La Jornada
El 18 de marzo pasado
fue liberada Nestora Salgado, comandanta de la Coordinadora Regional de
Autoridades Comunitarias (CRAC) de Guerrero, después de dos años y ocho
meses de prisión. Su liberación fue producto de la articulación de la
lucha de sus abogados, Sandino y Leonel Rivero, la solidaridad nacional e
internacional y la presión política ejercida por el Grupo de Trabajo
sobre Detención Arbitraria de Naciones Unidas. A la puerta de la Torre
Médica de Tepepan, Nestora demandó la liberación de los nueve
integrantes de la CRAC que siguen presos. Se refirió a ellos como presos
políticos, ya que son víctimas de una política de criminalización de la
justicia indígena que encubre los intereses políticos de quienes son
afectados por las acciones de la CRAC contra el crimen organizado.
Los autos de liberación de Nestora no sólo la absuelven por falta de
pruebas e inconsistencias, sino que varios de ellos reconocen la
legitimidad del sistema de justicia indígena del que ella es parte. Fue
precisamente esta legitimidad la que tuvimos que sustentar mediante tres
peritajes antropológicos solicitados por su equipo legal. Los informes
periciales, elaborados conjuntamente con Héctor Ortiz Elizondo, dan
cuenta de que tanto Nestora como los otros integrantes de la CRAC que
continúan presos actuaron con plena conciencia de la licitud de sus
actos, pues estaban cumpliendo con su cargo comunitario y siguiendo los
procedimientos establecidos por el reglamento interno de la CRAC. Las
razones que fundamentaron los autos de liberación de Nestora Salgado
deben ser la base para la liberación de sus compañeros que siguen
encarcelados.
Los nueve presos políticos tienen una larga trayectoria de compromiso
social con sus comunidades, que va desde cargos en comités escolares,
participación en brigadas de emergencia durante los desastres naturales
de 2013, hasta la formación de organizaciones de derechos indígenas.
Entre los detenidos en el operativo militar del 21 de agosto de 2013,
cuando el Ejército allanó la Casa de Justicia de Paraíso, está
Bernardino García, sobreviviente de la masacre de El Charco, defensor de
los derechos humanos en la región y fundador de la Organización para el
Futuro del Pueblo Mixteco (OFPM). Bernardino se encuentra actualmente
preso, junto con Ángel García, Abad Francisco, Eleuterio García, Benito
Morales y Florentino García, todos indígenas na’savis (mixtecos)
detenidos el mismo día, cuando cumplían con cargos comunitarios en la
Casa de Justicia de Paraíso. Sus procesos están llenos de
irregularidades y, a pesar de que varios de ellos tienen un manejo muy
limitado del español, no contaron con apoyo de traductor.
Entre los otros integrantes de la CRAC detenidos está Arturo
Campos, importante dirigente na’savi fundador de la Organización
Independiente de los Pueblos Mixtecos y Tlapanecos. Arturo ha sido un
apoyo fundamental para las viudas de la masacre de El Charco y se ha
dedicado a denunciar las arbitrariedades del Ejército en la región.
Paradójicamente, fue detenido en Chilpancingo tras su participación en
un evento por la liberación de los presos políticos. Hoy se encuentra
preso en la cárcel de Acapulco acusado de secuestro.
Otro de los presos políticos es Samuel Ramírez, quien fue detenido en
octubre de 2013, cuando tenía tan sólo 17 años, acusado de portación de
armas de uso exclusivo del Ejército. Samuel es hijo de doña Beatriz
Gálvez Macario, una importante lideresa na’savi, quien es la primera
mujer elegida coordinadora de la Casa de Justicia de Zitlaltepec. Su
hijo, menor de edad, fue tratado como adulto y enviado a un penal
federal en Chilpancingo.
Finalmente, el noveno preso político es Gonzalo Molina, promotor en
Tixtla de la CRAC, quien comparte los cargos de los otros detenidos, más
la acusación de
terrorismo. El único mestizo de los nueve detenidos, Gonzalo se ha ganado el respeto de los pueblos indígenas de la región por su compromiso en la lucha por la justicia y contra la impunidad.
Este espacio periodístico no da para acercarnos a la dimensión humana
de estos nueve detenidos, para dar cuenta de la manera en que han
enfrentado el racismo, la violencia del narco y del Ejército y
la impunidad del Estado. Ni a sus esposas, quienes se han convertido en
activistas a partir de su detención o han fortalecido sus liderazgos en
un viacrucis por la justicia. El Centro de Derechos Humanos Tlachinollan
se ha dado a la tarea de reconstruir estas nueve historias de lucha en
una campaña por su liberación (ver). Lo que es evidente es que se trata de luchadores sociales que no cumplen para nada el perfil delictivo de
secuestradoro
terrorista. Se trata de presos políticos, que necesitan de nuestra solidaridad y movilización para obtener su libertad.
* Investigadora del Ciesas
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