Hugo Aboites*
Una crisis económica
neoliberal, larga y con escasas perspectivas de solución, va afectando
todos los ámbitos, incluso los personales y, por supuesto, sistemas como
salud, educación, justicia, procesos electorales. Y se vuelve más grave
cuando se convierte en una crisis de gobierno (conducción deslegitimada
y ausencia de propuestas creíbles), que corroe la confianza de los
gobernados. La fuga del señor de los suelos, el peso que se devalúa y
cuestiones de fondo, como los cerca de 25 mil desaparecidos (más,
dolorosamente, 43 estudiantes), aparecen en medio de una violencia
incesante, corrupción política desbocada e iniciativas de
mejora(en educación para empezar) a partir del dinero y el castigo, que hacen que esa confianza se deteriore inexorablemente. Y más cuando se comienza a usar la mano dura, la represión a la manifestación (como antier en Oaxaca), e incluso la persecución y el castigo a personas e instituciones.
Todo esto repercute de manera importante y directa en las
universidades y escuelas. Porque son éstas espacios que congregan de
manera cotidiana, permanente y a largo plazo, a cientos de miles de
trabajadores universitarios y de la educación y millones de estudiantes.
En su proceso de formación universitaria, estos últimos necesariamente
entran en contacto con temas altamente significativos (salud, justicia,
infraestructura, ambiente, urbanización, educación, pobreza, economía,
subordinación y política) que son parte sustancial del currículo de
carreras, incluyendo las ingenierías y las ciencias. A pesar de los
intentos por presentar realidades asépticas, el conocimiento de la
ciencia y sociedad necesariamente entra como sustrato indispensable en
la formación de profesionistas, las investigaciones y la difusión del
conocimiento, es la materia prima, lo constitutivo y esencial de la vida
universitaria. Por eso de ahí surgen algunas de las críticas más
profundas, y, también, movimientos de protesta históricamente
relevantes. Precisamente por eso se convierten en objeto de la molestia y
hasta la agresión soterrada o abierta de un poder cada vez más crispado
y escaso de alternativas.
En esa hipótesis, los movimientos sociales más importantes (en 1994,
el EZLN; 2000, la UNAM; 2006, la comuna de Oaxaca, y en 2013-2014, el
magisterio y Ayotzinapa), representan los más importantes puntos de
quiebre de la
normalidady de creciente tensión de la relación universidad-gobierno, educación-Estado. Aunque en su mayoría, los acontecimientos mencionados no fueron originalmente universitarios, sí sacudieron profundamente las comunidades educativas. Y cuando éstas se hicieron espejo de las angustias y dolores cotidianos de una sociedad en crisis inmediatamente fueron objeto de campañas de descalificación y agresión. Recuérdese cómo a la UNAM se la concebía poblada de
grillos, y se decía que los empleadores expresamente rechazaban a sus egresados. Desde 1968 hasta 2000.
Hoy, a partir de la conmoción de 2014-Ayotzinapa, se ha
abierto claramente un periodo de profunda inquietud universitaria y,
además, en la educación toda. En consecuencia, viene la respuesta
creciente de descalificación y agresión. Además de ir contra los
maestros que resisten la reforma , también se va contra las
instituciones de educación superior, públicas, autónomas. Por eso las
amenazas de muerte contra el rector y su familia de la autónoma de
Morelos; la agresión a los estudiantes, y la retención del subsidio en
la Veracruzana y, más notoria por persistente, desde septiembre la
agresión contra la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM).
Ejemplos: hombres armados en pleno día allanan el domicilio de una
profesora de esa universidad, la increpan por su postura política y
roban sus computadoras, y, otro ejemplo: policías federales a la entrada
de un plantel universitario, toman fotos a estudiantes. Al mismo
tiempo, en el Senado se anuncia un punto de acuerdo para juzgar a esta
institución y en la ALDF, con argumentos peregrinos, se cuestiona su
presupuesto. En suma, una campaña de asedio que busca dar una lección a
todas, emprendiéndola contra la que consideran, por diferente, más
vulnerable.
Lo más importante, sin embargo, es que los tiempos han cambiado. Si
en 68 y todavía en 2000 fue posible ocupar militarmente a la nacional y
encarcelar a un millar de estudiantes, ahora –en los tiempos de
Ayotzinapa y de la lucha persistente de los maestros– eso ya no lo
tolera una población escéptica del gobierno. Hasta procesos muy
acotados, como el cambio de estafeta en la UNAM, no dejan de ser leídos
desde la perspectiva de una posible preocupación (e intervención)
gubernamental. Sin embargo, la persecución contra los que estudian y
piensan obliga a maestros y estudiantes a construir en las escuelas,
universidades y comunidades, nuevas y sabias formas de reflexión y
resistencia. El poder gana muchas escaramuzas y algunas batallas, pero
el largo plazo le es profundamente incierto. No sólo porque enfrenta una
creciente resistencia, sino sobre todo, porque preso en la jaula del
pensamiento neoliberal, carece de un derrotero que inspire y convoque al
país y no tiene el poder creciente de la razón, que ayude a
encontrarlo. Las fuerzas más poderosas, las del pensamiento y la
conciencia colectivas se construyen hoy en otra parte, en los espacios
de una educación que lucha por liberarse, y este poderoso aliento, al
que nada le es ajeno
, no es despreciable.
*Rector de la UACM
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