LA VOZ DE LA COALICIÓN
Hay inequidades viejas e inequidades nuevas en salud sexual y
reproductiva. En América Latina (AL), se estima que 23 millones de
mujeres en edad reproductiva –y aproximadamente una de cada dos
adolescentes sexualmente activas– tienen necesidad insatisfecha de
anticoncepción.
Se calcula que sólo seis de cada 10 embarazos son deseados y planeados;
los otros cuatro son inoportunos, no deseados o de plano impuestos.
Al menos una de cada cinco mujeres a lo largo de su vida sufre violencia
sexual, sin derecho efectivo a la justicia ni a servicios integrales de
prevención y atención, incluyendo la anticoncepción de emergencia; no
existe acceso oportuno y universal a servicios de salud materna
accesibles, aceptables, disponibles y de calidad.
Y sobre todo, esta región es la que exhibe el acceso más restringido a
servicios de aborto seguro y legal, que permitan a todas las mujeres,
independientemente de su edad, raza, etnia, nivel de escolaridad,
marginación o pobreza, interrumpir un embarazo no deseado o forzado, que
ponga en riesgo su vida y su salud, o que resulte en un producto sin
posibilidad de sobrevida o sin una calidad de vida digna.
Hay virus viejos y virus nuevos. El virus del zika es un virus “nuevo”,
por lo menos en AL, que se trasmite por la picadura de un mosquito, el
ya tristemente famoso Aedes aegypti, mismo que también trasmite la
malaria, el dengue y el chikungunya.
El problema con el zika no es tanto la “enfermedad” que ocasiona: un
síndrome febril poco específico y en tres de cada cuatro personas
infectadas, totalmente asintomático.
En realidad, la gravedad de esta “nueva” virosis depende de las
consecuencias potenciales que tiene sobre las mujeres embarazadas y sus
productos, en particular la microcefalia.
La microcefalia ocurre cuando la cabeza del bebé es más pequeña de lo
esperado. Los bebés con microcefalia suelen tener cerebros más pequeños
que no se desarrollan adecuadamente. En pocas palabras, bebés con daño
cerebral de gravedad impredecible.
Desde finales del año pasado, el Ministerio de Salud de Brasil lanzó la
alarma, al establecer la relación entre el incremento de los casos de
microcefalia en el noreste del país y la infección por zika.
Los casos pasaron de 150-200 por año a casi 6 mil notificados (y más de
600 confirmados) en pocos meses, entre finales de octubre y principios
de marzo de este año. A la fecha, se han realizado diversas
investigaciones para esclarecer la causa, los factores de riesgo, y las
consecuencias de la microcefalia.
Se ha estudiado –y aparentemente descartado– que esta epidemia se
debiera al pesticida utilizado desde hace años en el control del
mosquito.
Se ha confirmado la presencia del virus en el líquido amniótico y aún
más en el tejido cerebral de los fetos afectados (así como en otros
líquidos corporales, incluyendo la saliva, la leche materna y el
semen).
Se ha confirmado en recientes experimentos in vitro la capacidad del
virus del zika de infectar y dañar de manera irreversible cultivos de
células neuronales, precursoras de tejidos cerebrales adultos.
En suma, las evidencias epidemiológicas y la plausibilidad biológica y
experimental, apoyan de manera cada vez más sólida la relación de
causa-efecto entre la infección por zika y las malformaciones cerebrales
en el producto.
Ante eso, son retóricas, tibias y en el fondo inaplicables, las
recomendaciones que han surgido de los gobiernos de la región,
incluyendo a México, y de los mismos organismos internacionales:
Organización Mundial de la Salud y Organización Panamericana de la
Salud.
Estas recomendaciones incluyen: 1) erradicar los criaderos del mosquito;
2) prevenir la picadura del mismo, y 3) prevenir el embarazo.
Mientras las consecuencias recaen todas en las mujeres embarazadas, la
mayoría de estas acciones deberían ser responsabilidad del Estado, que
en la región es con frecuencia débil y con insuficiente capacidad de
implementación.
No se trata sólo de usar repelentes e indumentos de manga larga, sino de
distribuir mosquiteros y de efectuar medidas masivas de sanitación
ambiental capaces de prevenir que comunidades enteras, sobre todo pobres
y rurales, sean criaderos de mosquitos y otras plagas.
