La Jornada
Fue en diciembre de
1885 cuando el presidente Porfirio Díaz decretó la creación de la
Escuela Normal de Profesores de Instrucción Primaria. Comenzó a
funcionar dos años más tarde, bajo la dirección del profesor Lauro
Aguirre, quien inició las gestiones para convertirla a partir de 1925 en
la Escuela Nacional de Maestros.
En la flamante institución se formaban maestros rurales, de primarias
urbanas, misioneros, educadoras y profesores para diversas actividades
técnicas. También atendía los niveles de prescolar, primaria y
secundaria.
El crecimiento acelerado de la Normal requirió la construcción de
instalaciones más grandes y diseñadas para ese uso específico. Así, en
1945 se adquirió un enorme predio en la calzada México-Tacuba y se
contrató al arquitecto Mario Pani. El brillante arquitecto se había
formado en París; regresó a México con las ideas de la arquitectura
moderna que habían surgido en Europa después de la Segunda Guerra
Mundial.
Asimismo tuvo cercanía con el notable arquitecto racionalista Le
Corbusier, quien fue una de sus mayores influencias. Al regresar Pani a
México se interesó en las manifestaciones artísticas que habían surgido
de la Revolución.
Decidió integrar en la arquitectura expresiones de arte, formando
parte de un movimiento llamado Integración Plástica. Participaron
artistas de la talla de Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro
Siqueiros, Juan O’Gorman, Luis Ortiz Monasterio y Carlos Mérida, entre
otros.
En el vasto y bello conjunto de construcciones que diseñó para la
Normal, invitó a participar a José Clemente Orozco y Luis Ortiz
Monasterio. Les pidió que plasmaran su visión sobre la historia de
México. Los escenarios son extraordinarios.
Pani diseñó un amplio foro al aire libre, en forma de abanico,
rodeado por unas construcciones con pasillos y columnas que alojan
salones de clase. Como telón de fondo, Orozco pintó en el escenario un
mural de proporciones monumentales: ¡380 metros cuadrados!, titulado Alegoría nacional. Representa
las distintas etapas de nuestra historia: la prehispánica con la figura
de Coatlicue, una serpiente y un águila; el virreinato con una portada
estilo barroco labrada en piedra, que perteneció a la antigua Normal de
Santo Tomás, y la visión moderna. La obra es impactante por las formas,
colores, materiales, símbolos y metáforas que hablan del México al que
aspiraba.
La fachada principal tenía una torre de 10 pisos y a los lados
unas construcciones bajas, decoradas con altorrelieves del escultor
Luis Ortiz Monasterio. Representan escenas que van de la prehistoria a
los años 40 del siglo XX, en un estilo muy de esos años que muestra
personajes, paisajes e instituciones representativas de la historia
nacional con una visión nacionalista.
La torre tuvo que ser demolida, porque estuvo a punto de desplomarse
por los temblores de 1985. Afortunadamente los altorrelieves se
conservaron, no así un espejo de agua que se convirtió en la Plaza
Cívica. El resto de las instalaciones están salpicadas entre zonas
jardinadas, todas, buenas muestras de arquitectura de la época.
Las instalaciones contemplaban los sistemas educativos más modernos y
se incluían seis escuelas de todos los niveles dentro del campus, para
que ahí mismo pudieran hacer sus prácticas los futuros maestros. Varias
de estas edificaciones han desaparecido o se han transformado.
Sin embargo la Normal continúa siendo una obra soberbia, que habla de
un tiempo en que se dio gran importancia a la formación de maestros.
Ahora se habla de retomar esos principios; ojalá sea en serio y a los
maestros se les vuelvan a proporcionar espacios dignos para su adecuada
formación.
Antes de visitar la Normal aprovechamos para almorzar en Chano y
Chon, que se encuentra en la calzada de Tacuba número 275. No resistimos
la cecina de Yecapixtla con frijoles charros. Mientras la preparaban
entretuvimos el hambre con las quesadillas al comal. Un dilema escoger
entre las de flor, hongos, rajas con epazote o sesos.
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