Ni las pretensiones de Felipe Calderón de comandar directamente su
guerra contra el narcotráfico ni las aspiraciones de Enrique Peña de
crear un nuevo cuerpo policíaco militar se comparan con los alcances del
papel que López Obrador le va a dar a las Fuerzas Armadas, en especial
al Ejército.
El próximo presidente está en mucho mejor posición que sus
antecesores. No solo por la mayoría de que dispone en el Congreso, sino
porque optó por cederle al Ejército el mando de las operaciones en
seguridad pública que tanto se les renegó en los dos gobiernos
anteriores.
A pesar del intenso cabildeo de civiles y militares, Calderón de
plano no pudo sacar una ley que justificara la presencia de los
militares en las calles. Peña lo logró al final de su gestión con la
aprobación de la Ley de Seguridad Interior (LSI), y lo pagó con un alto
costo político.
Calderón incluso intentó ponerse al frente del combate al narco con
la creación del Cuerpo de Fuerzas de Apoyo Federal, una fuerza de élite
del Ejército que quería tener bajo su mando directo.
Ante el incesante incremento de violaciones a los derechos humanos
del Ejército en esa etapa de la confrontación con el narcotráfico, ese
cuerpo no duró ni año y medio. Calderón corría el riesgo de ser acusado
directamente de esas violaciones. Después, intentó una ley que no pasó
en el Congreso.
Peña buscó crear una Gendarmería Nacional. Delegó en la Secretaría de
Gobernación y ésta se confrontó con los militares por el control del
nuevo cuerpo. Al final, los militares se retiraron y sentenciaron al
proyecto presidencial en lo que acabó: una división más de la Policía
Federal que no representó ningún cambio.
Cuando en el mismo Ejército ya se daba por hecho que López Obrador
tenía la mesa puesta para la participación de los militares en tareas de
seguridad púbica con la Ley de Seguridad Interior (LSI), la Suprema
Corte de Justicia de la Nación se encaminaba a empedrarle el camino al
presidente electo, con quien tiene grandes desacuerdos.
El martes 13 sorprendió con su disposición a echar abajo la LSI, lo
que auguraba un desgaste político para López Obrador en su justificación
de la presencia de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad, como ya
lo había anunciado.
Ante ese escenario, el presidente electo respondió con otro
movimiento, con lo que tendrá lo que Calderón buscó: el control directo
del combate a la delincuencia organizada. Será a través de la Guardia
Nacional, que estará formada por la Policía Militar, la Policía Naval,
parte de la Policía Federal y jóvenes reclutas entrenados por el
Ejército, es decir, nuevos militares.
Al incorporarla al Ejército, salvó la confrontación por la que
naufragó la propuesta de Peña Nieto de la Gendarmería Nacional. De plano
se ahorró la discusión entre civiles y militares cediendo el control a
estos últimos. Los mandos operativos serán todos castrenses y el mando
general será del presidente de la República.
Con los militares de su lado, la Guardia Nacional se da por un hecho.
Ya se lo dijo públicamente Mario Delgado, coordinador de Morena en el
Congreso: Aquí están “sus diputados”.
Aunque López Obrador aseguró que su apuesta por las Fuerzas Armadas
fue “una opción entre inconvenientes”, la creación de la Guardia
Nacional en las actuales circunstancias demuestra que en política lo que
se dijo y sirvió ayer, no sirve para el ahora.
@jorgecarrascoa
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