CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Cuando la palabra democracia se
utiliza para justificar golpes de Estado, este concepto pierde cualquier
contenido semántico. Cuando la supuesta defensa de los derechos humanos
se utiliza como un pretexto para estrangular de hambre a un pueblo, el
cinismo se convierte en ley. Y cuando la supuesta defensa de la
soberanía popular se moviliza como motivo para destruir la soberanía
nacional, la hipocresía sienta sus reales.
Más allá de nuestras evaluaciones concretas con respecto a coyunturas
y acciones específicas en el presente o el pasado del desarrollo
político de Venezuela, sumarse hoy al discurso del supuesto
autoritarismo del “régimen de Maduro” implica ser cómplice de las
acciones dictatoriales e intervencionistas de los Estados Unidos y los
viejos poderes coloniales de Europa.
Habría que separar de manera tajante la discusión sobre las
fortalezas y las debilidades del sistema político y el modelo de
desarrollo en Venezuela, o cualquier país, y el debate sobre la
intervención extranjera en el hermano país latinoamericano. La soberanía
popular simplemente no es posible sin contar primera con una sólida
soberanía nacional.
Si una crisis económica o un éxodo migratorio fueran motivos
suficientes para invadir un país extranjero por “razones humanitarias”,
México tendría que haber sido ocupado desde hace décadas por alguna
fuerza extranjera. Y si la falta de libertad de expresión fuera una
justificación para remover al líder de una nación, tendríamos que
empezar con el derrocamiento del Rey de Arabia Saudita, Salmán bin
Abdulaziz.
Las últimas elecciones presidenciales de Venezuela tuvieron lugar
hace ocho meses y hubo una diferencia de 40 puntos porcentuales entre el
primero y el segundo lugares, pero hasta hoy que Washington ha dado la
señal a los comentócratas del viejo régimen, de repente se les ocurre
denunciar este supuesto “fraude” electoral.
Lo último que les interesa a estos demócratas de ocasión es defender
los derechos ciudadanos y el poder ciudadano. No hacen más que seguir
como loros la agenda y el discurso impuestos por el Pentágono. Hablan y
se presentan como “liberales”, pero en realidad son abyectos esclavos de
la ideología del poder y el status quo.
Pero lo más preocupante es que en su supuesta preocupación por la
democracia en Venezuela estas voces en realidad revelan su disposición a
aceptar también un eventual golpe de Estado en México. Las mismas mesas
de debate y articulistas que hoy encuentran miles de diferentes razones
para derrocar a Nicolás Maduro, después serán utilizadas para intentar
justificar hacer a un lado también a Andrés Manuel López Obrador.
La estrategia de los Estados Unidos en Venezuela está a cargo de John
Bolton y Elliot Abrams, dos de los políticos más autoritarios,
intolerantes, militaristas e hipócritas en existir jamás en la historia
del continente. El largo historial de sus cargos y sus acciones en
América Latina y el resto del mundo ponen en evidencia su absoluto
desdén por el estado de derecho y los procesos democráticos (véase:
https://bit.ly/2RsA66D).
Asimismo, el supuesto “Presidente encargado” de Venezuela, Juan
Guaidó, también tiene un historial oscuro, con una larga trayectoria de
colaboracionismo con sistemas de financiamiento y construcción
ideológica estadounidenses, tal y como lo han documentado de manera
extensiva los periodistas Don Cohen y Max Blumenthal (véase:
https://bit.ly/2RSIbqx)
No podemos guardar ninguna ilusión con respecto al carácter
democrático del régimen que seguiría a un eventual derrocamiento o
dimisión de Maduro. Más allá de lo que uno pueda opinar a favor o en
contra de las características democráticas del gobierno actual de
Venezuela, podemos estar seguros de que cualquier nuevo régimen impuesto
por Trump y sus personeros sería totalmente autoritario y excluyente.
Así ocurrió después de que los Estados Unidos derrocó los gobiernos
democráticos de Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954 y de Salvador Allende
en Chile en 1973. Ambos países tuvieron que sufrir décadas bajo
sistemas políticos autoritarios y violentos después de las
intervenciones estadunidenses correspondientes. Venezuela sufriría un
destino muy similar si Trump se sale con la suya.
El debate no es entonces entre el anti-imperialismo y el
anti-autoritarismo. Esta es una disyuntiva falsa impuesta por quienes
quieren fortalecer la narrativa del intervencionismo estadunidense. Las
luchas en contra del neocolonialismo y el despotismo van de la mano. El
autogobierno es una condición sine qua non para la democracia. Así que
hoy todos los ciudadanos de este gran Continente Americano, desde Alaska
hasta la Tierra del Fuego, estamos llamados a expresar juntos nuestro
repudio más enérgico a este nuevo atraco a la dignidad de los pueblos
del sur, así como a actuar en consecuencia.
www.johnackerman.mx
Este análisis se publicó el 3 de febrero de 2019 en la edición 2205 de la revista Proceso.
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