Venía de una familia originaria de San Antonio de las Alazanas, en
Arteaga Coahuila, una pobre comunidad manzanera, integrante de una
familia que debió migrar al sueño capitalino. Se había formado en la
orientación maoísta que, si algo forma es la disciplina, el pragmatismo y
el don de mando. Había destacado en las lides sindicales universitarias
y era militante fundadora del PRD.
Sus cartas credenciales eran buenas, así que todavía en la treintena,
fue designada secretaria de Gobierno en el Distrito Federal, en el
primer gobierno electo, segunda de abordo con Cuauhtémoc Cárdenas. Su
declaración patrimonial contrastaba con la riqueza de quienes,
procedentes del PRI o por sus actividades privadas, habían acumulado
bienes. Ella, tan joven y preparada, tenía un modesto automóvil, una
casa en la delegación Coyoacán y una cuenta bancaria.
Además, nadie podría negarle su agenda de género que confrontó al
conservadurismo en el 2000, cuando siendo jefa de gobierno interina
consiguió aprobar la primera despenalización del aborto para mujeres
embarazadas como consecuencia de una violación; solía reunirse con otras
mujeres influyentes sin distingo partidista y, entre otras posiciones,
esa perspectiva la posicionaba como representante de una izquierda
sofisticada que llegaba a la dirigencia del PRD en los tempranos dos
miles.
De entonces a la fecha, su presencia pública se ha visto inmersa en
escándalos: del trafico de influencias con el empresario Carlos Ahumada a
la llamada Estafa Maestra; de la desaparición de casi 12 mil millones
de pesos de programas asistencialistas a población indígena, a la renta
de un edificio en una de las avenidas más caras de México, escándalo
más reciente dado a conocer por su sucesor en la secretaría de
Desarrollo Rural, Territorial y Urbano, Román Meyer Falcón.
Esto último se trata de uno más de los excesos de la pasada
administración ventilados por la nueva, que alimentan el listado que se
administra sin consecuencias, algo que Robles Berlanga conoce bien.
En su administración capitalina, Andrés Manuel López Obrador la
protegió y en meses recientes, la consideró un “chivo expiatorio”,
expresión que recordó el tristemente célebre “no te preocupes Rosario,
hay que aguantar”, proferido por Enrique Peña Nieto, cuando entonces era
titular de Desarrollo Social y se documentaba el uso electoral de
programas sociales.
Lo dicho por López Obrador contrasta con el cese de funcionarios de
Pemex implicados en el mismo escándalo de la “Estafa Maestra”, sobre
quienes instruyó una investigación especial la semana pasada. No
obstante, la revelación del derroche en oficinas difundido ayer, podría
ser un viraje, el inicio de la exhibición y, siendo optimista, un
encausamiento, por inexplicable empobrecimiento.
Y es que, basta ver su declaración patrimonial, para desconfiar de su
veracidad. Al revisar la conclusión de su desempeño público, resulta
que Rosario Robles está pobre: ya no tiene automóvil ni casa y le
quedaba su salario neto de un mes en la cuenta bancaria (180 mil pesos).
Mientras, por lo que se sabe de su desempeño hasta ahora, unos 19 mil
millones siguen pendientes de solventar, o bien, de determinar su real
paradero… a menos claro, que se convierta en beneficiaria de la amnistía
política que vino con el nuevo gobierno.
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