No se trata de imponer ahora un “embargo” temporal de embarazos, sino de
proveer siempre y a todas y todos, educación, información y métodos
anticonceptivos seguros y efectivos para que las mujeres se embaracen
sólo si así lo deseen.
Pero finalmente, estas recomendaciones se quedan inexplicablemente
cortas ante la situación de las mujeres con la infección cuando ya están
embarazadas.
“La OPS/OMS recomienda a las mujeres gestantes y a aquellas que están
planificando su embarazo que hayan estado expuestas al virus del zika,
que acudan a las consultas prenatales para recibir información y
controlar su embarazo, según las políticas de salud y prácticas
nacionales.”
En pocas palabras, “consulte a su médico”. De nuevo, una respuesta
individual, no una respuesta estructural de los sistemas de salud.
Un problema adicional, en toda esta historia, es que el diagnóstico
intrauterino de microcefalia por ultrasonido es complejo y tardío.
¿Cuántas mujeres tendrán acceso a un ultrasonido? ¿Cuántos profesionales
de la salud tienen la capacidad de realizar USP de calidad y de proveer
consejería perinatal a las mujeres?
¿Cuántos ginecólogos en la región se están entrenando para realizar
abortos terapéuticos en etapas tardías del embarazo? Pobres de nuestros
médicos, a quienes el Estado delega la responsabilidad de atender estos
casos; pobres de nuestras mujeres, que buscarán atención en estos
sistemas de salud tan insuficientes.
En realidad, ¿cuál es la diferencia entre el virus del zika y otros
virus, como la rubeola o el sarampión, que han ampliamente demostrado
causar malformaciones en el producto de una mujer embarazada e
infectada?
¿Cuál es la diferencia entre este pesticida y cualquier otro agente,
radioactivo, medicamentoso o tóxico ambiental, que hemos aprendido ser
teratogénicos? Ninguna.
Este “nuevo” virus no es diferente a todos los demás agentes que atacan y
dañan la salud en general, y en especial la salud de las mujeres y de
sus hijas e hijos.
El zika cruza con todas las inequidades arriba señaladas, y las hace aún
más dolorosamente patentes. Las mujeres pobres y marginadas son las que
están sufriendo las consecuencias.
Las mujeres y las parejas con acceso a información, a servicios y a
profesionales de la salud éticos y capacitados, las mujeres con
capacidad y poder (incluido el poder económico) en la toma de decisión,
tendrán la posibilidad de decidir qué hacer.
Apoyándose en su libertad de conciencia, podrán seguir con la gestación,
realizarse las pruebas diagnósticas más sofisticadas, enfrentar el
grado más elevado de riesgo aceptable para ellas, de acuerdo con sus
valores, religiosos y personales; o podrán decidir interrumpir el
embarazo si consideran que no tienen la fortaleza, personal y familiar,
emocional y social, para llevarlo a término.
“No sólo durante esta crisis de salud pública, sino siempre”, como
escribió la Federación Latinoamericana de Sociedades de Obstetricia y
Ginecología (Flasog) en su boletín de marzo de 2016.
Como acaba de afirmar el Alto Comisionado de los Derechos Humanos de las
Naciones Unidas, el único enfoque posible, justo y ético ante estos
retos (viejos y nuevos) en salud es un enfoque de Derechos Humanos, de
empoderamiento de las mujeres: proveerlas de toda la información
científica, basada en evidencias, y reconocerle su autoridad moral y sus
Derechos Humanos para tomar decisiones complejas para la protección de
su salud y de su bienestar.
Sólo de ellas, y de todas ellas, sin diferencias, debe de ser la decisión, no del Estado.
*Dra. Raffaela Schiavon Ermani es directora general de Ipas-México A.C.
**Ipas-México es parte de la Coalición por la Salud de las Mujeres, una
red de organizaciones civiles con trabajo en salud y derechos sexuales y
reproductivos de las mujeres.
Imagen retomada del sitio drfelixlugo.com
Por: Dra. Raffaela Schiavon Ermani*
Cimacnoticias | México, DF.-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario