Luis Linares Zapata
Buena parte de la opinocracia,
la de penetrante mirada, entró de lleno a su nueva veta descubierta:
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) abandona la ley, la norma, para
treparse y regodearse en el púlpito. Poco parecen importarle las cifras,
los datos duros, las mismas costumbres burocráticas y, menos aún, las
instituciones. De aquí en adelante sólo la voluntad del guía contará,
sentencian inapelables. Se eligió a un personaje que solicita creyentes,
no ciudadanos, es la santa conclusión. Ahora no se tiene un líder
político mesurado, sino un pope que tira homilías mañaneras. Desgrana,
sin restricción alguna y, una tras otra, sus moralinas consejas hasta
marear a cualquiera que ose oírlo en su solitario proscenio de Palacio
Nacional. Esa es la nueva tesitura en que lo han colocado, sin mayor
recato, los agudos observadores de la vida nacional. Con su escrutadora,
penetrante ojeada de enterados, de equilibrados críticos del poder y
dictadores de la mera neta. No como cualquiera crítica, sino la que
descubre arcanos, motivaciones íntimas, deformaciones estructurales del
poderoso. Características básicas de ese ánimo que aspira a ser
totalitario, caprichoso, axiomático, trascendente.
Para estos personajes mediáticos, AMLO ha sido tocado en su fuero
interno. Escasos meses de gobierno transcurridos son suficientes para
situarlo en la picota que él mismo ha levantado y merece. Se lo ha
buscado con ahínco, día tras día, sin descanso obligatorio que valga.
Será, de aquí en adelante y según tal narrativa, un presidente
incontrovertible en sus aficiones y ocurrencias. De nada le servirá
pedir perdón por equivocaciones, tampoco al reconocer errores, aunque ya
lo haya hecho. Sus pasiones van, simplemente van porque van. No por eso
repite que primero se cansa el ganso.
Tal parece que hay dos formas posibles de atisbar el presente
nacional. Por un lado el que dice cimentar el voluntarioso titular del
Ejecutivo y, por el otro, los críticos de elevada tesitura intelectual,
de elevadas visiones, irresistibles ideas probadas y feroces alegatos en
pro del orden establecido y que lo han visto y oído todo. Al parecer,
al menos por ahora, críticos y opositores se han alejado de la furibunda
numerología que tanto usaron en las dos o tres primeras semanas de la
presente administración. Atrás quedaron los macroerrores cometidos que,
según alocados cálculos bien podrían costarle al país varios billones de
pesos de hoy y del futuro. Por arte de la esterilizada estupidez se le
acusa a López Obrador del desperdicio de 150 mil millones de pesos por
la cancelación del aeropuerto, en lugar de apreciar que le evitó, a la
hacienda de todos, sepultar, muchos cientos de miles más de persistir en
una obra faraónica sobre un movedizo mar de lodo. Pero esa acusación
continúa como cantaleta para hacerla verdad. Tal vez, cuando sea
terminada la opción de Santa Lucía, puedan matizarse las terribles
cifras y se aprecie, para bien de la República, la valentía de
contrariar a un entorno corrupto, de real mafia que todavía sigue ahí,
valentona y enquistada en los negocios.
La pretensión de hacer una Cuarta Transformación caló hondo en el
aprecio, trastocado, de inmediato, en menosprecio hacia su declarado y
ambicioso aspirante. La academia, la opinocracia, los conductores de
programas y diarios, el aparato completo de convencimiento en manos
empresariales, trasmina desconfianza, pero la proyecta hacia otro lado.
Intentan controlar el temor a ser desplazados del oído público. No
porque tenga menos peso su arsenal argumental, sino porque el foco de
sus análisis traspapeló la actual perspectiva, extraviaron el horizonte.
Arrastran la natural deformación, estampada durante las últimas
décadas, de una manera restringida, elitista del quehacer público.
Interiorizado el modelo –en vías de cambio– lo estudiaron a fondo, lo
han usado y, ciertamente, aprovechado.
Se alarmó súbitamente el gallinero por un ganso dicharachero,
escandaloso y trotacaminos polvorosos. ¡Hay demasiados fierros en la
lumbre! ¡Cuidado, todo se desboca! La veloz acción tomó por sorpresa y
desprevenidos a ciertos grupos y personas que, supusieron lo
acostumbrado: al llegar al gobierno todo se suavizará. Siguen
rehusándose a ver lo que sucede: un serio intento de cambio radical.
Poco quedará igual que antes. Los tiempos perentorios son signo de esta,
por ahora, desmembrada actualidad. Sobre una marcha, en apariencia
desatada, incoherente e irrespetuosa se irán encontrando, tejiendo, con
hilo conductor y propósito integrador, los sentidos y concepción final.
Un hilo ciertamente mezclado con valores, posturas éticas y arraigadas
creencias personales, pero no sustitutos de los datos, las normas,
procesos basados en la ley para una ejecución dentro de renovadas
instituciones. Se trata, también, de hacer una administración eficaz que
procure y garantice bienestar para todos.
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