MÉXICO, D.F., 21 de octubre (apro).- Finalistas en la segunda vuelta de las elecciones brasileñas, luego de que Marina Silva quedara en tercer lugar, Dilma Rousseff y José Serra se disputan los 20 millones de votos que obtuvo la candidata ambientalista. Silva, quien es evangélica, atrajo las preferencias electorales de las Iglesias pentecostales, incluso de la católica, que temen que Rousseff despenalice el aborto si llega al poder. En su intento por conquistar esos votos religiosos, Rousseff se ha deslindado de su postura a favor de la despenalización y, el miércoles pasado, se reunió con 50 líderes de Iglesias evangélicas y les prometió que, de ser elegida, no despenalizará el aborto (El País, 14 de octubre). Serra ha denunciado que Rousseff tiene “dos caras”, y las encuestas hablan de un empate técnico.
En lugar de impulsar un debate público para explicar que su postura no es “estar a favor” del aborto, sino abatir graves problemas de justicia social y salud pública, Rousseff ha cedido a las presiones de sus “asesores” y ha cambiado su discurso, esperando atraer el voto de los creyentes. Así, asistió a misa en la Basílica de Nuestra Señora de Aparecida, la patrona de Brasil; declaró que había estudiado en un colegio de monjas y que el cáncer que padeció hace poco la hizo retomar la fe. Este forzado intento de apaciguar a los conservadores religiosos ha resquebrajado su imagen de coherencia y ha puesto en riesgo su triunfo.
Vale la pena recordar que hace ya 12 años Mario Vargas Llosa escribió un atinadísimo artículo sobre aborto e Iglesia (El País, 11 de octubre de 1998), donde denunciaba la brutal presión de la Iglesia católica en España para impedir la ampliación de causales despenalizadoras (que en la actualidad ya se consiguieron). El hoy premio Nobel de Literatura señaló que, como parte de la democracia, es usual que los ciudadanos actúen cívicamente en defensa de sus convicciones, y que le parecía natural que los católicos españoles lo hubieran hecho con tanta beligerancia. Lo que le sorprendía, en cambio, era el silencio de quienes estaban a favor de tal despenalización.
Sí, son pocas las figuras políticas que abiertamente sostienen su posición progresista sobre el aborto, y muchas menos lo hacen durante procesos electorales. En América Latina, donde las Iglesias católica y evangélicas tienen una brutal influencia, los candidatos evaden el debate, sin considerar que en el fondo el tema de la despenalización del aborto es el de la aceptación o el rechazo de la injerencia religiosa en la política pública. No se van a conciliar las posturas antagónicas entre quienes opinan que el óvulo fecundado es una persona porque tiene alma y quienes pensamos que es un montón de células que no merecen la misma consideración que una mujer. Y la única manera de que ambas creencias coexistan civilizadamente es que el Estado sea realmente laico.
Por eso vienen tan a cuento las palabras de Vargas Llosa. Y lo vuelvo a citar, en la parte de su artículo relativa a las relaciones entre la Iglesia católica y la democracia. Para este escritor, mientras “predique y promueva sus ideas y sus creencias lejos del poder político, en una sociedad regida por un Estado laico, en competencia con otras religiones y con un pensamiento a-religioso o anti-religioso, la Iglesia católica se aviene perfectamente con el sistema democrático y le presta un gran servicio, suministrando a muchos ciudadanos esa dimensión espiritual y ese orden moral que, para un gran número de seres humanos, sólo son concebibles por mediación de la fe. Y no hay democracia sólida, estable, sin una intensa vida espiritual en su seno. Pero si ese difícil equilibrio entre el Estado laico y la Iglesia se altera y ésta impregna aquél, o, peor todavía, lo captura, la democracia está amenazada, a corto o mediano plazo, en uno de sus atributos esenciales: el pluralismo, la coexistencia en la diversidad, el derecho a la diferencia y a la disidencia”.
Ahora que el triunfo de Dilma Rousseff se tambalea por el giro religioso que ha tomado el debate electoral, vale la pena distinguir que lo que está en juego, más que un fundamental derecho de las mujeres, es la coexistencia democrática. La Conferencia Nacional de Obispos de Brasil declaró que una de sus prioridades es “la defensa del derecho a la vida” y alentó a los párrocos a orientar el voto de sus fieles, lo que tal vez se convirtió en una oportunidad para que los creyentes progresistas piensen bien su voto en relación a la imprescindible separación entre Iglesia y Estado.
Más que hablar de que un sustento básico de la democracia es el freno a la intromisión religiosa, Lula ha pedido a los electores que “no sean machistas” y voten por una mujer. También ha declarado que “Dilma va a ser la redención de las mujeres”. Lo dudo, pues si gana tendrá que cumplir esa promesa a los religiosos que atenta no sólo contra lo que ella siempre ha creído, sino contra la vida y la salud de las mujeres.
Pese a mi decepción, deseo que Dilma Rousseff gane la segunda vuelta. Pero estoy convencida de que si pierde no será por su postura sobre el aborto, sino por su sometimiento al imperativo electoral de cortejar a las Iglesias. Lástima que no se aferró a su acostumbrada integridad para defender claramente sus convicciones democráticas.
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