechables. Sólo entonces,
estaremos ante la posibilidad de construirnos distinto y fuera del
patriarcado: como seres humanas.
* Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas de Marcela Lagarde.
Foto: Brenda Ayala/MujeresNet
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